Al Binner le salió un grano en el Frente, es radical, y de Santa Fe.
Al Binner le salió un grano en el Frente, es radical, y de Santa Fe.

El socialismo concretó la proeza de colocar a un hombre suyo en una Gobernación por primera vez en la historia argentina. Lo hizo desplazando al Partido Justicialista (PJ), una fuerza política que venía gobernando en forma ininterrumpida durante casi un cuarto de siglo. Transcurrido casi dos tercios de ese mandato fundacional, no parece que la gestión le garantice a un dirigente de ese partido encabezar un nuevo período. El mayor beneficiario de esa situación no es su mayor rival sino su principal socio, el radicalismo, y esa es toda una novedad en el escenario político santafesino. Y también en el nacional.

El Frente Progresista, Cívico y Social fue un invento interesante que se pergeñó en los clásicos laboratorios a los que socialistas y radicales acostumbran acudir cada vez que necesitan diseñar una estrategia electoral. Dos consignas iniciales estuvieron estampadas en la génesis de esa ingeniería: diluir el recuerdo ominoso de la anterior experiencia en ese sentido, la Alianza para el Progreso y la Justicia Social, que terminó en el desastre de 2001, y cerrar a nivel territorial santafesino un esquema que permitiera sacarle ventaja al tradicional poder de los senadores, intendentes y referentes locales del PJ extendidos en toda la geografía provincial. El aporte de la UCR fue fundamental, y eso le costó al socialismo algunos lugares en las listas de 2007, y no pocos cargos en el gabinete y en las segundas y terceras líneas del futuro gobierno.

En esos tiempos demasiado cercanos a la debacle delarruista, que dejó regada de muertos, bancarrotas e impericia a la Argentina, ese diseño era un negoción para un radicalismo golpeado y sin autoridad siquiera para abrir la boca.

Hoy eso cambió. El futuro llegó. Por razones que algún sociólogo debería explicar, en esta coyuntura la UCR se siente como el Lázaro que volvió a la vida luego de la intervención de Jesús de Nazaret. Claro que según pasan los meses, las interpretaciones respecto de quién hizo el milagro radical de esta parábola política cambian como las modelos de ropa en un desfile.

Al principio pareció que el resurgir de las boinas blancas se debía a la muerte de Raúl Alfonsín y la seguidilla de homenajes –gobierno nacional incluido– que lo emplazaron en el curioso pedestal de Padre de la Democracia.

No pasó mucho tiempo hasta que una de las más notables traiciones de la historia política universal hiciera que muchos radicales desencantados encontraran un héroe circunstancial en el vicepresidente Julio César Cleto Cobos, quien había sido repudiado por la catedral radical cuando selló el pacto con Néstor Kirchner que lo hizo compartir la fórmula presidencial ganadora detrás de Cristina Fernández de Kirchner en 2007.

La propia personalidad desangelada del mendocino, su enfermiza dependencia de las corporaciones agroexportadora y mediática –sus visibles sostenes iniciales fueron la Mesa de Enlace y el Grupo Clarín–, y su ordinaria capacidad política dejaron paso al crecimiento del liderazgo del clon del primer mandatario de la etapa abierta en 1983: Ricardito, como acostumbra nombrarlo la pitonisa chaqueña Elisa Carrió.

Ricardo Alfonsín superó el karma de ser sólo la cara joven de su papá ganando la interna bonaerense de la UCR, donde Cleto había plantado candidato, todo lo cual le permitió a la oposición mediática liderada por Clarín sacar de la galera otro presidenciable con chances de infligir una derrota al kirchnerismo en 2011. Y así están las cosas en el radicalismo a nivel nacional.

¿Y en Santa Fe?

Ese resurgir del radicalismo tuvo profundos efectos contagiosos en la provincia de Santa Fe, donde primero hubo conversaciones para reforzar la alianza –palabra maldita nunca proferida por Hermes Binner ni sus aliados radicales– que los llevó a la Casa Gris, en despachos disímiles pero despachos al fin.

Pero merced a una gestión opaca pero bancada por el establishment santafesino, el intendente Mario Barletta salió a la palestra y se autopostuló candidato a gobernador. De nada sirvió el movimiento de Binner de proclamar a un delfín de su riñón –el modesto ministro de Gobierno Antonio Bonfatti–, ni los iniciales gestos casi masónicos del jefe partidario Rubén Giustiniani, quien pretende hacer valer la buena elección de senador en la que perdió por apenas 1,5 por ciento frente a Carlos Reutemann.

