Francisco Garamona (Buenos Aires, 1976) es librero, músico, poeta y editor. También es dueño del sello Mansalva, que publicó —con aura under— a numerosos autores noveles y prestigiosos y consagrados: desde César Aira, Vicente Huidobro, Levrero y Vilas Matas, Fabián Casas, hasta Fito Páez. También a Fogwill, a Perlongher, a Juanele y a Lamborghini, por caso. Como poeta, Garamona tiene más de 20 libros publicados en editoriales independientes argentinas y de otros países latinoamericanos. Odio la poesía objetivista es el último y fue editado en 2016 por el sello local Iván Rosado.

Un Roberto Jacoby incendiado e incendiario dice desde la contratapa del libro: “Estos treintaycinco poemas son de la reconcha de la lora y quien no los lea es un gato gil cagón y recontraputo” . Y más adelante sigue: “Yo a Garamona lo envidio mal. Deseo que se le seque la inspiración (que él dice que no existe) y se me pase toda a mi. Me humillaría si no fuera un gesto lamborghiniano y le chuparía la garompa esa de genio que tiene”. Aunque la recomendación del artista y sociólogo (Jacoby) sea más que elocuente, se pueden decir varias cosas más de este poemario. En primer lugar, que se trata de un experimento. Cada uno de los poemas que integran el volumen fueron dictados telefónicamente por el autor a siete amigos.

En palabras del poeta, la idea surgió “de hacer poemas sin inspiración alguna (…) guiándome bajo la premisa de que la poesía debe ser un acto experimental y colectivo”. Después, hay que decir, o no, pero lo decimos igual, que Garamona no pertenece a la generación de poetas de los noventa (Gambarotta, Casas, Cucurto) aunque pega en el palo. Y Garamona en esto fue objetivo y prudente: “Mi primer libro lo publiqué en 2001”.

Los poetas del desaliento post alfonsinismo manifestaban cierto apego a los objetos y a un lenguaje coloquial, con imágenes pueriles, costumbristas y con una fuerte impronta de escepticismo político, sobre todo. Garamona en cambio, dice preferir “la poesía de la imaginación que la de la descripción de lo cotidiano”. Si muchos de sus poemas son narrativos —porque siempre o casi siempre hay una historia urdida subyacente que despunta lirismo— el autor, con su Odio a la poesía objetivista, a modo de guiño u homenaje a los poetas casi de su generación, le da una vuelta de tuerca, un giro, o como explicó él mismo, “algo así como una vida paralela de las cosas”.

“El herrero del cementerio/ hace cruces de siete de la mañana a cinco de la tarde/ quisiera comprarle una/ para clavarla en el aire. Y ahí nomás, después de leerse ese verso, queda flotando la pregunta: ¿dónde si no?. Sí, en el aire.

En Sin nosotros, Garamona pareciera inconscientemente seguir la premisa spinetteana de “ningún lugar de hecho es bueno cuando nadie está”, para decir, kantianamente “¿para que algo suceda hace falta constatarlo?”. El olor de las calles de tierra húmeda —suponemos de  San Nicolás donde Garamona nació— te lleva de las narices por los treintaycinco poemas, de los cuales casi todos son de amor o nos hablan de él, pero no desde el desencanto y la incredulidad, sino como proyecto de las cosas sutiles.

El muchacho que antologa a las mujeres de su vida en Suma de sensaciones, para conciliar el sueño y despertar sin resaca. O los desconocidos que se encuentran ahí donde “se hacía temprano de noche/ en el invierno”.

En un poema hay una violación, y en otro, un romance universitario con una estudiante de sociología. Hay paranoia y miedo, que es real. “El fuego se apagó de pronto. Bailamos/ En tu cara se traslucía tu hermosa calavera”. Así empieza Flota el nombre de algo, algo que no se nombra pero que se palpita debajo de las cosas hermosas, cotidianas, pueriles y compartidas y su reverso, la mueca triste. “¿Escuchás el ruido del mar?/Las canciones que nos gustan suenan juntas./ Un cigarrillo envuelto por el humo. Tu calavera.”
En uno de los más bellos del libro Lindera, el poeta narra una historia que transcurre en una Argentina triste: “La ciudad es una cruz, y el amor una bandera/ a la que hay que desenrollar/ -Bancá los trapos, careta!”.

En Nuestro secreto, penúltimo poema, Garamona se confiesa: “Odio la poesía objetivista porque siempre pinta una escena predeterminada. Yo en vez de vivir escribí que vivía./ Aunque me divertí bastante.” Vivir y escribir: se pueden hacer las dos cosas, y bien. Y parece que Garamona lo sabe.

 

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