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En un contexto de descrédito hacia el empleo público, vale rescatar su función, que trasciende la cuestión salarial y sirve de articulador del tejido institucional para sortear estructuras de un Estado liberal que profundizan el egoísmo.

En este contexto de replanteos laborales y salariales, no se puede atacar al trabajador con la excusa de la eficiencia de recursos. Para el manual del management, el trabajador es un «recurso humano» y así, sin rodeos, se habilita el trato inhumano. En ciudades actuales en donde conviven altos niveles de violencia y asimetrías palpables en el acceso a servicios esenciales, el problema del trabajo municipal excede en profundidad y amplitud la discusión salarial, exteriorizando la necesidad de determinar con claridad de objetivos qué comunidad pretendemos forjar y cuál es el rol, la fisonomía y el fin último del Estado local en esa concepción.

La naturaleza humana, su origen y destino sustanciados en la alteridad, determinan las formas orgánicas comunitarias como vínculo primario y la Patria como misión: fidelidad a aquello recibido de los padres. Los momentos de organización estatal moderna no pueden extraviarse de esta razón fundamental, donde también el trabajo municipal adquiere un sentido trascendente para los individuos que aspiran a un modelo de país que sea Nación. Los representantes partidarios deben hacer una opción por ser parte del todo expresando estos ideales del trabajo o ser particiones de intereses.

Abocados a desentrañar las relaciones adecuadas del ser humano con su “casa común”, como designa Su Santidad, el Papa Francisco, al mundo que nos rodea, emerge la necesidad de una correcta concepción del trabajo, desocultada de ropajes materialistas. Si añoramos avanzar en el marco de un modelo de país hacia ciudades más armónicas en su cotidianeidad, se requiere la colocación del trabajo municipal en su justo lugar, porque no se logra una comunidad sin la correcta descentralización de un Estado que vaya al encuentro de las organizaciones barriales e instituciones productivas, escolares, deportivas, gremiales y religiosas, portadoras de tradiciones con un sentido vivo, potencialmente trasmisible a generaciones nacidas en el cruce de neoliberalismo, posmodernidad y globalización tecnológica, cuyo desconcierto e inseguridad de conciencia estriban justamente en la falta de sentido de la existencia.

En Santa Fe, tal como ha señalado el máximo representante gremial de los municipales desde la conducción de Festram, Claudio Leoni, la paritaria de trabajadores municipales “no sólo significó un instrumento invalorable de justicia y paz social, sino también un gran ordenador del funcionamiento de los municipios y comunas”. Ciertamente, en un país en el cual operan tendencias centralizadoras y concentradoras de renta que encaminan los recursos a poderes determinados, la viabilidad de una democracia social con base comunitaria reenvía el debate hacia una reforma tributaria de fondo: la Argentina nunca fue menos federal que ahora. Salta a la luz, entonces, la necesidad de un gran acuerdo institucional para un modelo tributario acorde con un modelo argentino humanista y realista.

Se requiere reconocer y devolver al trabajo municipal la fe en su misión comunitaria, para que planteos de parte se incorporen a un todo superior: la ciudad. No parece adecuado que se impulsen posiciones que planteen un camino en la vía de la reducción de los derechos de los trabajadores, desnaturalizando una cuestión objetiva que se hermana con verdades doctrinarias que son parte de nuestro ser nacional: además de tener los derechos arraigo internacional, anclaje constitucional y de cernirse a una axiología social-cristiana rastreable en documentos fuente como Rerun Novarun o Laboren Excercens, fundamentalmente el trabajador compra en el supermercado de su cuadra, paga la cuota del club, contrata servicios de salud local, viste a sus hijos con ropa comprada en negocios locales, aporta a la cooperadora de la escuela de su barrio.

Defender el trabajo municipal como elemento subsidiario de la comunidad es, además de hacer justicia, advenir al desenvolvimiento práctico de una ciudad mejor. Para erigirse en verdaderamente «moderna», requiere la estructuración orgánica y funcional de vínculos entre pueblo, organizaciones y Estado, superando las estructuras heredadas del Estado liberal que profundizan el egoísmo. Es la reconstrucción del hombre de a pie, en el seno de su familia, en el marco de la rearticulación del tejido de las instituciones, asistidas por un municipio descentralizado, entendido como elemento concurrente de la comunidad libremente organizada, promoviendo la cultura de servicio en la proximidad que habilitará las condiciones para relaciones sociales crecientemente pacíficas.

Está claro, a la luz de décadas de crecimiento económico mundial acompañado de injusticias por la expoliación que supone la ausencia de desarrollo integral, que se requiere dar un sentido humano al orden institucional para poder consolidar la paz. Esto, que vale para la sociedad, funciona abarcando todos los niveles del Estado, que son una parte coadyuvante de lo social: “Para la época futura lo importante no es ya, en último término, el aumento de poder, sino su dominio” (Romano Guardini).

*fundación@pueblosdelsur.org

*www.pueblosdelsur.org

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