Foto: Andrés Macera
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Contra el discurso de Cambiemos que justifica despidos y cierres de programas hablando de “ñoquis” o “grasa militante”, los vecinos del Centro de Acceso a la Justicia de Villa Moreno, o los pibes de las Orquestas Infanto Juveniles, reclaman la continuidad de las actividades que acercaron el Estado donde antes solo había abandono.

Foto: Andrés Macera
Foto: Andrés Macera

La vista desde el quinto piso de la escuela Vigil (Alem y Gaboto) es un privilegio. La zona sur de la ciudad se contempla infinita desde los ventanales. Es miércoles, pasaron las seis y media de la tarde, y la hora del atardecer le da un plus al panorama. No sólo por la posibilidad de disfrutar la caída del sol; sino porque ese día, a esa hora, se le suma el ensayo general de la Orquesta de Tablada de fondo. Los pibes y pibas transforman el alboroto del encuentro en el hall del piso más alto de la escuela en una canción. Literalmente: la melodía de “Todos los días un poco” suena en toda la institución. Los invitados –en este caso, dos periodistas y algunas madres– disfrutan. El profesor, sin embargo, no para de marcar pausas y hablar en lo que para esta redactora es casi otra lengua. Le pide a los chicos que estén atentos a las negras, a las corcheas, al ritmo. Ellos asienten. Todos asienten, porque todos entienden: los que tienen 22 y los que tienen 7, los que tocan el violín, el oboe, las flautas, el cello, la percusión. Después siguen tocando, intentando mejorar. Los invitados aprovechan y escuchan una y otra vez, al punto de no poder sacarse la canción de la cabeza por unas cuantas horas más: llaman y llaman / las flores al sol / juegan y juegan / todos los días al amor.

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Muchos vecinos pasan por estos días a pegarle un vistazo al Centro de Asistencia Judicial de Villa Moreno. Una parte importante se acerca a lo cotidiano: pedir asesoramiento. Otros tantos – y cada vez más – a pispear si el espacio sigue abierto. Hace exactamente dos semanas, sus trabajadores recibieron el telegrama de despido. Les avisaron desde su casa, ellos estaban en el CAJ trabajando. Y no se fueron: decidieron dejarlo abierto hasta que algún nivel del Estado tome cartas en el asunto. Los vecinos no salen de su asombro. Cuando el gobierno nacional anunció limpiar la grasa militante del Estado, no imaginaban que eso implicaba cerrar y dejar en la calle a los únicos representantes del Estado competentes que ellos conocieron. El martes pasado, los vecinos y trabajadores del CAJ se reunieron en la Capilla de Dorrego al 3900 – la coparon – para decidir en conjunto qué medidas tomar frente al cierre de la institución. La historia de lucha del barrio, movilizado desde el Triple Crimen, fue el espíritu que se apoderó de la asamblea. “Dijeron que tenían una deuda con Jere, Mono y Patom. Cerrando esto nos pegan una cachetada”, dijo una vecina. “Sabemos que si no hay lucha no hay victoria”, sumó un hombre. El pastor Eduardo Trasante concluyó su intervención marcando un objetivo: “que la sociedad sepa que acá se labura, y se labura en serio”. Una señora completó destacando el valor humano de los que atendieron el CAJ y ahí, por primera vez, se hizo un pequeño silencio, reemplazado por aplausos que retumbaron en la Capilla y todo el barrio.

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Sólo hay que seguir la música. En la Escuela Nª 518 (Garay y Larrea) alcanza con abrir la puerta de un salón para encontrarse con una historia. Por ejemplo: ese martes a la tarde, después del horario de clase, Elías y Patricio estudian Corno Francés en el aula de primer grado. Elías, de 15, le enseña a Patricio, de 9. Cuando aparece una curiosa ofrecen un concierto privado: tocan Mozart. Es un lujo. Las situaciones se repiten en los distintos salones del primer y segundo piso de la escuela. Mientras Elías y Patricio ensayan y tocan y muestran lo que saben; Carlitos, de catorce, baja, pieza por pieza, la batería. La acomoda como puede en el patio de la escuela y empieza a tocar, mientras espera que su papá lo pase a buscar. Las docentes y madres salen como locas de la cocina y dirección, enloquecen por el sonido que retumba en toda la escuela. Carlitos sonríe y avisa que se la lleva para ensayar en su casa durante Semana Santa. Alguien menciona una palabra: vecinos. Carlitos vuelve a sonreír, pícaro y cómplice de un futuro cercano y predecible.

