La sierpe gris, como una hidra de infinitas cabezas, instila humillación, miedo y muerte en tierras bíblicas. Un soldado le pide pasaporte al asno que presenció el nacimiento de Jesús. “Gueto”, dice el burro. Tijeras cortan el cemento. Una paloma con chaleco antibalas. “Boicot a Israel”. “Las manos que construyen muros también pueden derribarlos”. “Apartheid”. “El silencio es complicidad. Liberen a Palestina. Somos humanos”. El amasijo de cemento gris, rejas, alambres de púas y cámaras funciona como texto, espejo, monumento.

El gran texto parece infinito, escrito en la lengua de Babel, dibujado por niños enojados, militantes, gente de todas las latitudes. De un lado, la pulcritud del cemento gris. Del otro, la ira, la impotencia, las palabras, las carcelarias torres de control chamuscadas por el fuego de la indignación. “Tengo que salir a las seis de la mañana, y levantarme a las cinco, para llegar a trabajar a las nueve, y nunca se sabe, todo depende de qué suceda en los controles de la frontera”, cuenta Jaled, mientras espera su turno en una larga cola bajo el sol, a treinta grados de temperatura.

Los puestos de control incluyen torres, cámaras, y un complejo laberinto de pasadizos, oficinas, detectores de metales y molinetes. Muchas rejas, alambres, letreros. Predominan los colores celeste y gris. La luz de tubos fluorescentes contrasta con el fulgor solar que se adivina tras las ventanas. El azul, el pasaporte argentino, abre todas las puertas. Entrando a Palestina, los oficiales reciben sonrientes a los visitantes y nunca falta una referencia a Lionel Messi. Igualmente simpático resulta el tránsito en el sentido contrario: con sólo exhibir a lo lejos el azul, desde una cabina se dispara una sonrisa, rara avis por estos pagos, y hasta un “Welcome to Israel”.

Pero a otras personas no les resulta tan fácil. Muchas son detenidas, rodeadas e interrogadas por soldados armados incluso antes de llegar al puesto. Los mismos soldados que con mirada torva corren, con sus M16, y gritan “No pictures, no pictures”, para evitar que se tomen fotos como las que ilustran esta nota.

Como las grandes catedrales medievales, como la Sagrada Familia de Gaudí que tomó el modelo medieval, el muro está siempre construyéndose. Pero la idea no es que sea la obra de varias generaciones. Otra parece ser la lógica: avanzar, ocupar, conquistar, mostrar poder desconociendo las resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y la condena del Vaticano, entre muchas otras.

La gran mole de cemento empezó a alimentarse en 2002. Y nunca se dio por terminada. Sigue creciendo, sigue metiéndose en tierras palestinas. Deja fuera, prisioneras, a decenas de miles de personas: unos 55 mil palestinos con tarjeta azul, de residentes, están aislados. Pueblos y ciudades enteros quedaron presos, encerrados por los cuatro costados. Belén, la ciudad del pesebre, de la paz y el amor en cada Navidad, es hoy un pueblo diezmado, fantasmal. El comercio y el turismo están allí heridos de muerte.

La gran sierpe separa familias, pareja, amigos y da el tiro de gracia a la paupérrima economía de los palestinos. En los territorios palestinos el desempleo supera el 50 por ciento, y la pobreza alcanza el 75 por ciento. Buena parte de los palestinos se ganan la vida en Israel, pero desde que se erigió el muro muchos perdieron sus empleos. Otros tienen que vivir una diaria Odisea para llegar a sus lugares de trabajo.

El muro también complica la atención médica. Los palestinos denuncian que ha habido casos de enfermos que murieron en la ambulancia, en la cola frente a los puestos fronterizos, esperando la autorización, como en una versión de "Ante la ley", el cuento de Franz Kafka, un verdadero especialista en temas como la espera infinita, la injusticia y el absurdo.

En mayo de 2009 el papa Benedicto XVI condenó en los términos más enérgicos la presencia del muro de separación construido por Israel en Cisjordania y dijo que “en un mundo en el que las fronteras se abren cada vez más, es trágico constatar que se construyan aún muros".

El 22 de octubre de 2003, por aplastante mayoría, la Asamblea General de la ONU condenó la construcción del muro israelí. Sólo cuatro países se pronunciaron en contra de la condena: Estados Unidos, Israel, las islas Marshall y Micronesia. La resolución se aprobó por 144 votos a favor y 12 abstenciones. Pero el gobierno israelí de entonces, encabezado por Ariel Sharon, ignoró el pronunciamiento de la ONU y anunció por boca del ministro de Industria y Comercio, Ehud Olmert, que la construcción del muro seguirá adelante. La resolución de la ONU estipuló que la valla "contradice la legislación internacional" al no respetar la línea verde, la frontera establecida en 1948, y pidió al gobierno de Ariel Sharon que "pare" de construir en territorio palestino y dé "marcha atrás". El texto también critica la edificación de nuevos asentamientos en Cisjordania y Gaza y "cualquier actividad que incluya confiscar tierras, perturbar la vida de personas protegidas y la anexión de facto" de zonas palestinas.

