Foto: Manuel Costa

Tras la multitudinaria manifestación contra los femicidios, en la provincia se debate un proyecto de ley de sanción al acoso callejero, una situación de violencia casi naturalizada contra la que las mujeres se rebelan cada vez más.

“No me visto para provocarte porque mi vida no gira alrededor de tu pene. Superalo”, es una de las frases más usadas en Rosario, en San Lorenzo, en Jujuy, en Lima o en Santiago, para denunciar el acoso callejero. El Ni Una Menos que se hizo escuchar masivamente en más de 80 ciudades de toda la Argentina, y que rebotó en varios países del mundo logró visibilizar no sólo el femicidio como la más extrema de las violencias contra las mujeres, sino que puso sobre la mesa otras formas en la que se expresa el machismo, social y culturalmente aceptadas en los distintos ámbitos de la vida de una mujer. En apoyo a la iniciativa del 3 de junio, hasta la propia presidenta criticó la “naturalización” de condiciones previas a la violencia femicida que “son cotidianas y festejadas como el piropo, grosero y soez”. “Una piba tiene que soportar esas situaciones ¿por qué? «si iba con esa minifalda ¿qué querés que le digan?» Una justificación cínica no solamente escuchada por los hombres”, remarcó la jefa de Estado desde su cuenta de Twitter, sentando postura sobre la problemática.

El presupuesto de que la mujer necesita la aprobación masculina para lograr en última instancia la aceptación de su propio cuerpo lleva a legitimar socialmente al piropo como un halago y ¡¡hasta necesario!! “Encima que te dicen que sos linda ¿te quejás? A ustedes les molesta todo”, critican los más “románticos”. El piropo tiene una larga historia en nuestra cultura y tiene todo el peso de la tradición. Es un código de la calle, un síntoma de urbanidad. Por ejemplo en Argentina hay muchísimos tangos que aluden al piropo como un valor, hasta una canción de Pichuco Troilo, que paradójicamente es instrumental, lleva el nombre Piropos. “Qué linda estabas al pasar, pebeta, con tu carita sonrosada y fina, me pareciste una flor divina,como jamás imaginé poder mirar”, dice la letra de otra canción rioplatense, El Piropo. Más lejos de Pichuco y más cerca nuestro está la sensibilidad social de Pity Álvarez que en la canción Contra la pared cuenta en primera persona las fantasías sexuales de un albañil con colegialas. “Las nenas pasan de polleras y yo las imagino… contra la pared”. Pebetas sonrosadas, nenas de polleras, del idilio a la violación, todo un imaginario de la virilidad se sostiene en el principio de dominación y sometimiento sexual.

¿Entonces cómo juega el piropo? ¿Qué intencionalidad tiene? Supongamos que es un ardid, una técnica de seducción –con improbables chances de éxito– o que se trata en el mejor de los mundos, de un simple gesto desinteresado. La discusión está en todos lados. En la reunión familiar, en la mesa de un bar y en la redacción misma de este periódico –integrada mayoritariamente por hombres– y en la que entre todos nos preguntamos cuál es el límite entre el presunto piropo y el “zarpe”, es decir, el acoso.

“La diferencia entre el piropo y el acoso es el consentimiento, si es algo que vos no queres es acoso”, definió Sofía Botto, referente de la agrupación Mujeres de la Matria Latinoamericana (Mumalá) de Rosario. “Está muy mal llamado piropo, más si tiene connotaciones sexuales, porque es una forma de violencia simbólica, y la violencia simbólica es la más invisibilizada”, sostuvo la militante feminista y aludió al proyecto de ley para prevenir y sancionar el acoso sexual callejero, que fue presentado en mayo pasado por la diputada de LIbres del Sur Victoria Donda en el Congreso de la Nación. Un proyecto de similares características fue presentado recientemente en la Legislatura santafesina por el diputado del Frente para la Victoria Leandro Bussatto, para incluir la figura de acoso sexual callejero al Código de Faltas vigente.

