La secretaria general de Ammar reivindicó la lucha de las mujeres organizadas por una ley de trabajo sexual que las regule, y cuestionó los operativos anti trata: “Buscan víctimas y las prejuzgan como delincuentes”.«La dignidad no está en la vagina, está acá”, dice con firmeza Georgina Orellano, y se señala la cabeza. “Vemos ahora cómo los partidos políticos se prostituyen. Nosotras no lo hacemos nunca con nuestras ideas y convicciones”. La mujer, de mirada intensa, es la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices (Ammar), y en este caso habla representando a las trabajadoras sexuales organizadas. Orellano tiene 28 años y junto a sus compañeras lleva años levantando las banderas por una ley que regule el trabajo sexual. Afirma que, pese a no ser ilegal, la prostitución es cada vez más clandestina. Y que para que la situación cambie, el país deberá despojarse de prejuicios y de una moral que nada tiene de genuina. Por eso se señala la cabeza. Y repite, una y otra vez, dónde está y qué es para ella la “dignidad”.

Georgina es de Villa del Parque, un barrio de CABA. Comenzó a trabajar en la calle hace 9 años, cuando tenía 19, y cuatro años después empezaría a militar. Al principio, cuenta, Ammar se acercaba a su barrio a repartir preservativos y dar charlas, pero ella elegía subir y bajar de los autos. No le interesaba perder minutos de un pase en conocer sus derechos. La Asociación de Mujeres Meretrices supo, sin embargo, cómo llegar a las potenciales compañeras: solucionó un problema que estaban teniendo con un vecino al que les molestaba su presencia. “Nos dieron una respuesta rápida y efectiva y, por primera vez, nos sentimos acompañadas. No nos habían trabajado desde la culpa”. Georgina y sus compañeras sintieron que algo había que devolver y comenzaron a asistir a talleres y charlas organizadas por el sindicato. Se empoderaron hasta el punto de elegir las delegadas de su zona. Y ella fue una de las elegidas. “Organizarnos apuntaló los lazos de solidaridad que ya estaban instalados entre nosotras”, destaca.

Orellano llegó a Rosario hace dos semanas, tras los allanamientos a dos locales de prostitutas que se realizaron en la zona de la Terminal de Ómnibus. Los operativos y la movilización de las mujeres que allí trabajaban instalaron en Rosario un debate que la ciudad de Sandra Cabrera –dirigente de Ammar asesinada en 2004 tras denunciar corrupción policial– se debe hace tiempo: quiénes son las trabajadoras sexuales, cuáles son sus condiciones, cómo afecta la aplicación de políticas anti-trata. “La violencia que se sufre en este caso es la institucional. Queremos cortar con la hipocresía. Se llenan la boca diciendo que rescataron a víctimas y en realidad exponen a compañeras a una mayor vulneración de sus derechos. Estamos en un contexto de campañas políticas y no podemos permitir que levanten la bandera de la lucha contra la trata cuando en realidad empujan a mujeres a una mayor precarización”.

—¿Cuál es la postura de Ammar frente a las políticas anti–trata?
—Estamos en contra de la trata. Nuestra crítica es hacia cómo se realizan los operativos anti trata. Durante los allanamientos rompen todo, entran armados, ponen a las compañeras contra la pared, las desnudan. Estamos en contra de la humillación. Buscan víctimas de trata y las prejuzgan como delincuentes.

—Señalaste a Rosario como una de las ciudades más inseguras y desprotegidas, ¿por qué?
—Rosario está reliberada. La venta de droga está donde están las compañeras, les roban y golpean, y nadie las protege. Los que deberían hacerlo son las fuerzas policiales y parece que están del otro lado. La Policía santafesina no detiene a una mujer que está trabajando en la calle, pero sí la está amedrentando permanentemente. En Rosario hay muchas extranjeras que desconocen la ley y no saben en qué ampararse. La Policía les pide plata y les dice dónde trabajar.

—¿Por qué, desde el asesinato de Sandra Cabrera, es tan difícil que en la ciudad se reorganice Ammar?
—Las compañeras tienen miedo, porque a Sandra la mataron por denunciar a la Policía. Siempre estuvo el intento, tenemos delegadas, pero es difícil. Estamos poniendo el énfasis en el empoderamiento de las mujeres: les enseñamos sus derechos, damos charlas. Tal vez con este conflicto podemos volver a organizarnos.

—¿Hay un cambio en la violencia que se ejerce sobre las trabajadoras sexuales?
—Con el paso de los años el trabajo sexual se criminaliza más. Hace tres años los cabarets y las whiskerías estaban habilitados. Eso implicaba inspecciones, que las chicas tuvieran libreta sanitaria y condiciones laborales dignas. Las compañeras eran monotributistas, anotadas como alternadoras, y hacían aportes jubilatorios, tenían obra social. A través de las políticas anti trata se han implementado leyes provinciales y ordenanzas municipales que prohíben estos lugares. Eso no significa que hayan dejado de existir. Están bajo otro rubro, y las compañeras más desprotegidas. Cada prohibición genera un negocio. Se prohibió el “rubro 59” y se abrieron otros nuevos: “Solos y solas”, “Masajes”. Antes, publicar salía 60 pesos por día; ahora, 200. En las páginas web, antes publicábamos gratis, ahora nos cobran hasta mil pesos. Cada prohibición desprotege a los sectores vulnerables. Sucede lo mismo con el aborto: está prohibido, pero existe. Sucede también con la marihuana: se llevan preso al pibe que fuma porro en la esquina, nunca al que se la vende. Siempre se corta el hilo en lo más delgado.

