Diez mujeres conforman esta banda rosarina que apuesta a la canción latinoamericana. El 15 de agosto se presentan en Plataforma Lavardén.
A fuerza de versiones de compositores de este continente como la cantante mexicana Lila Downs; Gilda, ícono de la cultura popular; o Palo Pandolfo, referente terrenal del rock de esta pampas, las Chiquita Machado se van haciendo escuchar cada vez más. Sus orígenes se remontan a 2012, cuando conformaron una agrupación preferentemente acústica llamada La Bua. Después de un año incorporaron instrumentos que potenciaron al grupo. Se sumaron nuevos integrantes y, de esta manera, comenzaron las presentaciones en vivo y la composición de temas de la propia cosecha.
“Chiquita Machado es una banda de diez mujeres que nos fuimos encontrando para hacer la música que nos gusta y divierte”, cuenta la tecladista Victoria Chenna, en un diálogo mantenido con este periódico en una sala de ensayo de calle Sarmiento al 2300. En un patiecito interno también están presentes Luciana Harreguy, percusión; Eugenia Damianovich, bajo; Irina Marcus, clarinete; y Graciela Amato, trompeta. Con el correr de los minutos se sumará el resto: Camila Depaoli, acordeón; Amalia Altenier, guitarra; Cintia Venier, batería; Yamila Salman, violín; y Marina Calvagna, en la voz.
—El primer año del grupo fue más bien una prueba, ¿qué fue lo que vino después?
—(Victoria) Hubo un punto en el que cambió mucho la sonoridad, cuando incorporamos la batería. Ahora queda bien dividido: por un lado, el sonido de la batería; y por el otro, la percusión. Tampoco teníamos bajo ni guitarra eléctrica.
—(Irina) Además del ingreso de Euge en el bajo, Amalia dejó la guitarra acústica y se calzó la eléctrica. Hubo cambios grosos. Se incorporó Graciela en la trompeta, y esos vientos le dieron una fuerza importante al grupo.
—(Graciela) Mas allá de ir reemplazando instrumentos acústicos por eléctricos, no se quiere perder la intención. Queremos conservar esos sonidos, esos arreglos. Por más que el volumen ahora es mayor y la batería levanta, se intenta darle espacio al violín, a la guitarra y a sus arreglos; a la percusión y a las voces.
—(Victoria) Para esto se busca el momento, porque tocando todas juntas es difícil escuchar el clarinete o el acordeón entre tanto lío.
—¿Cómo surgió una formación tan diversa de instrumentos?
—(Irina) Nos fuimos juntando gente conocida con la idea de hacer ritmos latinoamericanos y cuando aparecía la amiga de alguna que tocaba un instrumento se la llamaba. Tenemos la suerte de tener al chaqueño (el sonidista Andrés Barle) que es uno más de la banda.
—¿Y la elección de los temas que versionan?, ¿y las composiciones propias que se van generando?
—(Victoria) Después de un año juntas, Luciana trajo el primer tema: Semilla. De ahí en más proponemos canciones, se charla por dónde pueden ir y se hacen, como Sola; Vals no vals; Divina; Indolente, y uno nuevito, Tè de canela.
—(Graciela) Con respecto a las versiones, hacemos temas de Lila Downs; una versión reggae de un tema de Palo Pandolfo, Canción Cántaro, con una letra que es bien power. Y siempre inconscientemente escuchamos cosas que pueden incorporarse al repertorio.
—¿Puede decirse que son una banda que aspiran al baile con su música?
—(Irina) Sí, es una música que se baila, es el único género en que nos pusimos de acuerdo a la hora de responder cuando nos consultan. Nuestro género es el baile entonces.
—(Victoria) Cuando la gente se está moviendo o bailando te contagia. Es medio raro cuando tocamos la música que hacemos y la gente está quieta.
—¿Al público rosarino, le cuesta bailar?
—(Luciana) Depende también en donde tocás, el horario, y el tema de las mesas…
—La legislación municipal tampoco ayuda, ¿no?
—(Amato) Claro, está difícil eso de soltarse, hay muchas propuestas, muchas bandas en Rosario, pero los lugares son siempre los mismos y siempre hay alguna restricción nueva por una cuestión burocrática, el tema de correr las mesas, o el tema del volumen.
—¿Cómo se organiza un grupo de diez mujeres?
—(Victoria) Nosotros decimos siempre que el tema no es que diez chicas se pongan de acuerdo, sino que diez personas lo hagan.
—(Irina) Sí, todo el mundo tiene obligaciones…
—(Graciela) Igual somos bastante ordenadas. Por ejemplo, en la prueba de sonido lo somos, y eso no se da en otras bandas.
—(Irina) El tema de los ensayos es engorroso. Tratamos de estar en los ensayos todas. A veces nos organizamos por familia de instrumentos; la base por un lado: bajo, batería, percu, teclado; y los vientos por el otro.
—(Victoria) Nos entendemos muy bien, nos damos consejos y tomamos decisiones entre las diez.
—¿Qué es lo que viene a aportar Chiquita Machado?
—(Irina) Ruido garantizado (risas)
—(Victoria) Nos gusta la sonoridad del grupo, está bueno, es algo original.
—(Graciela) Hay mucha energía entre nosotras y me parece que fluye y se transmite a través de la música. Yo lo disfruto como una cuestión interna y la exteriorizo en el instrumento. Se disfruta mucho juntarse a ensayar y a tocar.
La banda siguió tocando
Chiquita Machado se prepara para una nueva presentación en vivo el sábado 15 de agosto en el Gran Salón de Plataforma Lavardén, con entrada libre y gratuita. La agrupación ya pisó varios escenarios locales como el ex Banquito Ferroviario y La Chamuyera. “Me acuerdo que debutamos en una peña para bebés en el bar Lennon”, cuenta Irina, algo risueña, y agrega: “Era un espectáculo musical con narrativa para chicos, entonces hicimos un tema de Maria Elena Walsh, Canción de bañar la luna, y uno que seguimos haciendo, del Trío Patatín, El caracol y la caracola”. En una de las últimas presentaciones que realizaron en D7 la cosa no fue tan fácil: “Armamos una movida importante –aseguró la clarinetista–, pero esa noche pasó de todo, se cortó una cuerda del bajo, después la luz, y la onda es lo único que no se cortó porque seguimos tocando hasta que volvió la luz”.