“Lo importante de que haya una legislación que penalice estas actitudes es para que cada mujer tenga la posibilidad de denunciarlo, porque atenta contra su integridad y el libre tránsito por la vía pública”, abundó Botto, quien además reflexionó sobre la resistencia de algunos sectores de la población sobre la iniciativa. “Hay mucha gente que no entiende qué es lo que está mal en esto. Si te gritan es porque sos linda y te lo merecés y si no, sos fea. Como si ese gesto tuviera que ser una aprobación de cómo sos o de cómo te vestís, y nadie tiene derecho a opinar de vos”, opinó la integrante de Mumalá Rosario.

Las travestis, las personas trans y la población LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales) también son habitualmente blanco de hostigamiento en la calle. “Nosotras no entendemos el piropo como un piropo. Incluso hasta los gestos románticos o caballerosos como le dicen, son machistas porque es una forma de establecer que la mujer es menos, es débil y necesita la aceptación del hombre y estar a su cuidado”, opinó Michelle Mendoza, del área de Diversidad del Movimiento Evita.

“En cierta forma las compañeras se sienten aceptadas, incluidas o reconocidas con un piropo, o con otros gestos que en realidad hoy reemplazan a los golpes, eso es lo que hay que entender, porque hace 15 años atrás había un golpe, ahora un mi amor, un grito y eso es aceptado desde el lugar de sentirse parte. La pregunta que nosotras nos hacemos es ¿sentirse parte de qué? porque es cambiar una violencia física por una simbólica. El proceso que nosotras vivimos es el de normalización. El heteropatriarcado no acepta ni incluye, con toda población dominada lo que hace es normalizarla. A una población diferente, tratar de convertirla en propia”, reflexionó la dirigente trans. Después de recordar que “durante los 90 para la población trans y LGTB nuestra función era la de satisfacer a un hombre”, destacó que ahora son “sujeto de derecho” y que con el reconocimiento del Estado, aparece la normalización por parte de la sociedad. “Lo que hace la sociedad es invisibilizar la identidad trans para convertirla en identidad o de mujeres o de hombres.Y nosotras no somos mujeres biológicas, no pertenecemos a la heterosexualidad. Desde la crianza como hombres hasta construirnos como mujeres diferentes, nuestra postura política como travestis es el reconocimiento de nuestras identidades pero de lo que nosotras queremos ser y no de lo que el otro pretende de nosotras”, aseguró la militante kirchnerista.

Situación de calle

La mirada lasciva del señor que te mira de arriba a abajo casi para sacarte una radiografía; el amague de los varones en barrita que copan una vereda y juegan: “¿pasa o no pasa?”; el silbido del famoso “bicho feo” desde un edificio; si te pintaste las uñas de rojo “¿te estuviste rascando la concha?”. La apoyada en el bondi. El exhibicionista. El automovilista que se masturba con la ventanilla baja, de pasada; la tocada de culo del tipo que va en bici. Desde la pubertad hasta su adultez, son innumerables las veces en las que una mujer se enfrenta a situaciones de este tipo. En la gran mayoría de los casos, la reacción de la persona atacada es la inhibición, el miedo y el desagrado, muchas veces expresado en la palabra “asco”.

Amarú es estudiante de Derecho, militante de Kolina y desde hace un tiempo vive en Capital Federal. Unos días atrás publicó en su cuenta de Facebook una experiencia en la calle con un acosador. “Av. Independencia y Entre Ríos. Situación: caminando hacia Entre Ríos me intercepta un masculino, mayor de edad, unos 50 años, con su perro caniche, me empieza a decir guarangadas, seguí caminando para poder cruzar la calle. Me da rojo el semáforo, lo espero al señor para que pase enfrente mío, lo miro fijo. Se incomoda y ahí le digo con voz ya muy alterada: «Repetime lo que me dijiste recién, dale, decime todo lo que me dijiste, viejo pajero, maleducado, desagradable», me mira y se pone pálido, no puede cruzar la calle, empieza a escaparse lentamente haciéndose el boludo. Le sigo gritando cada vez más fuerte, me saco de quicio, todo el mundo lo miraba, una señora me dice «querida ¿qué te pasa, ¿qué te dijo?¿estás bien?», le contesto: «No, me faltó el respeto, ya no se puede ni caminar por la calle»; me responde: «y pensar que él va a misa todos los días»».

