Fotomontaje: Facundo Vitiello.
Fotomontaje: Facundo Vitiello.

Y bueno… así es la vida. Se gana, se pierde, pero se sigue. Cada tanto un domingo, sin ir más lejos, un equipo sale campeón y el resto se queda mirando desde abajo del balcón. Pasa con el fútbol, pasa con cualquier cosa, especialmente en un mundo en el que se compite para todo incluso desde antes de la existencia del capitalismo que, en nombre de la libertad y la competencia, no hace otra cosa que implantar –en campeonatos largos o torneos cortos– la ley del más fuerte.

El otro día, sin ir más lejos, ganó Boca y salió campeón. ¿Fue el mejor? Y… si se atiene a la letra del reglamento que rige las competencias en el fútbol argentino se puede decir que el que más puntos saca es legalmente el campeón y también hay una ley no escrita que le atribuye el calificativo de “mejor”, una cualidad que en el deporte suele devenir del hecho de ganar.

Pero hay quien puede considerar, más allá –o no– de los colores, que otro equipo fue merecedor de ese trofeo aunque no haya acumulado la cantidad de puntos necesarios para erigirse legalmente como el mejor. Debería uno entonces preguntarse –sin ir más lejos– por qué alguien puede postular que un equipo que no ganó debería haber ganado o merecería haberlo hecho. ¿Por simpatía, amor u odio? ¿Por una serie de consideraciones estéticas acerca del jugar lindo? ¿Por decisiones arbitrarias que omitieron burdamente cuestiones fácticas comprobables que influyeron con injusticia probable en el resultado del match? ¿Por una cuestión ideológica o de principios? ¿Por algún interés personal?

En todo caso, esas consideraciones no dejarán de ser meras opiniones mientras el actual reglamento que rige las competencias de fútbol siga gozando de legitimidad suficiente entre la afición. Es que hay un acuerdo compartido, sin ir más lejos en la comunidad interesada en esas competencias, respecto de quién es el campeón de un torneo. El campeón es el que gana. Ese es el que festeja. Los merecimientos no cotizan tanto en esa escala de valores aún acatada por mayoría.

Y así es la vida: se gana, se pierde, pero se sigue porque no da tregua. Los campeonatos se suceden y todos los equipos quieren hacer el mejor papel posible. Sin ir más lejos, incluso los radicales. Pero los socialistas no tanto, al menos últimamente, quién sabe por qué. Parece un equipo sin rumbo: como si todos quisieran que termine el partido para irse al vestuario y se hubiesen olvidado de que todavía tienen que salir a jugar el segundo tiempo.

Mientras tanto, sin ir más lejos, en la oficina de producción de esta columna situada en el piso 37 de un edificio erigido en el corazón de Dakar el sapo Dani y Mauricio no pueden dejar de hablar de política. El batracio presidenciable lo hace con gran pasión y solvencia sobre cada tema. El alcalde empresario hijo y aspirante a sucesor de Freddy Mercury lo hace con miedo. Miedo de ganar.

—No, no, no. No quiero ni pensar lo que me haría hacer Barbapapá si yo llegara a hacer presidente… –murmura preocupado Mauricio.

—Trabajar, te haría trabajar Maurito –lo chicanea el doctor Güis Kelly, experto en cotidianología protoparalelepípeda de esta columna.

—¿Vos te creés que no trabajo, Luis? –replica Mauricio medio ofendido –. ¿Te creés que vivo de joda? ¿Que es fácil llegar a mi oficina con el tránsito que hay? ¿Sabés la cantidad de helipuertos que conocí este año? Hace como seis años que incluso trabajo algunos jueves.

—Bueno, Mauricio, tampoco te hagás la víctima que bien que te gusta ir a lo de Mirta Legrand –lo corta filoso Filoso Fofó, payaso y analista político de este circo –. Te gusta el poder, te gusta evadir, te gusta salir campeón sin jugar bien…

—Sí, no te lo niego –admite Mauricio. Y hace una pausa como mirando al vacío, habida cuenta de que en la oficina de producción de esta columna no existe un telepronter –. Pero yo no quiero ser presidente.

—Pero Mauri, si fueras presidente podrías volver a dejarte el bigote –aprovecha El Desubicado, que esperaba agazapado la oportunidad de poder volver a instalar en la agenda de diálogos la situación de su amigo personal el Bigote de Mauricio.

Mauricio inspira y expira profundamente, un tanto harto de la obsesión que tiene el héroe y hazmerreír de esta columna por las decisiones que se toman desde los new neocons think tanks de Chicago en torno a su labio superior. –No creas, Desubicado, que un presidente puede decidir si se deja el bigote –responde Mauricio con un mohín de fastidio no exento de cierto dolor.

—¡¡¡Sí, claro que puede!!! –croa repentinamente cual chapulín colorado el sapo Dani –. ¡Por supuesto que puede! Si no, ¿para qué es presidente?

Un silencio se apodera del ambiente. El señor Abramovi, autor de esta columna, aprovecha para afinar la tercera cuerda de la criolla. Sol, la que siempre le cuesta más. No por la cuerda, sino que la guitarra ya está medio chotita y miente. Es una chinada, anduvo bien los primeros años. Le tenía más fe. Aprovecha que los personajes siguen en silencio para seguir tensando la cuerda a ver si puede ponerla en algún lugar parecido al punto justo.

