La antigua ubre vikinga sigue dando de mamar al insaciable dios mercado, más atrevido y con más ansias de permanencia que cualquier otra deidad. En la capital de Islandia la marca de cerveza más visible se denomina Víking, su logo es un barco vikingo, y son también los vikingos los que habitan remeras, peluches, llaveros, imanes, bufandas, ropa interior, bolígrafos, medibachas, posavasos y todo tipo de chucherías.

Es uno de los tantos mitos que los europeos se inventaron para legitimarse, para construir un relato. Es un mito de origen que ha sido muy utilizado políticamente en distintas épocas, según las necesidades políticas y económicas del caso. La construcción realizada por los nazis es la más tristemente célebre, pero no la única.

Hoy es el mercado el que exprime esa vieja teta nórdica que, según los propios académicos escandinavos, no es más que un período, una época, una era, que duró apenas unos 300 años, muy poco en términos historiográficos, dentro del devenir histórico de un conjunto de culturas herederas de los mitos y las religiones nórdicas.

Los vikingos eran pueblos de los bosques, de las bahías, de los lagos, y aportaron una forma particular de construir barcos, y de navegar. Sobre todo, de atacar poblaciones y saquear. Los vikingos ocupan un lugar destacado en la historia del saqueo, una materia en la que los europeos son especialistas.

Claro está que su forma de lanzarse a los mares tenía profundas raíces en una cosmovisión, relacionada con los espíritus de los bosques. Navegar era derramar, a través de los árboles, de los troncos devenidos naves, los espíritus de los bosques en las aguas. Con la furia de esos espíritus se lanzaban a saquear, violar y matar, allá por la Edad Media, antes de convertirse en simpáticos personajes estampados en calzoncillos que sonríen en las casas de recuerdos para turistas que se encuentran a cada paso en Reykjavik.

El mercado los asimiló y los convirtió en simpáticos personajes. El capitalismo tiene otras formas de saquear. Si es necesario, y siempre lo es en algún lugar del mundo, hay que mandar tropas, bombardear, matar. Es decir, hay que hacer el mismo trabajo sucio que hacían los vikingos, aunque con otras técnicas más sofisticadas. Del drone al hacha vikinga y la lucha cuerpo a cuerpo hay, literalmente, mucha distancia.

Los banqueros de hoy, con sus guantes blancos, impolutos, son los emergentes de las formas más cínicas del saqueo capitalista. En esta forma de saqueo del capitalismo neoliberal la sangre de los saqueados queda oculta, en un segundo plano.

Gunnlaugsson no es Macrisson: la vía láctea del furioso yogurt

El ex primer ministro de Islandia, Sigmundur Gunnlaugsson, se erigió como una suerte de puente cultural entre el viejo saqueo vikingo, pre-capitalista y medieval, y las formas más recientes, sofisticadas y cínicas de robo de guante blanco con empresas offshore y cuentas en paraísos fiscales como Panamá.

Gunnlaugsson actuó como una suerte de tero nórdico que dijo “teru-teru” en Islandia pero puso sus huevos en la lejana Panamá City. Y el pueblo no se lo bancó.

Sigmundur confundió el muy islandés pájaro puffin (también conocido como frailecillo) con la panameña águila arpía, y le dieron salida por una modesta vía láctea hecha de yogures y huevos.

No Sigmundur, el cornudo casco vikingo no marida con el sombrero jipijapa. Y Rubén Blades no canta la Saga de Egil Skallagrímson, le dijeron para darle el olivo.

En abril de 2016 estalló el escándalo conocido como Panamá Papers, y Gunnlaugsson fue el primer jefe de Estado que debió renunciar. Sin embargo, otros mandatarios con el mismo rango, como en presidente de Argentina, Mauricio Macri, permanece todavía en su cargo gracias al blindaje mediático y la complicidad de una parte de la población argentina.

Los medios bautizaron con el nombre de Panamá Papers (papeles de Panamá) a una gigantesca filtración de documentos secretos de la firma de abogados panameña Mossack Fonseca, una cueva encargada de ocultar la propiedad de activos, empresas y ganancias para permitir la evasión tributaria de multimillonarios del mundo de las finanzas, jefes de Estado, popes del deporte, el vodevil y las artes. Los papeles de Mossack Fonseca no son sino papeles de toilette después de un uso intensivo, y la caca que cargan se cargó a muchos dirigentes políticos. El presidente de la Argentina, que permanece en su cargo y hace de la caca virtud, es una excepción que asombra al mundo.