Poco peso tienen también en la órbita UCR las aspiraciones de Miguel Lifschitz, quien tira a la Mesa de Dados 2011 sus ocho años al frente de la Intendencia de la segunda ciudad del país, un diploma que no sería moco de pavo si no fuera porque quedaron tan lejos aquellas doradas manzanas del sol del Congreso de la Lengua, brillos que nunca pudieron ser reeditados a pesar de tanto esfuerzo organizativo en pos de caravanas fluviales y flamígeros artificios costeros.

“Tenemos derecho a discutir el primer lugar de la fórmula a gobernador del año que viene”, sostienen con lógica metalúrgica los ahora bravíos coroneles boina blanca. Y lo harán, seguramente, desde la más elemental de las premisas radicales: en el peor de los casos, para conseguir la mayor cantidad de cargos posible, en el mejor, jugar al juego que más excita la libido de los herederos de Alem e Irigoyen: armarse para una interna, que sería externa, pero que tiene en esa olla las especias más inspiradoras: si ganan, bingo; si pierden, a contar los porotos y a repartir ministerios y secretarías de Estado y a intercalar apellidos en las nóminas de diputados y concejales.

Cualquiera que viva fuera de la bota santafesina podría vaticinar una clara y aplastante victoria socialista. A no apurar al pingo, que todavía no comió la alfalfa. El algo mítico despliegue territorial del radicalismo, con su vitrina de comunas e intendencias, un puñado de senadores, diputados con cierto ascendente y concejales con ganas de progresar, muchas veces no alcanzó para traducirse en votos triunfantes, pero es a lo que más le teme la comandancia socialista, por lo que el más pícaro de ellos, Pechito Giustiniani, mira al costado cuando los dirigentes nacionales de la UCR recalan en la provincia para fortalecer a sus pollos dándole algunas zurras al oficialismo. El único senador nacional socialista quiere negociar, no quiere oír hablar de una interna donde se corren tantos riesgos y sea cual fuere el resultado siempre saldrá más caro conformar a los insaciables socios que en la mesa de arena de un rosarino restaurante avant garde.

No es el justicialismo, en sus más disímiles vertientes, el que desvela a los Hombres de la Rosa. Saben que si hay votantes del PJ descontentos con el kirchnerismo siempre preferirán votar a un radical que a un socialista. Y pese al desdoblamiento de las elecciones, para los punteros justicialistas federales anti K siempre es más atrayente pensar en negociar con un gobernador y ministros radicales que con los intransigentes socialistas.

Y si este panorama ya fuera lo suficientemente desalentador en términos electorales, apareció la anunciada precandidatura del diputado nacional coalicionista cívico Carlos Comi, otro socio, en este caso surgido de los rugidos de la Pantera Chaqueña, en cuyo seno también reporta Pablo Javkin, como postulante a suceder a Lifschitz. Se dirá que los votos del carriotismo provinciano son más bien escasos a medida que las profecías de la Jefa Espiritual naufragan en el océano del desencanto, pero no es lo que piensan los espadachines socialistas, que ven apocarse paso a paso sus propios sufragios, que amenazan dispersarse aún más si se contabilizan a los adeptos a uno de los más conspicuos visitantes de los estudios de TN, el cineasta Fernado Pino Solanas, quien también compite por la franja “progresista”.

Si ninguno de esos competidores piensa en acompañar un segundo mandato socialista, ¿cómo repetir aquella performance de 2007 que le permitió a Binner llegar al sillón del Brigadier? Aquella mística del desplazamiento de la Bestia Negra a las márgenes del poder ya no late al mismo ritmo. Cada quien quiere su tajada del pastel de la Nueva Alianza llamada Frente Progresista, Cívico y Social. Nadie se piensa a sí mismo como cola de león, la tentación de ser cabeza de ratón invade los búnkers de casi todos los que un día acompañaron el rally Rosario-Santa Fe de la Vera Cruz. Ya no están Marcelo Brignoni ni José Tessa. Ya los docentes probaron que haber empujado fuerte para que llegue Hermes a la Casa Gris no alcanza para tener los sueldos o viviendas que se merecen. Parece que la Bestia Negra no era la responsable exclusiva de la inseguridad, las escuelas despintadas y la represión a menores en el Irar. Mirando el reloj a cada rato, Binner debe murmurar, bien despacito: “No es joda esto de gobernar”.

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