Rocío tiene 21 años y es estudiante de Psicopedagogía. Todas las mañanas para ir a la facultad se toma el mismo bondi, el 115. Según cuenta, el episodio más reciente de acoso que ella vivió ocurrió en los días previos a la movida del Ni Una Menos. “Lo del cole fue así”, dice. “Me lo tomo tipo 7:20 de la mañana y para variar venía lleno. Un pibe de unos 25 años más o menos se corre y me hace lugar para que yo me pueda agarrar. Cuando me estaba sacando la mochi, siento que me manotean un cachete del culo, porque otro término no hay”, se ríe. “Miro para todos lados y lo miro a él con cara de «la concha de tu madre», pero me dio cosa de que no haya sido el pibe entonces me fui al medio del colectivo. Como no me sacó la mirada de encima durante todo el viaje me di cuenta de que había sido él, entonces lo miré con cara de asco y recién ahí me dejó de mirar”.

Milagros tiene 26, trabaja de administrativa y está cursando la Licenciatura en Recursos Humanos. Durante unos meses al lado de su casa hubo una obra en construcción y el acoso se volvió cotidiano. “Los veía a la mañana cuando me iba a trabajar y cada vez que volvía a la tarde. Mamita de acá, mamita de allá, que se va a tomar la lechita, me decían de todo, hasta que un día volví medio rayada del trabajo, me paré en la vereda donde estaban todos preparados para irse y les dije «Basta muchachos, aflojemosle porque soy la vecina del pasillo y no me pueden estar gritando por tres meses más hasta que terminen el edificio». Se quedaron todos callados. A partir de ahí empecé a ser la doña”.

Más respeto que soy tu Madre Patria

En Bolivia crearon un Observatorio contra el acoso callejero, en Chile también. En la ciudad de Quito, Ecuador, se lanzó la campaña “Quiero andar tranquila”, que tuvo gran despliegue en la vía pública con afiches e intervenciones artísticas. Un proyecto para sancionar esta práctica aguarda su tratamiento en el parlamento paraguayo, mientras que el Congreso de Perú aprobó en marzo de este año una ley para prevenir y sancionar el acoso sexual en espacios públicos. En Lima la iniciativa Sílbale a tu madre hizo caer a varios que terminaron diciéndole cosas ofensivas a sus propias mamás. Además de los proyectos legislativos, en Argentina hay varias campañas de concientización impulsadas en su mayoría en las redes sociales y en donde se invita a las mujeres a denunciar y a contar sus experiencias personales. Por ejemplo, Acción Respeto, que también tiene su versión en Costa Rica, tiene por objetivo “visibilizar las distintas facetas del acoso callejero, los mecanismos que entran en juego en las situaciones de acoso y las justificaciones que lo sostienen, y al mismo tiempo darle lugar a las voces de quienes sufren esta forma de violencia para así mostrar cómo socialmente, a través de reacciones, frases y prejuicios, promovemos y perpetuamos una costumbre cultural agresiva y sexista que afecta y perjudica a una porción muy grande de la misma sociedad”, dice la organización en su página de Facebook.

¿Se prohíbe el piropo en Santa Fe?

A pocos días del Ni Una Menos, el diputado provincial del FPV Leandro Bussatto, presentó en la Legislatura santafesina un proyecto que apunta a modificar el Código de Faltas de la provincia para incluir la definición del acoso y establecer una pena para quien lo cometiera. El artículo 84 bis que propone el legislador señala que el acoso sexual callejero es el hostigamiento “mediante todo acto de naturaleza o connotación sexual, cometido en contra de una o varias personas en espacios públicos o de acceso público, sin que mantengan el/la acosador/a y la/el acosada/o relación entre sí, sin que medie el consentimiento de la víctima, produciendo en la misma intimidación, hostilidad, degradación, humillación, o un ambiente ofensivo en los espacios públicos, siempre que el hecho no constituya un delito”. La sanción plantea una multa para quien lo cometa que puede ser “de una a cinco unidades jus (que hoy vale 904 pesos), o de uno a cinco días de trabajo para la comunidad”.

Publicado en el semanario El Eslabón.

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