Los islandeses a los que se les explica esta situación no logran entender el motivo. “¿Por qué?” (“Why?”), preguntan en inglés, que es la lengua que usan para comunicarse con extranjeros, al ser informados del tema, que algunos incluso conocen, aunque en forma algo confusa.

“No tiene sentido plantear si es legal o no es legal, todo el mundo sabe qué significa tener una empresa en un paraíso fiscal, si tenés una, no podés ocupar el cargo de primer ministro, es incompatible”, señaló el joven Stefán, que se dirigía hacia su domicilio en calle Sjafnanargata, y que dijo no conoce el caso de la Argentina.

“Si se quiere dedicar a los negocios, bueno, ahora tiene más tiempo para dedicarse a sus negocios”, concluyó el joven islandés al ser consultado con referencia al ex mandatario de su país.

La famosa filtración que develó los Panamá Papers mostró que Gunnlaugsson no declaró su participación en una sociedad offshore que tenía junto a su esposa. El ex mandatario de Islandia fue acusado de esconder millones de dólares. Apenas se conoció este hecho en abril de 2016, más de veinte mil personas salieron a las calles de esta ciudad (que tiene una población de 121 mil) a pedir su renuncia.

Según los registros de la empresa panameña Mossack Fonseca, Gunnlaugsson utilizó la sociedad offshore denominada Wintris, que tenía junto con su mujer, para realizar una serie de maniobras financieras.
La primera reacción del por entonces mandatario islandés ante la revelación, les va a sonar muy familiar, hasta repetida, a la ciudadanía argentina: “No violé ninguna ley”, dijo.

Los documentos muestran que Gunnlaugsson y su esposa compraron Wintris en 2007. El mandatario no declaró nada al respecto cuando asumió como parlamentario en 2009, y ocho meses después le vendió el 50 por ciento de la compañía a su esposa, Anna Sigurlaug Palsdottir, por un millón de dólares.

La firma offshore fue usada para invertir millones de dólares de dinero heredado, de acuerdo con un documento firmado por Palsdottir en 2015. Según registros judiciales, la empresa tenía inversiones significativas en los bonos de tres bancos importantes de Islandia que colapsaron durante la crisis financiera que comenzó en 2008. Wintris figura como un acreedor con reclamaciones por millones de dólares en las quiebras de los bancos.

En 2013 Gunnlaugsson asumió el cargo de primer ministro y participó en las negociaciones relacionadas con esos bancos, justamente. Los valores de los bonos propiedad de Wintris dependían en buena medida de esas conversaciones, con lo cual el conflicto de intereses es flagrante.

“No han pasado ni 24 horas desde que la filtración masiva de documentos conocida como Panamá Papers llegó a Internet y ya son más de 23 mil los ciudadanos islandeses que han pedido a través de una plataforma online que su primer ministro, Sigmundur David Gunnlaugsson, abandone el cargo”, señalaba el diario El País de Madrid, fiel militante en favor de la banca y las corporaciones, en su edición del 5 de abril de 2016, sin poder ocultar su horror.

“Miles de personas se manifestaron precisamente a las afueras de la Cámara para protestar contra el jefe de Gobierno”, agregaba el diario español cuando al mandatario le quedaban las horas contadas.

Por aquellos días de abril de 2016, más de 20 mil personas se reunieron en horas de la noche frente al Parlamento exigiendo la renuncia del primer ministro. Arrojaron huevos y yogurt en señal de descontento.

Gunnlaugsson había dicho que no renunciaría, pero la presión popular y los disparos de huevos y yogurt pudieron más. El Parlamento le retiró su apoyo, y el mandatario tuvo que dejar el cargo, pese a lo que había dicho para intentar defenderse con excusas que aquí, en estas frías tierras, resultaron vanas.

A Macrisson, en cambio, lo banca la banca, las corporaciones, y una pequeña pero entusiasta parte de la ciudadanía, que lo defiende en nombre la de República y la transparencia. Las ciudadanas y ciudadanos que integran este sector utilizan una lógica algo particular. Defienden y justifican a Macrisson porque dicen que están hartos de la corrupción del gobierno anterior, cuyos funcionarios “se robaron todo”.

Fuente: El Eslabón

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