Legítima defensa

“Vivimos rodeados de enemigos que no nos conceden el derecho a vivir, a existir. No tenemos otra alternativa. Los enemigos de Israel viven entre nosotros y nos quieren destruir. Tenemos en derecho de defendernos. El que no lo entienda, que venga a vivir aquí y vea. Es muy fácil ser pacifista desde la comodidad”, aseguró Miri hablando en forma pausada, con voz dulce y melodiosa. La joven de 22 años vestía shorts verdes ajustados y remera musculosa blanca. Con un milk shake de frutilla en la mano, caminaba por Mamilla Open Mall, un coqueto complejo comercial de Jerusalén cercano a la Puerta de Jaffa de la Ciudad Vieja. Bien podría confundirse con muchas de las chicas que caminan por las calles Argentinas, excepto por el fusil M16 que pendía desde su hombro izquierdo y se balanceaba, plácido.

La opinión de la joven, que se parece al discurso oficial de Israel, seguramente es compartida por muchos israelíes, la mayoría, tal vez. Pero existen minorías con otras miradas y otros discursos.

Este viernes, unas 4.500 personas entre israelíes, palestinos, y activistas extranjeros se manifestaron por "la independencia de Palestina" en Jerusalén Este, cuando los palestinos se disponen a solicitar en septiembre la adhesión de un Estado palestino a la ONU. Enarbolando banderas palestinas, los manifestantes comenzaron la convocatoria en la puerta de Yaffa de la Ciudad Antigua amurallada y desfilaron a lo largo de la "Línea Verde", la frontera internacionalmente reconocida entre la parte judía de la ciudad y la palestina, ocupada por Israel desde 1967. "Judíos y árabes luchan contra la ocupación" y "Los asentamientos son un delito, sí, boicotearemos sus productos", corearon los ciudadanos en referencia a la polémica ley que establece multas a quienes llamen a boicotear las colonias judías en territorio palestino, aprobada el pasado lunes por el Parlamento israelí.

"Judíos y árabes rechazan ser enemigos", "Dos Jerusalenes, una sola paz" o "Bibi (el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu), reconocé a Palestina”) fueron algunos de los lemas en las pancartas de la protesta, en la que se mezclaban símbolos en hebreo y árabe de, entre otros, los partidos israelíes de izquierda Meretz y Hadash, y la principal organización pacifista del país, Shalom Ajshav. La marcha, que transcurrió sin incidentes, tuvo por lema "Marchando por la independencia palestina", y concluyó en el barrio palestino de Sheij Jarrah, escenario en los últimos años de expulsiones judiciales de palestinos de sus hogares para dar entrada a colonos judíos.

Asimismo, existen en Israel más de mil objetores de conciencia detenidos, muchos de ellos militares israelíes que han combatido contra los países árabes, pero que han dicho “basta” y se niegan a atacar niños y personas indefensas en Palestina.

Artistas, y militantes de todos los continentes y religiones han realizado campañas para denunciar la amenazante presencia de la hidra, pero hasta hoy el estado de Israel continúa haciendo oídos sordos. Oficialmente, en Israel no se utiliza la palabra “muro”. Se menciona la “valla” o la “franja”, y se la justifica reiterando la necesidad de protegerse de los ataques terroristas.

“Welcome to the gueto”, dice una de las pintadas en el muro de Cisjordania. La palabra estremece. Trae reminiscencias horrorosas. Cuando se comienza a transitar las entrañas de la hidra, los estrechos corredores del complejo de galpones, oficinas y controles, resuenan las expresiones de Lea Tsemel, abogada judía, e israelí, que nació y vive en Israel y defiende a presos políticos palestinos: “Gueto, sí, gueto es la palabra. Hay que usarla abiertamente. Es la que corresponde. No sé por qué tienen tanto miedo en usarla: gueto, apartheid, racismo”, aseguró durante su paso por la Argentina en junio pasado.

“Defiendo a los palestinos porque no tienen derechos. Ellos tienen que conseguir sus derechos para que nosotros, los israelíes, recuperemos nuestro futuro. Así, con esta situación, Israel no tiene futuro. Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre” agregó. Entre las chapas, el cemento, las rejas y los alambres, sus palabras cobran un peso estremecedor.

 

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