Los personajes se pasan un fasito. Dani lo rechaza con un gesto amable. Y con firme gentileza le croa a Mauricio: –Perdoname, Mauricio, pero… no tratés de engrupir a los muchachos con que no querés ser presidente… ¿Quién no quiere ser presidente? ¿No querés quedar en la historia?

—Yo ya quedé en la historia, sapito querido. Salí campeón con Boca, demostré que el cambio es posible. Pero eso ya está; ahora el único cambio que me importa es el mío –. Mauricio se queda otra vez mirando al vacío, como si buscara el telepronter. Y con su nuevo acento telepastoril estudiado en la academia de Durán Barba, dice ceremonioso: –No le quiero arreglar la vida a nadie. Y no quiero que venga nadie a decirme lo que tengo que decir, lo que tengo que hacer ni lo que me tengo que afeitar. Ya me independicé, soy grande. Quiero cambiar en serio… y quiero cantar.

—¡¡Muy bueno!! ¡Podrías ir a esos programas de Marley que los padres van a cantar con los hijos, Mauri!!!… –lo pretende alentar El Desubicado.

Otro silencio se apodera del ambiente pero El Desubicado no lo soporta: –¿No viste Mauri –insiste –esos programas de la tele que los padres van con los hijos…? Vos podrías ir con tu papá…

Mauricio mira fijo al Desubicado como a aquellos amigos que por obra y gracia de la divina providencia acercan desinteresadamente una inmejorable oportunidad de descargarse a través de ese prodigioso cable a tierra llamado verdad.

—Es que… mi papá no me quiere … –confiesa el candidato a punto de llanto.

Güis Kelly se muerde los labios para no chicanearlo. Filoso Fofó trata de que no se le note cómo se está riendo. Al sapo Dani se le está por piantar un lagrimón. El Desubicado no entiende cómo un hijo puede no ser querido por su padre.

Pero Mauricio repentinamente se ve entero. Como recompuesto. Y parece que con ganas de hablar. –Me acabo de dar cuenta, amigos, de que yo quería ser presidente para que papá me quisiera. Y me respetara. Ese cambio que buscaba. Siempre me exigió lo máximo. Y yo sólo quería pasarla bien. Siempre tuve que fingir. Porque yo quería cantar. ¿Se entiende?

—Sí, claro –apoya consternado El Desubicado.

—Pero cuando digo fingir, es… algo serio. Por ejemplo, ¿ustedes saben que yo leo mis discursos? –trata de sorprender el candidato.

—Claro Mauricio, se renota –responde con naturalidad Fofó.

—¿¿¿¡¡Cómo se dieron cuenta!!!? Entonces, ¿pero cómo? Al final… yo sabía, ¡¡se iban a dar cuenta!! –Mauricio se vuelve a indignar –. Yo le dije a Barbindurán que iba a quedar en ridículo. Y él me hizo leer los discursos igual… ¡¡¡con la pantalla a cuatro metros!!! Y no crean que eran letras grandes…

—Pero además un pibito radical te sacó la foto cuando leías –recuerda Fofó.

—Ah… ese… jeje… Uy, los radicales, jijiji… qué lastre –se ríe Mauricio con algo de onda.

—Y además si me ganás, ¿vos pensaste en las cosas que vas a terminar haciendo con la economía, Mauricio? –acota el sapo Dani, como queriendo volver a dominar la charla.

—Pero sapitoooo… amiguito… Yo no tengo nada que ver con la economía, para eso están los equipos, yo no sé nada de eso. Pero vos podrías decirle a tu señora que se suelte el pelo, ¿no?

—Ni a palos, yo no me meto con su peinado. Ella es independiente, ahí no llego –se excusa el sapito.

—¿Si fueras presidente lo harías? –devuelve Mauricio.

—Ya está chicos –corta el señor Abramovi –, no se peleen. Ya afiné la viola, ¿cantamos un rato?

Fuente: El Eslabón.

Más notas relacionadas
  • Hasta luego

    Entonces, luego de unos días de licencia, los tres personajes principales vuelven a la ofi
  • Para algo

    (Resumen del año que vivimos en peligro: finalmente, ganó Mauricio. ¿Y ahora?) En algunas
  • Y llegó el futuro

    (Resumen del capítulo anterior: mientras en el mundo real cerca de 25 millones de ciudadan
Más por Andrés Abramowski
  • Migas

    Eduardo y Jimena mastican. Sus bocas se abren y se cierran a un ritmo monótono, vacío, mec
  • A la pesca

    Yo no sé, no. La tarde de la última semana de abril estaba con una temperatura especial pa
  • Mano dura sí, pero ajuste no

    El presidente Daniel Noboa logró que se acepten las propuestas relacionadas con el combate
Más en Columnistas

Dejá un comentario

Sugerencia

Coro y orquesta para chicas y chicos de Las Flores

El proyecto lo impulsó la educadora Laura Daoulatli, lo tomó el Concejo y será una realida