Las organizaciones por el autocultivo del cannabis y las leyes de cannabis medicinal son cada vez más. A medida que se expande el uso y el estudio de los beneficios de los extractos de la planta de marihuana, se van sumando personas que necesitan encontrarse para intercambiar experiencias, conocimientos, aceites, semillas; y también angustias y festejos. La militancia por el cannabis va tomando forma y con eso aparecen nuevas problemáticas, alianzas y perspectivas de lucha. Las banderas de estos espacios están, de a poco, en más de una movilización: el 24 de Marzo, el Día de la Mujer, la Marcha del Orgullo. Y para el interior de estas organizaciones, el debate también empieza a ramificarse. No se trata solamente de lo que sigue siendo la prioridad, es decir, la salud y calidad de vida de las personas, sino también de la cantidad de problemáticas que atraviesan esa pelea urgente. La violencia de género e institucional es uno de esos ejes que empieza a asomar.

“Algo habrá hecho”. Valeria Gauna no lo escuchó tantas veces como sí vio estas tres palabras reflejadas en la mirada, o las sintió en el tono de voz de muchas personas: familiares, médicos, vecinos, docentes. “Algo habrá hecho” era la respuesta obvia a todo lo que representaba una mujer con “esta pinta”, dice ella, es decir, medio heavy metal, bastante poco femenina, madre de dos chicos discapacitados, cultivadora de marihuana para el consumo de sus hijos. “Yo sufro la violencia de género e institucional desde antes de estar asociada al uso del cannabis”, remarca la mujer de 41 años.

Valeria tiene un hijo de 21, Franco, con síndrome de regresión caudal. El papá de Franco se fue de la casa cuando se diagnosticó la discapacidad. La mujer quedó sola, con su “pinta” y lidiando en cada hospital. “Te miran diciendo que seguro algo hiciste para que te tocara un hijo así”. Valeria también es la mamá de Lázaro, que tiene tres años y es autista, un trastorno que, asegura ella, está muy asociado a culpar a las madres. “Me han dicho que el autismo es porque lo hago mirar muchos dibujitos”, explica. Ya hace un año que Lázaro toma aceite de cannabis. Le sirve para calmar sus crisis, estar más tranquilo y atento. “El día después de su primera dosis, Lázaro descubrió los árboles y los pajaritos”, ejemplifica la mujer. Los médicos no paran de recomendarle a Valeria que medique a su hijo para que se calme. Una de las razones es que ella “no puede vivir así”. “Y cuando yo les digo que está medicado, que toma cannabis, la cara se les transforma. No paran de preguntarme quién me lo da, quién lo hace, cómo. Mi respuesta es que lo hago yo. Lo cultivo, preparo y dosifico a ojo de madre. Soy la mala madre”.

Marco regulatorio y contradicción

Los reclamos de las asociaciones y grupos cannábicos, de familiares y usuarios de la marihuana con fines medicinales, vienen siendo los mismos hace años: la modificación de la Ley de Estupefacientes, el reconocimiento de los usos terapéuticos e industriales del cannabis, la descriminalización del cultivo para consumo personal, el respeto a las libertades individuales y actos privados, la formalización de las Asociaciones Cannábicas y Clubes de Cultivo. En el marco de esos reclamos, cambió el contexto legislativo: en el último año se aprobaron una ley provincial y una nacional que permiten el uso del aceite del cannabis con fines medicinales.

Las dos leyes contemplan la creación de un marco regulatorio para la investigación médica y científica del uso terapéutico del cannabis, así como señalan que el Estado debe garantizar el suministro a aquellos pacientes que lo requieran, y permitir la importación y la producción. Pero el aceite de cannabis aún no se produce en el país. El aceite Charlotte es el que se puede importar: viene de Estados Unidos y tiene un costo de 300 dólares aproximadamente. Pero además, el número de los que precisan este tipo es mínimo. El aceite de Charlotte tiene CBD, un cannabinoide para epilepsia refractaria que representa sólo un ocho por ciento de epilepsias, y que además genera tolerancia en poco tiempo. Son pocos los pacientes que los necesitan. La mayoría de los que lo precisan necesitan el cannabinoide THC, pero ese aceite no se comercializa. No existe ningún laboratorio que lo produzca. Por eso, mientras se esperan las reglamentaciones y que el Estado lo prepare, el reclamo está en que se permita el autocultivo. La contradicción de las leyes de cannabis medicinal es clarísima: hay usuarios que tienen plantas para ese fin, y se les abren causas gravísimas.

