Yo no sé, no. Pedro se acordaba del primer desafío importante que tuvimos cuando éramos pibes. Era un equipo menudito, tendríamos alrededor de 12 años, y de pronto tuvimos que enfrentarnos a unos grandotes que vivían detrás de la fábrica de armas. No sé quién hizo el desafío, pero nos miramos entre todos y ya no nos podíamos echar atrás. Así que dijimos “no les tenemos miedo”, y aceptamos el convite.

Eran tiempos en los que para hacernos los lindos –y también como algo personal– cruzábamos la fábrica justo a la hora en la que estaba por pasar el tren, tanto el tren interno de la fábrica, como el que se iba a Buenos Aires, que pasaba por ahí. Eso era todo un desafío: primero cruzar por el medio de la fábrica para que no nos vea la seguridad, después saltar un gran zanjón y luego cruzar las vías, lejos de la campanilla y las barreras. Y nos mirabamos orgullosos como diciendo “a estos tampoco le tenemos miedo”.

Eran tiempos en los que pasaba frecuentemente el tren. La industria funcionaba y las vías de comunicación andaban como el país.

Una noche de carnaval se armó una batahola y éramos minoría, pero teníamos que defender el barrio. Aguantamos hasta donde pudimos, siempre con la misma consigna: “No tenemos miedo”. Como en aquel picnic en Zavalla que se armó un tole tole y hubo que reagruparse.

Al poco tiempo comenzó la secundaria, y ya estaba en el aire, se veía en las paredes desafiantes el “luche y vuelve”. Y a Pedro, como a sus amigos, lo cautivaban esas consignas y estar peleando por lo que había que pelear.

Al poco tiempo, en plena militancia, no le teníamos miedo. Quizá, con el diario del lunes, tendríamos que haber tenido un poco de temor y de precaución. Pero a esa edad y con la ilusión de tener una patria liberada, de tener justicia social, de ser artífices de su propio destino, no teníamos miedo.

Pasó lo que pasó y luego vino lo que vino. Y en la sociedad apareció otra clase de miedo, porque el enemigo fue más sutil. Empezó a pegar dejándote sin laburo, apretando al Estado como en los 90, apretando a la industria nacional. El que era padre de familia tenía miedo de perderlo todo, y el estudiante no tenía tanta información, porque rara vez se veían las consecuencias por los medios de comunicación. Porque ya los medios estaban atemorizando y desinformando. Cuando te desinforman o te ocultan la gravedad de los hechos vos sentís un miedo extraño, porque no sabés por qué están ocurriendo las cosas. Cuando fue lo de 2001, la gente se hartó porque no tenía para el morfi.

Y luego vino esa primavera en la que se recuperó no sólo la valentía, no sólo la pérdida del miedo, sino el saber que con un poco de voluntad y subiéndose al colectivo que se tiene que subir uno, entre todos aunque tengamos temor, no nos agarra el pánico, el miedo se aleja.

Y ahora, Pedro dice mirando esa vía vacía, por la que muy de vez en cuando pasa el tren, que extraña esos desafíos de fútbol que ya no están. Extraña ese desafío de encontrarse como para vencer el miedo, no solo individual sino colectivo. Sería bueno que empecemos a perder el temor, en principios el de juntarnos, de estar todos juntos y de acuerdo en cosas básicas, como en que con la vida de las personas no se juega, con la desapariciones ya no se tiene que jugar más. Y si perdemos el miedo, como dice la canción de Liliana Felipe, nos van a empezar a tener miedo, y van a tener cuidado.

Qué se yo, dice Pedro. En una de esas pasa por ahí, el vencer el temor de juntarnos, de zapatear todos juntos. A lo mejor no de arranque como a principios de los 70, pero de a poco se puede dar, me dice Pedro, y se va caminando por el riel de la vía, como cuando tenía 12 años, esperando el desafío.

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