—¿De qué trata el proyecto de ley de Regulación del Trabajo Sexual que impulsan?
—La prostitución en Argentina no es ilegal pero hay un vacío legal que hace que la mayor cantidad de veces trabajemos en la clandestinidad. Parece que las políticas anti trata se enfocan en criminalizar nuestro trabajo y nos empujan a la precarización. Necesitamos que el Estado garantice derechos y no esté a través de la persecución policial. Lo que pedimos es ser monotributistas como trabajadora sexual, estar inscriptas, tener un carnet habilitante que emita el Ministerio de Trabajo de la Nación y que el Estado sea veedor de las cooperativas habilitadas. El proyecto pierde estado parlamentario en octubre, por eso estamos enfocadas en instalar el debate. Para que Argentina legisle sobre el trabajo sexual tiene que dejar de lado hipocresías, desconocimiento e intereses. Queremos que, mientras nos sacamos prejuicios y moralismo de encima, se discuta, pero con nuestras voces presentes. Estamos dispuestas a un debate abierto, respetuoso y político, que no nos vengan con chicanas de que somos proxenetas o fiolas. Somos trabajadoras sexuales y sindicalistas. Y estamos muy orgullosas de eso.

—¿Qué sienten cuando las tildan de mujeres que cosifican el cuerpo?
— El problema es nuestra herramienta de trabajo. Hay una mirada impuesta sobre la mujer y nosotras nos corremos: hablamos de autonomía de los cuerpos, ser trabajadoras autónomas. Si el Estado estuviera presente no debería haber una tercera parte que nos proteja. Pero no está. Entonces buscamos a un tercero que nos cuide pero que se queda con una parte de nuestra ganancia. Mientras sigamos discutiendo si esto es trabajo o no, seguiremos haciendo caldo gordo a la violencia institucional y al proxenetismo. Siempre pensamos que cuando exijamos la regulación de nuestro trabajo el primer opositor iba a ser la policía, que no iba a querer perder esa caja. Y en el camino nos encontramos con otras opositoras: las mujeres abolicionistas.

—¿Quiénes son y en qué se oponen?
—Son una rama del feminismo. Nosotras también somos feministas y entendemos a esta corriente como un espacio donde confluyen las voces de todas las mujeres. Al principio no entendíamos al abolicionismo: tuvimos que investigar, aprender. Y aún no lo entendemos. Nos dicen que nosotras somos esclavas. Creo que hay que sacar la mirada conservadora y moralista sobre el trabajo sexual y ser más amplios, ver qué pasa con otros mercados laborales. Nosotras estamos en una central de trabajadores y podemos hacerlo: vemos cómo luchan otros sindicatos y entendemos que no somos las únicas explotadas, sino que hay un sistema mucho más grande, el capitalista, que decide sobre los cuerpos de los hombres y mujeres. Todos cosificamos una parte del cuerpo, todos le ponemos un precio a su uso y tiempo: nosotras, las empleadas domésticas, los albañiles, los operarios. Ninguno puede elegir cuánto dinero llevar a fin de mes, cuántas horas por día trabajar ni en qué ámbito. Nos condiciona el contexto económico, político, social y cultural.

—El Estado, sin embargo, propone alternativas laborales a trabajadoras sexuales que no quieran serlo. ¿Cómo las ven?
—Nos dejan en el rol de mujer sumisa y funcional al patriarcado. Parece que la mujer de los planes sociales sólo puede aspirar a ser peluquera, costurera o tener un emprendimiento para hacer aritos. Se dice que nuestro trabajo es funcional al patriarcado, estamos en contra, no lo somos.

—¿Por qué?
—Porque nosotras tenemos el poder de decisión sobre nuestro cuerpo y en la relación con el cliente. Esto es un contrato entre las dos partes y las reglas las ponemos nosotras. Decidimos qué servicio sexual dar, a qué hoteles ir, cuánto cobrar. El cliente no tiene poder sobre nosotras a través del dinero. No es que por 300 pesos nos va a pegar y a humillar. Muchas veces se piensa eso porque se habla de afuera. Se escandalizan con las trabajadoras sexuales y no pueden vernos como mujeres de derecho que tienen decisión sobre su cuerpo, sobre cuándo y cómo trabajar. Sí vemos al patriarcado en mujeres que nos señalan y dicen que está mal lo que hacemos, trabajándonos mucho más el estigma para que nos vean como las putas, las víctimas, las pobrecitas. Se escandalizan por nuestro sector, pero no por las compañeras explotadas laboralmente en el campo o las fábricas. Se escandalizan porque nosotras explotamos la vagina y no nuestras manos.

—¿Qué falta comprender a nivel social para que cambie esta perspectiva?
—La sociedad no entiende que no tenemos que tener sexo sólo en una relación amorosa. No está preparada para entender que, como todo trabajador, no vemos la hora de cobrar y ahí está nuestro placer. Sobre todo hay mujeres que no comprenden que el placer no está asociado al amor o a la pareja estable. La dignidad no está en la vagina, está acá –señala la cabeza–. Vemos como los partidos políticos se prostituyen. Nuestras convicciones no se prostituyen. Nunca.

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