Polaco EP-130839814 color

El señor Abramovi camina junto al sapo Dani hacia la oficina de producción de esta columna donde El Desubicado, el doctor Güis Kelly y Filoso Fofó lo esperan junto a Mauricio para zapar unos temas de Queen y ver si hay onda para armar una banda tributo. El autor de esta columna no está muy convencido porque, en rigor, mucho no se banca a Mauricio, tan nene bien, tan parásito, tan cínico. Pero además –¿debería admitirlo?– le tiene celos porque enseguida pegó onda con sus personajes. Está celoso.

Más allá de eso, luego de conocer al sapo Dani en medio de una tormenta de buitres silbando un tema de Sumo se le ocurrió que podría ser un buen plan de sábado a la noche invitarlo a la zapada, aunque no crea que el sapo sea capaz de cantar bien y no lo convence su gusto musical tan transversal y popular. No obstante, y más allá de todo, el batracio presidenciable que brinca alegremente junto a él le resulta –¿debería admitirlo?– muy simpático.

–Dani –le dice de pronto Abramovi –, me parece que no va a quedar nada de comer en la oficina. Se deben haber morfado todo…

–Uuhh… mirá que yo tengo hambre –se planta el sapo.

–Y bueno, ¿te parece que nos comamos un chori en un carrito? –propone el autor de esta columna.

–¿Un chori? Fabuloso… –croa entusiasmado Dani. Y vuelve a brincar hacia adelante.

Un par de cuadras después avistan un coqueto mas afrancesado carrito atendido por dos simpáticos muchachos vestidos cual cocineros cool de programa de tevé mañanero; pero de la televisión vernácula. “Hola muchachos, ¿qué les puedo ofrecer?”, se adelanta uno de ellos, sentado junto a una caja registradora, mientras el otro está en segundo plano lavando la lechuga y cortando tomates que deposita con prolijidad en un tapergüear.

–Qué tal… Queremos unos cho… Pero… un momento…. ¿usted… usted es… Boaso? –se sorprende Abramovi –. ¿Qué hace atendiendo un carrito?

–Perdón… no es un carrito. Es un food truck.

–Ah, sí –croa entrometido Dani –, son tendencia en las más importantes ciudades del mundo.

–Exacto –se regodea el sanguchero –. Son un nuevo modelo de servicio gastronómico que puede ir a un espectáculo deportivo o de pop para que la gente coma sano y a precios razonables.

–Pero esto es un carrito, Boaso. ¿Por qué no le dicen a las cosas como son?

–Porque no es un carrito. Es un food truck –responde tajante el vendedor.

–¿Y qué diferencia tiene con un carrito? –chumba Abramovi.

–Que, tal como dijo su simpático amiguito, los food trucks son tendencia en las ciudades más importantes del orbe –responde pétreamente Boaso.

–Es cierto, Abramovi, ¿por qué no pedimos algo? Tengo hambre –croa y eructa Dani.

–Bueno, está bien Boaso… danos dos choripanes… –pide Abramovi.

–Choripanes no tenemos –se ataja Boaso. Y sin dilación larga la oferta: –Hay bruschetas de alga de las termópilas con esencia de queso endemoniado al glacé… rapiditas de berenjena chamuscada al rum con lonjas de cereza humectada con barro al vapor… grillitos en salmuera vitivinificados con oporto del sudeste asiático… panqueq…

– ¿¿¿Cómo que no tenés choripán, Boaso??? ¿Y qué hacé atendiendo un carrito? –se enoja Abramovi.

–Le dije que no es un carrito –responde incólume Boaso como el mejor empleado del mes de los últimos cuatro lustros. Y desafía: –Es un food truck. Y vendemos comida sana… no choripanes… ¿En qué ciudad importante pudo usted comerse un choripán en la calle? Ey, Martín –busca complicidad con el pibe que está lavando la lechuga y el tomate –, ¿vos comiste alguna vez un choripán en Viena o Barcelona?

–Para mí los grillitos están bien –tercia el sapo Dani. Abramovi lo mira feo. Y lo increpa:

–¿Vas a pedir esa mierda?

–Me suena atractivo para mi paladar –lo corta el sapo con personalidad.

–Son 235 pesos –informa Boaso.

–Estás loco… –se ofende Abramovi.

–¿Aceptás tarjeta? –pela plástico Dani. Abramovi lo mira horrorizado. Pero Dani invita: –¿Querés algo? ¿No tenés hambre?

Abramovi se queda pasmado. Aunque Boaso siempre demostró ser muy inteligente, nunca le cayó muy bien al autor de esta columna. No le gustaba cuando actuaba en la telenovela de La Favorita; no le gustaba su labor cuando era concejal de Dakar; no le gustaba su labor como ejecutor fiscal cuando también era concejal de Dakar. Y ahora, en este nuevo multipapel de conductor/ vendedor/ factótum de un carrito con aires colonizadores… tampoco le cae muy bien.