Cosechando redes

“Cuando lo planteé en los hospitales, me empezaron a tratar de mamá falopera. Decían que yo me drogaba y quería drogar a mi hija. Eran los médicos los que me decían eso. Nunca recibimos un comentario positivo en los hospitales”. Melisa tiene 26 años y tres hijas, una de cuatro y dos de seis, gemelas. Una de las gemelas, Mailén, padece epilepsia refractaria severa. Mailén consume aceite de cannabis desde septiembre del año pasado, cuando su pronóstico de vida no pasaba las horas. “Estaba en terapia intensiva. Le daban una cantidad masiva de medicamentos y no hacían nada. A mí me llegó la información del cannabis y con el papá decidimos probar. Ya habíamos probado todo. Así arrancó esta lucha”. Pasaron 20 días y Mailén pasó a tener de 60 crisis por día a diez. La mejora no se celebró en el hospital. Las mandaron a su casa. “Y que Dios nos ayude”, resume la mamá. “Estaban enojados porque encontré una alternativa. Como ofendidos. Llegaron a negarme los signos vitales de mi hija, cuando es mi derecho. Cuando volvimos al hospital, había cambiado todo. Una forma de decirnos, ¿para qué venis, si ya tenés la solución? Antes no teníamos ni que pedir turno para que nos atiendan”.

La misma urgencia que llevó a Melisa a probar el aceite de cannabis en su hija fue la que la acercó a distintas organizaciones que nuclean a familiares de pacientes que usan la marihuana medicinal. Y eso, a nuevas formas de militancia. La mayoría de estos espacios están constituidos por mujeres, gran parte de ellas, madres. Todas y todos practican una actividad ilegal: cultivar marihuana para la salud de un hijo, familiar o amigo. “Todo lo referido al cannabis es muy nuevo. Y a raíz de esa novedad, recién ahora pueden empezar a verse otros panoramas y podemos establecernos como bloque, pensar posturas y trabajar por proteger y conquistar derechos entre todos”, explicó Jorgelina Gauna, integrante de la agrupación Nosotros Cultivando Salud.

Foto: Franco Trovato Fuoco.

Todas las familias y espacios de militancia nacen sobre las prioridades: primero conseguir un aceite, después semillas, cultivar y hacer el propio aceite. El ciclo comenzó a cerrrarse hace pocos meses y ahora, a la par del acompañar la reglamentación de las leyes, nacen los nuevos horizontes. “Vamos aprendiendo y trabajando como agrupación. No queremos que los objetivos se agoten en la ley o reglamentación. Queremos también trabajar para el bienestar de todas las personas. Los derechos son de todos”, remarcó Jorgelina. “Siempre nos preguntamos por qué deberíamos salir a apoyar en otras marchas. Por qué ir a la del Día de la Mujer, por ejemplo. Y entendemos que es porque somos minorías y esos no hace comunes. Padecemos la misma marginación y discriminación. Porque eso es lo que nos pasa, hacemos una actividad ilegal”, añadió.

“Nosotros tenemos un espacio de contención porque sobre todo pasamos situaciones muy duras, que pueden desbordarnos. Pero también empezamos a militar. Por el cannabis y el autocultivo, y por nuestros derechos”, remarcó Melisa. Esa lucha, explica, es cotidiana: en la obra social, en los hospitales, en las familias: “Nos hostigan constantemente. Siempre hay presión y mucha violencia institucional, empezando por el hecho de que la mayoría somos mujeres y muchas están solas. Pero en el camino aparecen personas que dan una mano, y empieza una red entre organizaciones. Luchamos por todo y por todos. Nos vamos uniendo. Y tenemos contactos por si nos pasa algo”.

