Foto: Dreamstime.
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Yo no sé, no. Qué tornillo aquel –recuerda Pedro–, cuando iba camino a la escuela. Había que sortear Acindar hasta la punta, caminando por la vía hasta la última montaña de chatarra. Y cuando venía el segundo recreo había que cuidarse las orejas de los tinclazos, que te dejaban unos sabañones que te la regalo.

Tornillo hizo en los inviernos del 73 y 74. En el primero, hasta nevó en Rosario; en el segundo, cuando murió el General, llovía tanto que era peor que la nieve. Pensar que antes del gobierno del General –recuerda Pedro–, no se hacía ni una aguja, ni un alfiler, y mucho menos tornillos. Se vivía, los que podían, en una economía primaria al mango.

Un tornillo bárbaro hizo cuando la Cortada, que era un cuadro de fútbol del barrio, en un torneo en la cancha del Cilindro, en pleno julio, no juntó los once. Al Chueco, que jugaba de 7, no se lo encontró por ningún lado y jugamos con uno menos. Ojo, había que levantarse un domingo a las 8 para ir a jugar un partido.

El otro día hacía un tornillo bárbaro apenas bajó el sol, cuando estábamos comiendo en una mesa improvisada en la vereda con los muchachos que hacen changas. Y como pintaba linda la reunión, uno dijo que tenía un bracero e hicieron fuego, y unas tortas asadas, que les salieron muy bien. Y los vecinos deseaban apenas veían esas tortas asadas. Quedamos cortos porque no pudimos convidar casi a nadie.

Lo que sobró fue carbón. El fuego salió bueno y rendidor, y duró como hasta las 3 de la mañana. Y pensamos que esa capaz sea la solución ante el tarifazo enorme que se mandan estos, a quienes parece que les faltan varios tornillos y, sobre todo, les falta corazón cuando aumentan las tarifas de lo más esencial.

El miércoles, en otra reunión, pasando Acindar, lo invitaron a Pedro al mediodía porque había algo en la parrilla. En un tallercito de reparación de electrodomésticos de Luisito y Tato, hijos de Carlitos, estaban haciendo como una preinauguración y tiraron una nutria que la saboreamos –aparte de Pedro, los pibes, Carlos y yo–, el Gato, un chileno que hace bastante que está en la Argentina y que nos explicaba que en Chile, cuando te agarra un tornillo y no estás bien abrigado, chau, fuiste. Aunque ahora mejoró un poco. Pero la movilidad no alcanza para combatir el tornillo; y menos la movilidad social, que casi no existe.

En Chile hay gente que se puede comprar unas zapatillas de buena marca pero se lo prohíben porque es pobre y no puede tener acceso a eso, nos decía el Gato. A la gente la convencieron de que si sos pobre, vas a tener que seguir pobre toda la vida.

Promediando la tarde, entre guitarreada, vino y charla sobre mujeres, saltó la cuestión social y la situación política. Carlitos, entre vino y vino, decía: “Nos están choreando hasta el agua del Paraná, que es el peor robo; vienen los chinos y se llevan todo lo que puedan de agua dulce”.

El Gato y Pedro decían que, si bien es grave, lo peor es que estos que están gobernando, a los que les falta una tuerca, nos quieren llevar a un país preindustrial, sin mercado interno. Y en lo que todos quedamos de acuerdo es que para combatir a los tornillos, hay que tener la panza llena, no sólo con harina, sino con suficientes proteínas. Y para garantizar eso, a los futuros tornillos se los combate con tornillos y destornilladores, esos mismos tornillos que tienen que funcionar en el tallercito de los pibes. Eso significaría que el mercado interno ha empezó a moverse, y si eso se mueve hay movilidad social, y si eso pasa, ¡que vengan los tornillos! Esos futuros fríos nos van a agarrar con la defensa suficiente para disfrutar el calorcito del solcito que, en un futuro no muy lejano, tiene que salir para todos.

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