Pero tiene hambre. Y Dani abre el juego invita. Y Abramovi ya tuvo que pagar 679 pesos por el sushi de mierda que hizo traer Mauricio. Y se fue antes de comer, ni siquiera se comió un roll empanado con salsa de soja. Y el sapito insiste.

–Bueno… este… eeehhh… una… ¿no hay nada de carne? –trata de incorporarse el autor.

–No nos quedó. Teníamos unos burguer con salsa de barbacoa en saché pero no entregaron… –se excusa Boaso agrandadísimo.

–Y bueno, dame unos…

–Mmmm… los grillitos están buenísimos –se relame el sapo como queriendo tentar al autor.

–Pero a vos te gusta Pimpinela, Dani, a mí no me jodás. Además, yo puedo aceptar a un sapo, pero no soy un sapo y nunca lo seré –cree que ataca pero en realidad se defiende Abramovi.

–Jaja, así hablan los gorilas –croa y eructa Dani. Boaso se hace el boludo.

–Bueno, dame… eso de berenjena… –se ¿decide? Abramovi.

–Rapiditas de berenjena chamuscada al rum con lonjas de cereza humectada con barro al vapor –confirma Boaso tecleando la caja registradora. Y pregunta haciéndose más el boludo: –¿Quiere ampliar el combo con cuatro sobrecitos de mostaza abananada con ricitos de puré de porland?

–No –. Abramovi se aleja intentando evitar explotar.

El sapo Dani paga con tarjeta y aprovecha para melonear un ratito de Boaso acerca de sus planes para cuando sea presidente. Boaso hace como que le va a dar el recibo pero en realidad le extiende un volante de la última campaña en el que le anota su teléfono. “Tengo amplia experiencia en política”, le dice mientras le extiende una bandejita con tres rapiditas que acaba de venderle a 237 pesos.

Masticando las delikatesen que ofrecen las calles de Dakar, Abramovi y el sapo Dani siguen su camino hacia la oficina de producción de esta columna. Allí están los personajes de pura chacota con el inefable Mauricio. Hace un rato, El Desubicado le preguntó por su bigote y Mauricio dijo no recordarlo.

Como en rapto amnésico, el candidato comenzó a preguntar si era cierto que alguna vez había usado un bigote como Freddy Mercury. Los personajes le preguntaron si estaba loco, que cómo no se acordaba y le revelaron que el mismísimo Bigote de Mauricio trabajó en esta columna. Incluso El Desubicado propuso llamarlo al celu.

–No creo que te dé bola –le advierte Filoso Fofó –. Debe estar a full con la campaña de Aníbal.

–¿Pero cómo? Hace un minuto que me enteré de que tuve bigote y ahora resulta que está trabajando con Aníbal. Así no se puede vivir más. Se quedaron con mi bigote –se indigna Mauricio, que súbitamente parece recuperar la memoria.

–El Bigote de Mauricio se fue a trabajar al labio superior de Aníbal porque vos te lo afeitaste para siempre –acusa El Desubicado.

–Yo no lo afeit… no… yo no… yyy nnn… Yo nnnoo fffuii, yyooo nnoo ffff –Mauricio empieza a colapsar. Suda. Tiembla.

–Calmate que no te entendemos, Maurito –le propone el doctor Güis Kelly. Mauricio respira. Recupera el aliento. Y susurra: –Yo no fui. Me obligaron a afeitarme. Yo quería a mi bigote. Un día me lo pegué con plasticola para cantar un tema de Freddy pero me lo tragué.

–Sí, Mauricio, siempre recordamos esa trastada que le hiciste –recuerda El Desubicado.

–Pero fue sin querer –. Mauricio rompe en llanto. –Yob… quería… sniff… buuuhhh… tener… snif… mi bi go-ooooo-te –murmura entre sollozos –pero él…

–Ya sé. Te obligó Duran Barba a afeitarte –lo apura Fofó. Y le arrima un porrito recién prendido como para recuperar la compostura.

–Este le va a terminar echando la culpa de todo a Duran Barba –acota Güis Kelly en tono socarrón.

–Ustedes –pita Mauricio –se me ríen porque no lo conocen…

Pasan unos minutos, Mauri se olvida de su diabólico consultor, se distiende, la onda se arma de nuevo. En algunos minutos llegará el señor Abramovi con el sapo Dani. De acá a un par de horas se armará una zapada. A ver qué tal resultan los invitados presidenciables a la hora de cantar.

Fuente: El Eslabón.

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