Para algunos la vuvuzela es un molesto“instrumento del infierno”.
Para algunos la vuvuzela es un molesto“instrumento del infierno”.

El uso de las trompetas llamadas vuvuzelas durante los partidos de la actual Copa del Mundo de Sudáfrica por parte de la afición local está llamado a trascender el ámbito de la mera anécdota colorista. Emerge, a esta altura, como un símbolo de la intolerancia y estupidez del pensamiento único de las sociedades occidentales y sus derivadas, y sobre todo del poder homologador que intentan ejercer las grandes corporaciones del planeta fútbol que no ven al mundial como una excelente oportunidad de encuentro entre los pueblos sino el filón inagotable de productivos y millonarios negocios.

Los hechos son simples, la afición futbolera sudafricana, mayoritariamente negra y pobre, viene usando a las famosas trompetas de manera masiva desde el año 2000, forman parte ya de la cultura futbolera local, tanto como lo es la frialdad abúlica y exasperante (para un argentino promedio) del público del Barcelona o los cantos guerreros de la afición del Manchester United, los saltitos acompañados con movimiento de brazo y antebrazo típico de los hinchas argentinos, o los chori de la cancha, por poner unos ejemplos.

La vuvuzela no deja indiferente a nadie, para unos es el orgullo de los hinchas sudafricanos, un elemento integrador y para otros simplemente un molesto “instrumento del infierno”. Como todo fenómeno popular su origen es difuso y es lógico que comiencen a circular sesudas teorías sobre sus raíces y similitudes. Se la relaciona con el ancestral cuerno de kudu, un antílope típico de África, que se conoce también en la cultura judía como Shofar y es utilizado en diferentes ceremonias religiosas como el Rosh Hashaná, el año nuevo judío, sobre todo yemenita. Quizás es hilar demasiado fino para una trompeta de plástico pero mejor es no tomar las cosas a la ligera. En África nació la música, cuentan y con ciertas cosas no se juega.

Para mí lo más importante de toda esta historia es que ha sido el revuelo organizado desde las grandes empresas mediáticas a través de sus dóciles soldaditos periodistas, el que ha disparado toda historia. Las transmisiones televisivas y radiales de los medios que cubren el espectáculo mundialista se ven afectadas por el sonido compacto y ensordecedor de las trompetas. Y ahí van los empleados de la prensa arremetiendo furiosos contra la costumbre popular. Maldita Vuvuzuela se titula el blog de la periodista Lali Cambra que desde un diario español intenta descubrir a la “otra” Sudáfrica, la cara oculta del país detrás del mundial. Buen título eligió la muchacha cuyos post no paran de girar en torno al instrumento. La prensa mundial, salvo dignas excepciones, no deja de quejarse de los ruidosos instrumentos y a través de ella, millones de personas se hacen eco de las quejas. Sino como explicar que un vecino de Bustinza pueda enojarse por unas trompetas que suenan en Pretoria.

Ahora se habla de los decibelios que emite el cacharro, que si afecta o no la salud auditiva de los occidentales, todos habituados a oír Satie antes de ir la cama. Los blogs especializados en tecnología de diferentes medios europeos comienzan a brindar trucos electrónicos, recomiendan artilugios de ecualización para borrar el sonido de las trompetas. Hay una verdadera psicosis mundial por las vuvuzelas. Los medios centrales consignan contentos que “ya” hay bares de Nueva York que prometen a sus parroquianos la emisión “vuvuzela-free” de los partidos del mundial. Revistas de divulgación científica y especialistas en ingeniería acústica se suman al debate aportando datos contrastados de porqué nos molestan las trompetas. Como si el rechazo occidental no fuera, primero, cultural.

Sin ir mas lejos, hoy por la mañana estaba desayunando aquí en Inglaterra y miraba el noticiero de la BBC, el popular Breakfast visto por todo el mundo, la adorable presentadora Sian Williams preguntó al aire si no era posible eliminar el “ruido” de las trompetas de las transmisiones televisivas. La producción del programa, muy eficiente, la puso en contacto casi de inmediato con uno de los jefes de sonido de la famosa televisora pública. El hombre, desolado, explicó que el sonido de las trompetas era técnicamente indisociable del resto de la transmisión por su similitud de frecuencia con el sonido ambiente imposible de anular. Rostros preocupados se vieron en el plato de la BBC.

El antecedente más cercano al actual “affaire vuvuzela” sucedió también en Sudáfrica el año pasado cuando se organizó en ese país la Copa de Confederaciones de fútbol. En esos días el jugador de la selección española Xabi Alonso, pidió en el marco de una entrevista que las vuvuzelas fueran directamente prohibidas. Estas declaraciones generaron el rechazo inmediato de los hinchas y periódicos sudafricanos que trataron, ya por entonces, de arrogantes a los españoles que, recuerdo de paso, pese a su sobre valuada autoimagen de maestros del fútbol, sólo salieron terceros detrás de Brasil y Estados Unidos.

Los periódicos sudafricanos respondieron a la afrenta lanzada por el español con sendos artículos de opinión en defensa de la vuvuzela. Los pormenores de esta escaramuza dialéctica fueron recogidos en un artículo del excelente periodista inglés, John Carlin, que apareció en el diario español El País y fue titulado “El desaire de las Trompetas”. Carlin, que es el autor del libro Playing the Enemy en el que se basó la última película de Clint Eastwood “Invictus” y que conoce muy bien África, escribió por entonces sobre el rechazo sudafricano frente al “desaire” español. Un columnista del diario Star, de Johanesburgo, cuenta Carlin, propuso en un artículo de opinión exportar miles de vuvuzelas a España para que así no se pudieran oír “los cánticos racistas”en los estadios españoles. Me gusta ese diario.

A la lista de temores pequeños burgueses sobre la seguridad y las suspicacias que generó la primera copa del mundo en un país africano y negro, ahora le llega el turno a las vuvuzuelas sobre las que se han focalizado todas las pullas, críticas, indignaciones y sornas posibles. No nos importa si Sudáfrica intenta con grandes sacrificios y no pocos logros dejar atrás uno de los regímenes segregacionistas más atroces e injustos de la historia contemporánea. Lo que importa son las vuvuzuelas. La gente, salvo incidentes menores, no la está pasando tan mal en la “pobre” Sudáfrica.

La verdad, entre nosotros, es que son un poco molestas las trompetas de plástico, no se como existiendo los fagots y las Violas da Gamba esta gente utiliza estos instrumentos tan primarios para manifestar su alegría. Existiendo los mesurados aplausos y o el modélico hip hip hurra, cómo esta gente no para de hacer tronar nuestros sensibles oídos con las vuvuzuelas.

Mientras estos ruidosos cilindros de plástico, cuyo sonido dicen se parece al de una manada de elefantes, siguen alimentando el vacío de la prensa mundial, yo me pregunto en la distancia: ¿Es acaso el largor fálico de las trompetas africanas lo que tanto atormenta a los occidentales? ¿Si Miles Davis estuviera vivo, que hubiera pensado de todo esto? ¿Serán las vuvuzuelas sudafricanas, como aquellas famosas trompetas de Jericó del Antiguo Testamento, las encargadas de hacer caer las murallas que protegen a los imperios mundiales de la información? No lo creo, pero la idea es al menos estimulante.

Desde Leeds, en el norte de Inglaterra, este periodista rosarino e hincha solitario de la selección les dice a grito pelado: Aguanten las vuvuzelas. Aguante Argentina.

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