Yo no sé, no. Como nadie o casi nadie llevaba reloj a la canchita, y calcular el tiempo por la sombra resultaba engorroso, los partidos eran a 6 o 12 goles . Y ahí uno especulaba, cuántas posibilidades tenía. Si lo otros eran buenos mejor jugarlo a 12, porque a los 6 te liquidaban al toque. En las noches que se ponía el naipe, a la hora del Truco, uno se pasaba calculando todas las posibilidades todas las manos. En los primeros bailes organizados en el barrio, uno se la pasaba calculando el mejor momento sobre cuántas posibilidades podía tener a favor para el avance, para la declaración. Ahí uno especulaba en qué momento llegarían los lentos.
Allá por el ’73, los días previos a las elecciones del centro de estudiantes del Superior, Pedro y los compañeros calculaban cuántos votos tendría la postulación como delegado en quinto año de Marcelito, militante de la UES. Horas antes la incertidumbre la tenían en un sólo voto. Cuando murió Perón se instaló la discusión: cuántas posibilidades tendría el movimiento en seguir avanzando, o era la hora de desensillar no sólo hasta que aclare, sino como para transitar una meseta a la manera de un eterno empate.
Pedro se acordaba de la peli Una mente brillante el otro día cuando se enteró de la muerte del científico John Nash, el que supo hacer un trabajo que aún hoy se estudia sobre cálculos y posibilidades, conviviendo hasta los últimos días con una paranoia que lo hacía dialogar con viejos fantasmas de la derecha, y de la peor derecha, que fue el nacismo. “Y bueno –dijo Pedro como pensando en voz alta–, si para muchos comparando estadistas con estadistas de los últimos tiempos, Cristina es una mente –y un corazón) brillante, estarán calculando cuántas posibilidades tiene el proyecto con uno u otro candidato”.
“Para mí –siguió Pedro– lo que se nos viene es transitar por una meseta, y entonces sí hay que juntar al equipo –ya estará pensando en el fútbol), y juntar todas las líneas, y empezar a aguantar”. En lo que no hay que dejar de pensar es en la gente, y a la hora de los números –como alguna vez se dijo), los números tienen que cerrar con la gente adentro. Y ahí, si hay que colgarse del travesaño se cuelga, siempre pensando que en cualquier momento puede saltar el contragolpe, como para no caer en un eterno empate. Porque si caemos en este –en el eterno empate), los fantasmas de siempre que revolotean –los de la dictadura, del neoliberalismo de los noventa) se te pueden volver reales e inclinarte la cancha, haciendo de la meseta una cuesta abajo.
“¿Sabés qué? –me dijo Pedro otra vez–. Si lo que se nos viene es hacer de tripa corazón, calculo, calculo y me pregunto: ¿cuántos corazoncitos latiendo al mango se necesitarán para reemplazar una mente brillante?