Banderas con familias y familias con banderas, bajo el tibio sol del domingo. El clima fue propicio. Y no sólo desde el punto de vista meteorológico, sino también social. Al igual que los festejos por el Bicentenario, la fiesta popular por el Día de la Bandera desmintió en forma categórica aquellos diagnósticos que están destinados a dominarnos por el miedo y la angustia.

Se hicieron trizas, una vez más, desmentidos por la contundencia y el tono festivo de la multitud, todos aquellos diagnósticos que intentan en vano imponer, en forma machacona y falaz, que la Argentina un país deprimido, decadente y acomplejado.

Nada de eso se vio en la fiesta de Rosario, que ya desde el sábado comenzó a cambiar la fisonomía del sector cercano al Monumento a la Bandera, que se dio otro buen baño de multitudes. Y fue una multitud diversa, variopinta, abigarrada, que vive en una realidad que no es la que a diario inventan los medios concentrados al servicio de intereses minoritarios.

Es que con sólo tomarse un café en alguno de los bares de la zona, podía uno viajar gratis por la Argentina, y recorrer con la mente buena parte de la gigantesca geografía nacional, al entablar conversación con alguno de los miles de visitantes que llegaron para participar del festejo. “Hola, venimos de Córdoba capital”; “Hola, somos de provincia de Buenos Aires”; “De Neuquén”; “De Entre Ríos”: así comenzaron muchos intercambios entre locales y visitantes, en principio para pedir una indicación, una recomendación sobre “dónde comer barato”, o simplemente para comentar de qué equipo es hincha cada uno e intercambiar pullas al respecto.

Toda la zona lució atiborrada de colectivos y camionetas provenientes de distintos puntos del país. A cada participante del encuentro le quedó claro de entrada, con sólo caminar hacia el Monumento, que Rosario fue este domingo el epicentro de algo grande e importante, y que él, como todos, iba a ser protagonista y no mero espectador pasivo.

Ávidas lentes de miles de cámaras de fotos buscaron cada rincón de Rosario para perpetuarlo, para llevarlo de recuerdo al lugar de origen. Y la bandera nacional fue la gran estrella de las cámaras: todos se fotografiaban agitando banderas, con banderas de fondo y en muchos casos luciendo la camiseta de la selección nacional de fútbol. Eran fotos color celeste y blanco por dónde se las mirara.

No sólo no hizo frío, sobre todo a partir del mediodía el sol por momentos obligó a la gente a quitarse el abrigo. Y hasta se escucharon quejas por “el calor” en boca de personas que cargaban en brazos los ya inútiles abrigos.

No fue nada más que un festejo conmemorativo, de efeméride. La fiesta popular estuvo cargada de significado, y el discurso de la presidenta le puso una suerte de broche de oro a esta impronta, alejando sus palabras de las vacuas florituras de Billiken y Anteojito para destacar el contenido ideológico de la bandera y de Manuel Belgrano, que creó la enseña patria en medio de fuertes confrontaciones y crispaciones políticas.

Se produjo además un verdadero desembarco del gobierno nacional en Rosario. Los ministerios llegaron en camiones y trailers que se estacionaron en el Parque Nacional a la Bandera, donde no faltó la biblioteca móvil del Congreso de la Nación, que convirtió parte del espacio verde en una verdadera sala de lectura a cielo abierto.

La presencia del Estado se hizo evidente, corpórea, así como también el boom de consumo al que, en los últimos años, se han podido sumar algunos sectores que venían rezagados tras la devastación neoliberal. Miles de puestos callejeros ofrecían todo tipo de artículos, recuerdos y vituallas, además de los stands de los artesanos. Torta asada, empanadas, gaseosas, facturas, panchos y choripanes se mezclaron con gorros, banderas, vinchas y cornetas. Y hasta se vieron jóvenes estudiantes que salieron a ganarse la vida ofreciendo empanadas caseras, pan relleno y otras exquisiteces.

Por toda la zona del Monumento se podía percibir que algo distinto está sucediendo en la Argentina. Y tiene que ver con la participación de la gente, porque en la fiesta de este domingo, por ejemplo, cualquier ciudadano podía tomarse de la enorme bandera que se vino construyendo en Rosario y desfilar, como uno más, como un soldado, como un veterano de Malvinas, y no sólo ver el desfile desde fuera, como mero espectador.

Muchas de esas personas, cuando lleguen a sus hogares, seguramente encenderán el televisor y verán algún canal de noticias, quizás. Así podrán contrastar, comparar, sopesar, evaluar, el mundo que le devuelve la pantalla de televisor, por un lado, con lo otro, lo de allá afuera, eso denominado "realidad".

Fotos: Javier García Alfaro

 

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