Madres drogadictas, madres locas

“La mujer ha sido históricamente la que se ha tenido que ocupar de los más vulnerables. La que ha tenido las tareas de cuidado. Esto se profundiza en nuestras situaciones porque no sólo somos mujeres a cargo de personas con discapacidad, sino porque además estamos cultivando marihuana”, destacó Jorgelina Gauna. La misma cotidianidad que llevó a que las familias se encuentren y acompañen en el uso del cannabis medicinal, que también implicó discutir leyes y militarlas, es la que fue mostrando la perspectiva de esa pelea: tiene que ser de género.

Jorgelina contó un caso claro. Una integrante su agrupación que está separada y su marido la acosaba permanentemente. El planteo de la mujer fue claro: ¿Qué hacer con las plantas frente a una situación de violencia? ¿Llamar a la Policía y arriesgarse a ir presa o quedarse sin el medicamento de su hijo? Los casos de violencia de género se repitieron varias veces: un esposo gendarme que no quería saber nada con el autocultivo, un esposo que le destruyó las plantas, otro ex que amenazó con denunciar la actividad ilegal de la mamá. También están los casos de los padres que se borraron con los primeros diagnósticos. Y también está la pelea diaria por compartir la tarea de cuidado.

“Cuando iniciamos la agrupación, no quisimos que sea sólo de mamás, sino que esté toda la familia, y amigos también. Nosotras lo que necesitamos es más paridad. Que el hombre esté a la par en el laburo. Si tenés un hijo o familiar con discapacidad, le tenés que dedicar las 24 horas. Y si además querés cultivar, hacer el aceite… No se puede todo sola. Por eso necesitamos abrirnos, hacer un trabajo de formación. Nuestros varones afortunadamente tienen un acercamiento a la igualdad. Hay resistencias obvias, porque todos fuimos educados en la misma sociedad, a todos nos cuesta, pero son varones que están, debaten y trabajan a la par nuestra”, destacó Jorgelina.

Valeria Gauna dice que siempre que van al médico, ella es la loca. Que se percibe de manera muy clara cómo toman en serio a su marido cuando interviene. “El reclamo siempre es a las madres. En los hospitales siempre es mamá esto, mamá aquello, hace así o asá. ¿Y papá? Nunca”. Valeria siempre escucha cómo le destacan todo lo que trabaja su marido. Ella retruca: “¿Y yo? ¿Me quedo rascándome en mi casa? Todos me dicen lo buen padre que es. Yo les digo que no, él es un papá, no hace nada que no tenga que hacer. Pero cuando pasa eso sos la madraza, el padrazo, la luchadora. Nosotros hacemos cualquier cosa por nuestros hijos”.

Para Valeria hay pequeñas luchas que son clave. En síntesis, todo se trata de mejorar la calidad de vida de las personas. El cannabis medicinal sirve para los pacientes, la lucha diaria también para las familias. Lo que empezó por la lucha por la salud de los hijos se extendió a toda la familia, después, a numerosos reclamos: desde una ley hasta el derecho a dar una vuelta y que el papá se quede a cuidar al nene. “Estamos en un grupo en el que somos discriminados por la discapacidad, por ser cultivadores. Cuando hablamos de cannabis medicinal se imaginan a niños de tres años con un porro en la boca. Somos los drogadictos, las locas que dan marihuana al hijo. Lo sufrimos de los médicos, la familia, la obra social, la policía. Es una lucha no sólo por tener una planta en buen estado, sino para defenderte como mujer, mamá, tía, papá, hermano. Nosotros también padecemos la violencia y el maltrato y por eso estamos acompañando y apoyando en todo lo que podemos”.

Fuente: El Eslabón

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