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Los primeros tres meses de Cambiemos en el gobierno nacional estuvieron marcados por una ola masiva de despidos de trabajadores del Estado y de empresas amparadas en una evidente legitimación nacional para dejar gente en la calle. El discurso de los funcionarios PRO señala todavía que estos despidos no son más que una limpieza de ñoquis, de militantes, de empleados que no estaban preparados para realizar las tareas que desempeñaban. Pero alcanza con informarse, acercarse a los espacios desmantelados, hablar con despedidos y vecinos que se quedan sin beneficios, para darse cuenta que los lugares que cierran o cambian de perfil son los que representaban al Estado frente a territorios o poblaciones vulnerables –y no tanto–. Las orquestas infanto-juveniles y el Centro de Asistencia Judicial de Villa Moreno son un ejemplo local. Con los cierres y despidos no sólo se engrosan las filas de desocupados en el país, sino que además cientos, miles, de vecinos, chicos y chicas quedan afuera de un Estado que de a poco estaba cada vez más presente en su cotidianidad.

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El Centro de Asistencia Judicial de Villa Moreno funciona en la Capilla de Dorrego al 3900. Es una habitación chica, con un par de computadoras, otras tantas sillas y un ventilador de pie, donado por los vecinos. Las paredes del CAJ resumen la función de esta institución. Están colmadas de papeles que anuncian que la transexualidad no es una enfermedad, que explican cómo cuidarse de las infecciones de transmisión sexual, que avisan que para que encuentres empleo, ahí te ayudan a armar el CV. También advierten que los que trabajan ahí fueron despedidos, que ellos mismos decidieron que el CAJ no cierre y laburan igual, y que ese día, martes 29, trabajarán menos horas para salir a volantear casa por casa e invitar a los vecinos y vecinas a una asamblea a las 15. El rumbo del CAJ lo decidieron entre todos.

“Moreno no es un paraíso desde que está el CAJ, pero que las cosas cambiaron, cambiaron”. Catriel Álvarez, uno de los seis despedidos por Nación, dirige la asamblea. El calor infernal de la siesta no impide que la Capilla esté llena, que sean tantos los convocados que muchos apenas logran asomar la cabeza y que otros tantos queden afuera, pero se quedan. La voz de Catriel retumba. Él y sus compañeras explican el panorama e invitan a decidir entre todos cómo seguir. La historia de Villa Moreno se apodera de la asamblea, se habla de los pibes –Jere, Mono y Patom, asesinados la madrugada del 1º de enero de 2012–, se recuerda la lucha y hay cosas que no se ponen en duda: que el CAJ es un derecho que se ganaron y que lo van a defender movilizándose.

La institución está en el barrio hace cuatro años, llegó de la mano del proceso de lucha por Justicia luego del Triple Crimen. “Entendimos que la justicia es también poder generar condiciones en el barrio para que esas cosas no se repitan. El cierre es terrible. No sólo porque significa un gran retroceso para el Estado, sino porque el barrio vuelve a quedar abandonado y cada uno tendrá que arreglárselas como pueda, otra vez”, explicó Jessica Venturi, abogada y una de las empleadas (y despedidas) del CAJ. El lugar es un punto para canalizar todo tipo de trámites, para resolver conflictos, para informarse. No alcanzan ni los dedos de las manos ni el tiempo de la entrevista para contar cuántas vidas se cambiaron: acceso a la jubilación, a subsidios, a fuentes de trabajo, a la salud.

Las nuevas autoridades del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación aseguraron que el cierre del CAJ es irreversible. La apuesta del barrio es ahora interpelar a los gobiernos provincial y municipal para que se hagan cargo de que la institución siga funcionando en el territorio. Para esta semana, los vecinos anunciaron una movilización y una nueva asamblea donde definirán día y lugar de la jornada de lucha.

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María del Carmen tiene 54 años y nació y vivió hasta su casamiento en barrio Triángulo. Hace cinco años, por cosas de la vida, volvió a su barrio. La mujer cuenta dos sensaciones: miedo y tristeza por haber alejado a su hijo Carlitos de su lugar. Una tarde, María del Carmen mandó a su hijo a la ferretería y el pibe no volvió hasta un par de horas después. “Mamá, no sabes lo que pasó”, le dijo el nene de nueve años. “Encontré una orquesta”. Carlitos empezó a ir a la Orquesta del nuevo barrio y su mamá se sumó, tiempo después, al grupo de madres que colabora. “Me reencontré con el barrio”, dice, recordando. “¡Mira de lo que me estaba perdiendo!”

