Foto: Agencia Sin Cerco.
Foto: Agencia Sin Cerco.

No era el Jesús de Ludueña, ni su barrio quedó huérfano, ya que una multitud, la mayoría jóvenes, renovaron emocionados el compromiso social legado por del cura Edgardo Montaldo.

“Su obra queda y ese es ahora nuestro desafío: seguir trabajando con la fuerza de Edgardo”, dice Claudia Gotardi, directora de la Escuela 1027 Luisa Mora de Olguín -Humberto Primo al 5316-, donde se homenajeó la memoria del salesiano fallecido a los 83 años.

“Es una persona muy querible, se hacía querer y quería mucho. Fue muy coherente con su pensar y un luchador”. La docente explicó: “Vivía a cuatro cuadras de la escuela y en 1978, cuando tenía 8 años tomé la comunión con Edgardo. Luego estudié aquí y me casó también el cura, después fui maestra, vice”.

En tanto, Jorge El Negro Carreras, dice que “si hay algo que Edgardo mantuvo, es ese contacto con la gente”. “Vinimos a laburar al barrio en el 83 y él ya estaba acá, después armamos el grupo Angelelli. Él también estaba con un oído en el Evangelio y otro en el pueblo”.

Mari Suárez, del grupo Crece desde el Pie, contó: “Lo primero que siento es la responsabilidad enorme de darle continuidad a lo que él nos transmitió. Debemos trabajar por una sociedad más inclusiva, que haya lugar para todos y todas”.

Señala que llegó al barrio a los 17: “Vi que había personas viviendo bajo chapas, venía de un pueblo donde la pobreza no es era extrema. Eso, y la mirada de Edgardo a lo social, me llevó a quedarme. Tengo 51 y desde diversos colectivos y agrupaciones intentamos generar posibilidades de transformar algo”.

Con una muchachada agitadora

Optando por la organización, antes que la caridad, su labor en las barriadas comienza en 1968. Venía de San Nicolás, donde había nacido el 22 de marzo de 1930. “Aquí me han ayudado en el barrio los muchachos de Montoneros”, decía en marzo de 1984 a este cronista, como burlando esas fronteras de los prejuicios. En esa época, lo acompañaba e impulsaba un activo grupo de veinteañeros maestras y maestros, que llevaban adelante un profundo agite en lo creativo y educativo, con banderas de ética y compromiso social.

Hombre de montar bicicleta, denunciaba al narcotráfico que se metía en el barrio, levantó comedores, apoyó a la orquesta sinfónica de pibitos y cuando despedían a algunos de los chicos asesinados por la Policía, no dudaba en marcar ante los medios cuáles eran los que robaban vida y los que para vivir debían robar.

Todos crecimos con él”

La dire Claudia admite: “Antes se podía trabajar más e integralmente en el barrio, hoy hay pobres de hambre y también otros problemas sociales muy graves. Edgardo hacía de todo en las zonas más vulnerables, la gente lo escuchaba y seguía. Todos los espacios de Ludueña, formales o alternativos están hoy aquí, todos crecimos con él”.

“Vengan, tomemos mate y hablemos para conocernos”, decía siempre el cura, indica la mujer que hizo toda la pastoral, grupos juveniles y catequesis en su escuela y su barrio.

No es fácil la tarea”

Mari resalta que la situación social es complicada y “se llega a situaciones de encierro trágicas. Hoy la impronta de individualismo es muy fuerte y la imposibilidad de convivir con otros diferentes. Parece que no se pudiera visualizarlo como una riqueza y se produce como un límite, un obstáculo, una piedra que complica el andar”.

“Crece desde el Pie fue fundado para intervenir ante situaciones de violencia hacia las mujeres y de abuso sexual infantil”, explica Mari, quien también integra el Instituto de Estudios Jurídico Sociales de la Mujer -INDESO.

Un encuentro con la identidad

“Hace unos 19 o 20 años, estaba en una casa de Ludueña donde vivía Pocho Lepratti, militaba en HIJOS y daba un taller de guitarra. Mariana Hernández Larguía y Gustavo Brufman nos habían invitado a hacer unos talleres y algún laburo de base, barrial”, recuerda Matías Ayastuy, militante social y comunicador, cuyos padres desaparecieron en 1977.

“Ellos conocían a gente de las comunidades de Ludueña y estaba con quienes luego formaríamos el grupo La Vagancia y también algunos chicos que luego serían asesinados por la Policía en los últimos años”, señala.

“En ese momento, de pronto entró una persona chiquita, pequeña y pelada. Con una voz angelical me preguntó si yo era Matías. Ya había sentido hablar mucho del padre Montaldo, por parte de mis tíos. Me contaron que el cura había viajado a Gualeguayú para casar a mis padres”, recuerda.

“Me cayó la ficha y supe que era Edgardo, supe que estaba en el mismo lugar donde habían estado mis viejos, unos veinte años antes. Ellos también hacían trabajo de base territorial, y de ahí nos conocimos con el cura y empezamos una hermosa relación”, dice emocionado Matías.

*Agencia Sin Cerco

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