A 40 años de la desaparición de Roberto Jorge Santoro, el eslabón le rinde homenaje a este fanático de Racing, pionero en recopilar textos relacionados con el fútbol y autor de un ensayo sobre los cantitos de las hinchadas.

Roberto Jorge Santoro nació el 17 de abril de 1939, en Buenos Aires. Hijo de obreros y un verdadero buscavidas: fue pintor de brocha gorda, vendedor ambulante, puestero en un mercado y tipógrafo. Y siempre poeta. Fundó y dirigió la revista literaria El Barrilete, por la que pasaron las plumas de monstruos como Celedonio Flores, Homero Manzi, Martín Campos, Carlos Patiño y Rafael Vásquez, entre muchos otros, e integró las filas del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Compiló escritos que giraban en torno a una pelota de fútbol de autores tan diversos como Horacio Quiroga, Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Baldomero Fernández Moreno y Ricardo Scalabrini Ortiz, y los envasó en Literatura de la pelota, libro que fue reeditado hace exactamente 10 años, cuando se cumplieron tres décadas de su secuestro en la Escuela Nacional de Educación Técnica N° 25 “Teniente Primero de Artillería Fray Luis Beltrán”, ubicada en la calle Saavedra del porteñísimo barrio de Once, y en la que Santoro se desempeñaba como preceptor.  

La escritora y editora Lilian Garrido conoció a Roberto y se dio el gusto de prologar Literatura de la pelota, obra en la que Santoro se animó además a publicar una minuciosa investigación sobre lo que él entendía por poesía de tribuna: los cantitos de las hinchadas. En diálogo con este semanario, Garrido recordó a ese gran amigo de su padre al que homenajearon este sábado con la colocación de una baldosa conmemorativa en la vereda de Fraga 568, en el barrio de Chacarita, donde vivía.

Roberto, mi buen amigo

Lilian Garrido es periodista y conoció a Roberto Santoro en todas sus dimensiones. Al poeta, al militante, al futbolero, al laburante y al padre de familia. Desde muy pequeña ya admiraba a quien después fue uno de los mejores amigos de su padre. “Era un tipo muy encendido y yo, que era una nena de 9 ó 10 años, me quedaba obnubilada”, rememora Lilian esa época de fines de los 60 y principio de los 70, cuando ella tomaba clases de pintura y dibujo en el taller que el artista plástico Pedro Gaeta tenía en el barrio Villa Ortúzar. Hasta allí iba Santoro a conversar –“con ginebra, grapa o mates de por medio”, tal como desliza Garrido– con sus escritos y sus materiales bajo el brazo.

“Mi padre me iba a buscar al taller y después de que le presentaran a Roberto, nació una amistad entrañable. Y por supuesto, nosotros participábamos de todas las actividades culturales que hacían ellos”, recuerda Garrido, mientras nombra a Gaeta, Santoro, Luis Luchi, Eduardo Rovira, y “toda esa barra de artistas”. “Eran actividades culturales que se hacían en clubes de barrio, donde había lectura de poemas, exposiciones de pintura, había mucha participación. Iban todos los vecinos, amigos, los poetas, los pintores. Era multitudinaria, y hoy es muy difícil de convocar algo así”, agrega.

La escritora y usual colaboradora de Página|12, define al Pelado –tal como se lo solía llamar cariñosamente– como un tipo “maravilloso, solidario, cariñoso, muy extrovertido, muy encendido y muy preocupado por el prójimo, por el otro”. Y elige una frase del mismo Santoro que, según ella, lo pinta de cuerpo entero: «Nada de lo humano me es indiferente».

De todas maneras, el artista racinguista tenía una curiosa y simpática forma de presentarse, tal como lo hizo en un reportaje concedido a la revista Rescate, en octubre de 1973: “Sangre grupo A, factor RH negativo, 34 años, 12 horas diarias a la búsqueda castradora, inhumana, del sueldo que no alcanza. Dos empleos, escritor surrealista, es decir, realista del sur. Vivo en una pieza. Hijo de obreros, tengo conciencia de clase. Rechazo ser travesti del sistema, esa podrida máquina social que hace que un hombre deje de ser un hombre, obligándolo a tener un despertador en el culo, una boleta de Prode en la cabeza y un candado en la boca».

Una pluma comprometida

El nombre de Roberto Jorge Santoro aparece, desde el 1° de junio de 1977, en la extensa lista de los 30 mil desaparecidos por la más atroz de las dictaduras que padeció nuestra patria. “Él militaba en el PRT, sobre todo en la parte cultural. Formó frentes culturales con otros compañeros, dirigía partes editoriales, publicaba. Pero no era parte del brazo armado, su poesía era su arma”.

El día del secuestro, Lilian era una piba que estaba por cumplir 17 años. Y así lo recuerda, hoy a los 56: “Ellos tenían una editorial que se llamaba Rescate, en la que el PRT tenía incidencia. Publicaban, por ejemplo, cosas de Elías Castelnuovo, como Jesús y el Reino de los Pobres, y ese tipo de ensayos. Eran libros artesanales y mi papá solía comprar esos libros. Entonces llama a la casa para pagarle un libro y la hermana le dice que se lo habían llevado de la escuela donde se desempeñaba como preceptor. Mi viejo se quedó helado, pero en ese momento no se pensaba que la gente no iba a volver, eso de la desaparición era muy extraño, porque se veía en el circo, pero no se pensaba que también se iba a ver en la realidad”.