Foto: Andrés Macera
Foto: Andrés Macera

Soledad y Romina acompañan a María del Carmen en la charla. Están sentadas en la cocina de la escuela y mientras llenan termos de agua caliente cuentan sobre su acompañamiento al espacio. De fondo, suena el ensayo de decenas de instrumentos. “Después de las 18 estamos nosotras. Recibimos a los chicos y mientras ellos van a estudiar para la Orquesta, nosotros los atendemos. A ellos y los profesores. Cuando termina la clase, ayudamos a guardar los instrumentos, vemos que no quede nada tirado porque al otro día hay clases. Este trabajo no nos cansa: lo hacemos porque acá hay una contención”, cuentan.

Las mujeres hablan de sus hijos como cualquier madre: orgullosas. Cuentan que jamás pensaron en escucharlos tocar en el teatro El Círculo, que sus hijos hablan de técnicas de música con profesionales de la talla de Cristian Hernández Larguía (recientemente fallecido). Pero también hablan con orgullo de la Orquesta y de cómo influyó en sus propias vidas. Así como ahora María del Carmen camina sin miedo por su barrio, Romina y Soledad reconocen que ellas “estaban mal” y que la escuela ofició de refugio para ellas y sus hijos. “Nos negamos a pensar que esto cierre”, dicen. “Podríamos estar en nuestra casa, pero acá confían y descansan en nosotras. Es lindo brindar”.

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El Programa Nacional de Coros y Orquestas del Bicentenario se lanzó a fines de 2008 y fue creado por el Ministerio de Educación de la Nación. En todo el país son 161 coros y 140 orquestas, que funcionan íntegramente formada por niños y jóvenes de escuelas primarias y secundarias, en particular de barrios marginales. En Santa Fe funcionan cuatro orquestas infanto-juveniles y cuatro coros que pertenecen a este programa nacional del Bicentenario. Las orquestas son las de barrio Tablada y Triángulo y la de Granadero Baigorria, también funciona una en Las Parejas. Los coros funcionan en Santa Fe, Reconquista, Tostado y Santo Tomé

Los profesores trabajan contratados por Nación y en algunos casos, parte de las horas las paga la provincia. El Estado nacional no pagó ningún sueldo en lo que va del año y nadie de la actual gestión educativa nacional confirma cuál es el destino del programa. Sólo se consiguió meter el tema en paritarias y que les firmen el contrato por dos meses (enero y febrero) que hasta hoy no cobraron. Por lo tanto, todo funciona ad honorem, por obra y gracia de los docentes. La lucha es para clarificar el panorama, para lograr que el gobierno, ya sea nacional o el provincial, se la juegue y comprometa con la continuidad de las orquestas que, a pesar de haber sido impulsadas por la órbita nacional, afectan a chicos, escuelas y docentes santafesinos.

El conflicto se repite en todo el país. La movilización nacional de la Confederación de los Trabajadores de la Educacion (Ctera) de este lunes incluye en su pliego de reivindicaciones la permanencia de estos programas de inclusión educativa.

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“No voy a dejar de luchar por la orquesta”, dice Belén, que tiene la voz dulce y tranquila incluso cuando está en pie de lucha. “Tocando compartimos cosas con nuestros compañeros que en otro lugar no se pueden compartir”. Belén tiene 14 años y toca la flauta traversa. Ella va a la escuela Madres de Plaza 25 de Mayo, la secundaria que funciona a la vuelta de la escuela Nº 518. “Había tenido ganas siempre de tocar un instrumento, pero nunca había tenido el privilegio de poder estudiar. Un día vinieron a invitarnos y acepté. Nos llevaron por los salones a buscar instrumentos y cuando vi la flauta, me di cuenta que es para mí. Lo sentís: escuchas el sonido y lo sentís, es una conexión que sale de adentro”.

Facundo toca el trombón. El también lo vio y no necesitó ver más instrumentos. Desde el 2013 participa en la Orquesta de Triángulo. “Somos personas apasionadas, a gusto, es parte de nuestras vidas, de nuestras familias. Es una rutina llena de cariño”, dice y no para de hablar de anécdotas, de viajes, de la primera vez que tocó, de sus compañeros. También habla del posible cierre. “A mí me cambió la vida. No me imagino que no esté funcionando la orquesta, sería raro, feo. Cuando entrás acá dejás de tener tiempo libre, al pedo, yo y mis compañeros pasamos mucho tiempo de nuestra vida acá”.

