Ilustración: Facundo Vitiello
Ilustración: Facundo Vitiello

Yo no sé, no. Admirando ese vientito fresco, la otra tarde Pedro se acordaba que el que sabía hacer el cajón se animaba a hacer el barrilete en forma de barco. Eso sí, tenía que tener buenos los tiros y contar con la ayuda de un viento considerable, porque no se podían hacer chicos: eran más bien grandes, grandes como uno se imaginaba y hasta soñaba viendo los que aparecían en el cielo o en la tele.

El desembarco de Normandia era una escena que se repetía constantemente en las películas de la época. Los más exquisitos, en el cine se deleitaban con la del Potemkin, el barco ruso, al que algunos también le decían Potemka, mientras que los alemanes tenían al Bismarck, todos acorazados. Y como siempre uno aprendía la historia viéndola en la pantalla grande. Y hablando de embarcaciones, cerca de Tunelmanía estaba el Viejo Galeón, dos lugares bailables de aquel tiempo.

En el campito había aparecido un negrito brilloso. Todos lo cargaban: “¿de dónde desembarcaste?”. Y el loco se burlaba –o se desquitaba, mejor dicho– con la gambeta que tenía. Por esos años, una buena parte del pueblo argentino se había embarcado en ese gran colectivo de la política nacional que no estaba conducida por un almirante, sino por un general del que todos esperaban noticias desde Madrid.

Desde la capital de la Provincia, como el Patito Colman, o de tierras porteñas, como el Chino Messiano, varios jugadores habían desembarcado en Central. Y pensando en barcos y victorias, desde el principio de la historia muchos disidentes del porteñaje se cruzaban al Uruguay. Al Viejo, en cambio, lo salvó la cañonera paraguaya.

En vísperas de la conmemoración de aquel desembarco del 12 de octubre, piensa Pedro en el desembarco que está haciendo esta nueva derecha por este lado de la Patria Grande. Igual, lo más jodido es el desembarco que nos hicieron en el marote. Y no la vemos. Eso es lo peor.

Pedro escucha a su amigo Pururú, que es Pecho y le dice: “Cómo se salvaron con aquel desembarco del Ogro en aquel claśico que la quiso cancherear y la erró”, y le dice: “Ojalá que el engaño en definitiva sea menor, porque lo erren. Porque sino, habrá que embarcarse y desplegar todos los trapos posibles, porque con el remarla todos los días aparentemente no va a alcanzar. O esperar, como dijo Pedro, los nuevos vientos.

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