Labruna.
Labruna.

El partido se jugaba en la canchita cerca de Acindar, la que estaba a pocos metros de los chalecitos. Era un amistoso y, al promediar el segundo tiempo, el Zorrito no pudo con su genio y me metió un codazo en las costillas –cuenta pedro–, que me dejó un par de minutos sin aire. Pensé en devolverselá, pero cuando lo tuve a tiro, la altura de mi codo le llegaba a la trompa y, como la ira se me había pasado, me dije: “Mejor no, porque le puedo bajar un par de dientes”.

El Lobo Vandor quería hacer su juego a espaldas del general, y el viejo zorro, desde el exilio y en sólo un par de jugadas, lo dejó desubicado. Un zorro de aquellos (don Ángel) le dejaba a otro zorro (Labruna) un equipo casi a punto para que Central lograra su primer campeonato. Detras de los lobos de Onganía, Levington y Lanusee, ya aparecían los de Krieger Vasena, Álvaro Alsogaray, y de un joven Grondona.

A principios de los 70 parecía que los lobos y los zorros pasaban para siempre a cuarteles de invierno, con el regreso del general y las utopías juveniles. Pero al llegar la noche del 76, volvieron en su peor forma, y para quedarse; hasta que el gran lobo del norte les soltó la mano y tuvieron que replegarse. Al poco tiempo democrático, ya le torcían el brazo al alfonsinismo, pero esta vez volvían con otros zorros y otros lobos, enquistados en el aparato económico, para gobernar detrás de aquel que se presentaba como tigre riojano y al que convirtieron (o se dejó convertir), mediante la convertibilidad, en una simple oveja.

Así, gobernando, mostraron en la faz económica lo peor de los lobos liberales mientras que los zorros querían convencer en los medios –ya con la prensa adicta– que era la historia que no se podía torcer.

¡Qué desbole!, me dice Pedro cuando ve la noticia de que hay una huelga de zorros acá en Rosario. Los medios te dicen: “hay un caos”, pero ¿vos sabés que es lo que más me preocupa? –me pregunta Pedro– que la gente no alcanza a ver a los verdaderos lobos que están detrás de Macri, ese que intenta hacerse el zorro bueno y no le sale; o los otros que merodean alrededor de esos candidatos timoratos. Y bueno, están mostrando los dientes, el que no los quiera ver… Están detrás de los lentes de Broda, detrás de esa cara de desprolijo de Melconian, o del impresentable de Espert; detrás de las pantallas de Magnetto. Y ojo que cuando se ponen a aullar, no es por hambre ni es en Moscú –como dice el tango–, aúllan por angurrientos.

Fuente: El Eslabón

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