Hoy, a cuatro décadas de su desaparición física, Garrido se anima a imaginar a Santoro “haciendo poesia, porque a eso no lo dejó nunca, e investigando en esta realidad que es bastante descorazonante desde mi punto de vista. Lo imagino militando con sus escritos  para cambiar el estado de las cosas, y no escribiendo versitos sentado al lado de una salamandra”.

Sí, sí, señores, yo soy de Racing

Roberto Santoro solía recorrer, además de talleres literarios y diversos espacios culturales, los tablones del imponente Cilindro de Avellaneda. De allí, y de otros estadios, se inspiró para crear El canto de la tribuna, uno de los capítulos publicado en su obra maestra (cuando de la pelota se trata) en el que expone una especie de concierto de cánticos entre hinchadas. “Eso es extraordinario y lo llaman la poesía del hincha”, dice la autora del estudio preliminar que prologa la reedición de Literatura de la pelota, que data de 2007. Y reflexiona: “Frente a todo el desprestigio que este deporte como fenómeno de masas tiene para algunos –y ejemplifica con el antifútbol de Juan José Sebreli–, que lo miran medio de costado y se asustan un poco de esas hordas que van a la cancha los domingos, él vio en las hinchadas improvisación, creatividad, poesía, porque prestigiaba mucho lo popular”.

“Claro que no era un poeta del fútbol, pero logró ver en el fútbol un vehículo de ideas que aportaba a la comunicación”, continúa remarcando una de las mayores conocedoras de su obra, y aporta: “Siempre andaba con una libretita en la que anotaba frases que veía escritas en las paredes, o en los acoplados de los camiones, o dichos de la gente; y allí fue también donde anotó lo de los cantitos, durante sus tantas idas a la cancha. Era como un indagador permanente”.

Es que a Santoro no le gustaba solamente el fútbol que se juega dentro de un campo de juego. Dicen que se las rebuscaba con la redonda en los pies y que también lo disfrutaba mucho detrás del alambrado del estadio Presidente Perón. Además, lo divertían mucho las cargadas folclóricas que le dan color al deporte más lindo del planeta. “Con mi viejo siempre se gastaban porque era vitalicio de Independiente”, comenta entre risas la docente.

Pedro Gaeta también recuerda ese aspecto de su amigo y lo plasmó en la pintura que sirvió además de ilustración para la tapa del libro reeditado hace diez años atrás, y en la que se ve a dos jugadores disputando una pelota, uno vestido de rojo y el otro con los celestes y blancos. Una anécdota, en la solapa del mismo, explica todo: “Santoro siempre le decía a Gaeta que eran primos hermanos: un pintor comunista de Independiente y un poeta trotskista de Racing».

En una baldosa

La baldosa homenajea al poeta Roberto Santoro, en la vereda de su casa de toda la vida, en el barrio de Chacarita.

El jueves pasado, día en que se cumplieron los 40 años de su secuestro, a Roberto Jorge Santoro se le rindió homenaje en la escuela donde laburaba y de donde fue secuestrado por un grupo de tareas. Durante el acto –que contó con la presencia de su hermana Emilia, su mujer Dolores y su hija Paula– sus poemas fueron leídos por familiares, amigos y alumnos de la escuela Fray Luis Beltrán.

Los reconocimientos siguieron el viernes, en el Centro Cultural de la Memoria “Haroldo Conti”, acto que también contó con la presencia de sus más cercanos afectos, y en el que además se denominó a la terraza de ese espacio con el nombre de Roberto Santoro.

Este sábado, en tanto, se colocó una baldosa en la vereda de Fraga 568, donde vivió el escritor, en el populoso barrio porteño de la Chacarita. A esta iniciativa se sumaron los vecinos de esa zona. Finalmente, este miércoles a las 18, los periodistas deportivos Alejandro Apo y Mariano Hamilton recorrerán, en el Espacio La Farfala del barrio Villa Crespo, el pasado futbolero del fiel hincha de la Academia de Avellaneda.

El fútbol

Por Roberto Jorge Santoro

Bailarín

con un pie mareador

silbador

quien lo ve

toca de a poco

en caricia

le pone al cuerpo ballet

levanta el balón

lo empuja

lo resbala

lo mima con una gana

lo enrolla con otro pie

le da una vuelta

en el aire

de taco

que ni se ve

la vuelve

le cae al pecho

que para

cae

resbala

su pierna

de forma rara

la hace morir en el pie

que la pisa

si dormida por el suelo

la toca

y levanta vuelo

la pelota y el ballet

que en avance

con un pique

le dice que se le achique

la guarda

que en el zapato

del otro que ni la ven

se da vuelta

y no la tiene

está saltando

en el aire

le dice con la cabeza

que va el otro

que la deja

que la espera en otro pie.

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