Ana Ribeiro. Historiadora, autora de libros sobre Artigas / FOTO M. J. ZUBILLAGA
Ana Ribeiro. Historiadora, autora de libros sobre Artigas / FOTO M. J. ZUBILLAGA

Investigaciones científicas, tratamiento parlamentarios, leyendas populares y un sueño colectivo que no se baja del proyecto artiguista, recrean en Uruguay el debate sobre el sitio donde se levantó la Villa de Purificación. Para algunos era un sitio donde detener y sanar a los españoles y criollos opuestos a la revolución, otros señalan que fue un campamento militar con una modesta villa, y no faltan los que afirman que constituyó el centro del gobierno artiguista, como una capital de los Pueblos Libres.

En conmemoración al bicentenario del Congreso de los Pueblos Libres, se publicó en Uruguay el libro “El enigma de Purificación” (editorial Fin de Siglo). Leonardo Borges es el investigador académico que trabajó sobre la parte documental historiográfica, mientras el periodista Armando Olveira Ramos produjo las entrevistas sobre el tema.

“Realicé la investigación periodística, registré los testimonios y produje la búsqueda en archivos de prensa”, dice Olveira Ramos, desde Montevideo. En su blog Crónicas Migrantes, publica parte de las entrevistas que alimentaron a esa obra.

En la publicación, al ser consultada la historiadora Ana Riveiro, sobre el significado de Purificación en la historia política y militar de Artigas, explica: “Fue el sitio de su etapa de mayor poder, pero también el escenario de su derrota. Desde 1815 el territorio adquirió formato de cuartel general, con su prolongación civil: la villa”.

Escuela y quintas

Pero advierte Riveiro: “No estoy de acuerdo con la elaboración de una mística impresionante. Purificación refleja las virtudes y los defectos del sistema político que defendió Artigas, las pasiones de un pueblo en armas, protagonista de una revolución en ese momento triunfante en plena lucha por su consolidación. En la villa hubo una escuela, concebida como un ensayo de educación popular”.

Agrega que “en sus alrededores fue instalado un experimento de agricultura con tribus guaycurúes y abipones que vinieron del Chaco. Fue un intento fracasado, porque los indios no comprendieron las complejidades del sistema de producción y se fueron. Artigas recibió una lluvia de quejas por los desmanes que fueron cometiendo los indios en su periplo de regreso”.

“También fue un sitio de disciplinamiento”, remarca, que surgió “por iniciativa del padre José Benito Monterroso, quien era un religioso y un político radical”. “Allí hubo presos a los que se «purificaba ». Muchos eran comerciantes españoles que cumplían un trabajo supervisado por carceleros, pero a los que se les permitía salir para que atendieran sus negocios y regresar sobre la base de la palabra dada”, añade.

También señala que “por allí, además pasaron orientales «comunes y corrientes», pero la orden original de Artigas, cuando se acercó la expedición del año 1815, fue terminante: que le llevaran a los españoles y sus aliados. Otro aspecto interesante fue el de la protección que la propia sociedad le daba a los «purificables»”.

Persecución ideológica

“Hubo casos de expediciones que salieron de Montevideo hacia Purificación, con 16 o 17 personas, pero muchos fueron quedando en el camino. Uno porque estaba enfermo, otro porque lo reclamó un alcalde, otro liberado bajo responsabilidad de Fructuoso Rivera, como soldado de Artigas. Como en cualquier castigo o represión, los enemigos del sistema denunciaban el procedimiento como «persecución ideológica», su nombre estaba asociado a ello, pero no existe constancia alguna de que fueran sometidos a torturas o malos tratos”, resalta la historiadora.

En lo referente a cómo era la vida diaria en la villa Purificación, según se indica en Crónicas Migrantes, la historiadora uruguaya explicó que “su cotidianidad estaba vinculada con la vida militar en un campamento general. Eran constantes las salidas de expediciones, las operaciones defensivas. Se levantaban ranchos y tolderías, se cultivaba, se oficiaba misa, se salía en familia, se asistía a clases, se cocinaba, se comía, se amaba. También hubo una incipiente actividad agroindustrial, muy primaria, hasta se fabricaban muebles, utensilios y otros bienes de uso diario”.

Un sitio estratégico

Por otra parte, el arqueólogo Antonio Lezama, docente universitario y buzo profesional, participó en el equipo del Programa de Arqueología Subacuática de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, que relevó Purificación entre 2003 y 2007. Sobre sus investigaciones, explica que la villa “era muy elemental. No era una ciudad, ni siquiera un pueblo. No tenía calles, ni edificios de material. Nosotros anduvimos por el terreno, buceamos el río, prospectamos en tierra firme, pero no encontramos vestigios de edificaciones que pudieran ser adjudicadas con certeza a la época de Purificación”.

Pero, explica que “sí se encontraron restos, en el medio del campo, de objetos de uso militar, cerámicas  y de utensilios que demuestran que, en un área muy amplia, hubo un campamento de miles de personas. Donde se hallaron los vestigios más claros de actividad correspondiente a la época  fue en un lugar estratégico del área en cuestión, en torno al árbol conocido localmente como «Tala de Artigas». Árbol (ibirapitá), que, por sus dimensiones, es más que centenario. Allí es donde se encuentran los restos de una trinchera, un bastión de tierra que pudo haber sido parte  de las estructuras de defensa del campamento artiguista”.

El informe inglés

El comerciante británico John Parish Robertson, espía como todo súbdito de su graciosa corona, realizó una visita a Purificación para solicitar el reintegro de algunos elementos que le habían retenido los artigueños al incursionar por aguas federales.

Esa estadía en la villa fue registrada por el comerciante y sirvió para el estudio de los investigadores: “El Excelentísimo Señor Protector de la mitad del nuevo mundo estaba sentado en una cabeza de buey, junto a un fogón encendido en el suelo fangoso de su rancho, comiendo carne del asador y bebiendo ginebra en un cuerno de vaca! Lo rodeaba una docena de oficiales andrajosos, en posición parecida y ocupados en la misma tarea que su jefe. Todos fumaban y charlaban ruidosamente ….”.

Y agrega el británico en su registro: “De todos los campamentos llegaban a galope soldados, edecanes, exploradores. Todos ellos se dirigían a Su Excelencia el Protector, sentado en su cabeza de buey, fumaba, comía, bebía, dictaba, conversaba y despachaba sucesivamente todos los asuntos que le llevaban a su conocimiento, con una calma distinta de la nonchalance (descuido), que mostraba la verdad del axioma «vamos despacio, que estoy de prisa».

Sobre la impresión que se llevó Robertson, remarca: “Pienso que si los negocios del mundo entero hubieran pesado sobre sus hombros, habría procedido de igual manera. Parecía un hombre abstraído del bullicio, y era en este solo punto de vista, si me es permitida la alusión, semejante al más grande de los generales de nuestro tiempo”. (Continuará)

Fuente: El Eslabón.

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