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“Es indispensable que esto esté. Una persona sin zapatillas no camina en espinas”. Francisco tiene 58 años y vive en Dorrego al 3900, frente al CAJ. Se mudó hace poco pero antes viajaba desde barrio Itatí para hacer trámites en Moreno. “Un día me dijeron los vecinos que vaya a la Capilla de Villa Moreno que ahí me iban a ayudar. Me vine. Yo necesitaba una pensión para mi hija y ellos me ayudaron. Después vino mi esposa y consiguió todos los papeles para la asignación universal por hijo”. Francisco dice que antes hacer un trámite era muy dificil. Recuerda el recorrido burocrático de memoria: “tenías que ir al Anses, después te mandan a calle San Lorenzo, de ahí para todos lados. Yo vengo acá e inmediatamente me ayudan. Esto es para los vecinos: ¡viene tanta gente de otras partes! Villa La Lata, Itati, zona norte. Hay preocupación en el barrio, la gente se pregunta a dónde va a ir si lo cierran. Los que saben, saben que se van tan lejos a hacer trámites”.

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María tiene quince años y vive “por barrio Ludueña”. Dice que es un quilombo, pero no se arrepiente de atravesar la ciudad en auto o colectivo para estudiar oboe en barrio Tablada. Llegó a la orquesta hace cinco años. Su mamá tomaba clases particulares de cello con una docente que también enseña en la Vigil y la invitó a estudiar con chicos y chicas de su edad. “Me llevaron por las aulas a ver instrumentos y al final, el cello no me llamó tanto la atención. El oboe sí, me enamoró. Lo vi y me di cuenta que era lo que quería hacer”. Para ella, la Vigil es su segunda casa. Estudiar en esta orquesta no es un conservatorio, destaca ella, y no para de hablar de sus amigas, de que van y vienen, que se divierten, que incluso hasta los docentes forman parte de esa amistad.

María sostiene que tocar el oboe es fácil, aunque digan lo contrario. Dice que le costó aprender a usar el aire, a no marearse, pero que ya se acostumbró. También advierte: a veces se embola porque toca la misma canción durante años. Nada, sin embargo, es tan malo. “Te gusta, te sigue gustando. Es algo que quiero hacer toda mi vida”. Este año, María empieza a estudiar en los cursillos niveladores de la Siberia, donde funciona la facultad de Música: está segura de que el oboe es el compañero de su vida.

“Pensar en el cierre de la orquesta me da mucha tristeza. Hay muchos chicos que van a perder la oportunidad que yo tuve de estar muchos años aprendiendo a tocar un instrumento”. Mariana toca el violonchelo desde el primer día que funciona la orquesta en la Vigil, es decir, a principios de 2009. “Venía a esta escuela y me copó la idea de tocar un instrumento. En la escuela teníamos música, pero no de verdad. Empecé con otras amigas y costaba arrancar los sábados. Después me acostumbré. Y me enganché”. Mariana nunca imaginó todo lo que iba a pasar con la orquesta: viajar, tener amigos de otras provincias, ensayar con ellos antes de tocar. Ni siquiera había imaginado que podría estar en una orquesta: nunca se había dedicado a esto, era más de hacer deportes y otras actividades. Mariana tiene 22 años ahora y estudia para ser profesora de música. Antes, probó en distintas carreras, pero no continuó en ninguna. “Y mientras tanto, seguía en lo mismo: la orquesta. Me imaginé que tal vez es esto lo que me gusta. Parece que es así, porque sigo en el profesorado”.

“Se aprende practicando”, repite Valentín una y otra vez. No dice que estudiar violín es fácil, tampoco que es dificil, dice que tiene que practicar, que es lo que hace desde que entró a la orquesta. Valentín tiene 10 años y hace tres que toca el violín en la Orquesta de Tablada. El nene es tímido, pero no duda en hablar de la Orquesta frente al grabador. Dice que estudiar violín le gusta más que la escuela, que incluso solamente una vez en tres años no tuvo ganas de ir a clase de música. Él, como todos los chicos entrevistados para esta nota, nombra infinitas veces dos palabras indispensables para entender lo que pasa en el horario después de clase: amigos y diversión.

Fuente: El Eslabón

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Un comentario

  1. luis Henriquez

    06/04/2016 en 22:28

    Muy interesante, inquietante, triste

    Responder

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