Ilustración: Facundo Vitiello.
Ilustración: Facundo Vitiello.

Yo no sé, no. Tenía alrededor de 11 años, soñaba con el día en que podría abandonar las flechas blancas que usaba de contrabando en el campito, porque eran las mismas que tenía que llevar para gimnasia, y pensaba: “¿Cuándo será el día de usar esos botines?”. El tema es que eran del viejo, y estaban hechos de un cuero hermoso, originales. Y estaban nuevitos, porque el padre se los había ganado en una rifa y no los usaba, ya que se le daba más por las bochas, aunque igual los guardaba como si fuera un trofeo deportivo. Un día le dijo: “Mirá, son tuyos”. Al pibe le agarró una sensación de alegría y también de temor. Pensó que el viejo se moría.

Lo cierto es que el día llegó y pasó de usar esos botines Sacachispas, con tapones de goma, a los originales de cuero. Cuando arribó al campito, lo apodaron El Heredero. Él pensaba: “En la primera jugada le doy con los tapones de punta como Suñé, o como el colorado Killer”. Era tanto el entusiasmo que hasta quería llevarlos a la escuela, y ya iba a la secundaria.

Por esos tiempos, en las calles de Rosario había corridas. Era el ‘69 y el Rosariazo no daba para andar haciéndose el lindo con unos botines de fútbol.

Más tarde se sintió heredero de Perón, como había otros que eran herederos de Trotsky, de Marx, o de Mao. Él pensaba que se hizo peronista de pronto, pero la herencia cultural ya la tenía. Y en esas idas y vueltas, el viejo se muere. El general, digo, que antes de morir dice: “Mi único heredero es el pueblo”. No sé si por ese entonces o más adelante, entre las reformas económicas se planteaba un fuerte impuesto a la riqueza, fundamentalmente a la herencia; cosa que aún hoy sigue en discusión, aunque por momentos. Lo cierto es que estos cosos que gobiernan, nacidos en una cuna de oro, parecen herederos de Herodes y cada vez se aleja más la posibilidad de un fuerte impuesto a la riqueza, o a esa herencia maldita.

“Ojalá que la herencia principal, la herencia de identidad, que está en la memoria de gran parte del pueblo –ya que estamos en la semana de la identidad–, se ponga sobre la mesa y se tenga más vigente que nunca”, dice el pibe, que es amigo de Pedro. Y sigue: “Que sea perdurable en el tiempo, como pensábamos que eran esos primeros botines que heredé, que parecían irrompibles. Al fin y al cabo, si uno alimenta la memoria, la herencia de la identidad cultural no se pierde nunca”.

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