El diario conservador se vio obligado a cerrar los comentarios de los lectores.
El diario conservador se vio obligado a cerrar los comentarios de los lectores.

Ante la presencia de comentarios de lectores que festejaban la muerte de Iván Heyn, los editores de La Nación actuaron como el Dr. Frankenstein, asustados por el monstruo que ellos mismos alimentaron. Pero jamás podrán sacarse la muerte de encima.

El diario de los Mitre apoyó siempre a las oligarquías y los grupos concentrados, todos ellos manchados con sangre. Es esa la sangre que regresa, una y otra vez, como un espectro implacable, a pedirles cuentas. La sangre de los pueblos originarios masacrados en la "conquista del desierto", la de los reprimidos de todas las dictaduras, la de todos los que lucharon por proyectos contrarios a los intereses de las minorías que representa La Nación.

El rey Ricardo III de la obra de Shakespeare intenta en vano conciliar el sueño en su tienda de campaña, antes de la batalla. Los espectros de todos aquellos que traicionó y asesinó para obtener la corona se le aparecen, desfilan ante él, lo maldicen: "Mañana en la batalla piensa en mí, y caiga tu espada sin filo. Desespera y muere". La sentencia se repite como una letanía, como una suerte de maldición contra los genocidas, los tiranos y todos aquellos que detentan o defienden un poder manchado con sangre. Lo reprimido regresa. Lo oculto se hace presente.

El diario La Nación se vio obligado a cerrar los comentarios de lectores acerca de la muerte del subsecretario de Comercio Exterior, Iván Heyn, quien este martes apareció muerto en la habitación del hotel donde se encontraba alojado, en Montevideo. El joven, de 34 años, era militante de La Cámpora e integraba la comitiva presidencial que participa de la cumbre del Mercosur.

Algunos comentario aparecidos en La Nación eran de festejo, otros optaban por teorías absurdas y conspirativas propias de malas telenovelas y otros, simplemente, chapaleaban en la bosta y el morbo que exudan ciertas formas patológicas del resentimiento. Unos pocos lectores pedían moderación.

La relación entre un medio de comunicación y sus lectores da lugar a discusiones infinitas, muchas veces productivas, muchas veces bizantinas. La pregunta es hasta qué punto el medio crea, o configura, o alimenta, la ideología de sus lectores, o si lectores ya formados, con un ideario propio, configurado o alimentado en otras fuentes no periodísticas, se acercan a los medios que más los representan y con los que más se identifican.

De todos modos, y más allá de lo pertinente de la discusión, en este caso puede dejársela de lado, para destacar un hecho indiscutible, objetivo y avalado por buena parte de la historia argentina: La Nación es el diario de la oligarquía, de los grupos económicos más concentrados. A partir de este hecho, todo se aclara, la verdad profunda detrás de la anécdota de los comentarios de los lectores de La Nación aparece irrefutable, con la claridad de un silogismo lógico: la oligarquía y los grupos concentrados están manchados con sangre. Siempre se sirvieron de la represión, el genocidio y la violencia para dar lugar a la acumulación de riquezas que los caracteriza.

Detrás del proceso de acumulación originaria capitalista, escribió Marx, hay siempre barro y sangre, las marcas de la violencia y el saqueo que hicieron posible esa acumulación. En vano intentan las élites tapar estas manchas de origen. Se ocultan, se disfrazan, se perfuman con la ayuda de los grandes medios de comunicación a su servicio. Pero la sangre y el barro siempre surgen. Y los fantasmas de los muertos, de los que fueron asesinados por el poder, siempre regresan. Como en Ricardo III de Shakespeare, los espectros de los masacrados vuelven para desvelar a sus asesinos. En el caso del diario de los Mitre, esa antigua y fundante violencia oculta regresa en forma de comentarios que deben acallar, porque hacen visible aquello que tiene que permanecer escondido.

También hubo festejos cuando falleció Néstor Kirchner. Festejar la muerte tiene una larga tradición en ciertos grupos de élite argentinos. Son coherentes, siempre se han beneficiado con la muerte. Sus intereses de clase siempre se impusieron a sangre, fuego y tortura. Pero tienen su propio castigo: el odio, el resentimiento no construye, los envenena, los amarga, los vuelve impotentes y los encapsula. Cada vez son menos, aunque con cada vez más odio. Rumian atragantados en lujosos rincones, acosados por fantasmas.

Fuente: Agencia Paco Urondo

 

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