El escritor, que llegó a jugar en la reserva de Arsenal, club del que es hincha, admite que el ambiente de la redonda lo asqueó. “Que ningún jugador de la Selección salga con un cartel de Maldonado, me hace cambiar de canal”, fustigó.

Pablo Ramos, autor de la trilogía El origen de la tristeza (2004); La ley de la ferocidad (2007) y En cinco minutos levántate María (2010), practicó varios deportes, aunque en ninguno le fue demasiado bien. Jugó a la pelota en las calles de su Sarandí natal y allí, aunque antes por herencia paterna abrazó la roja de Independiente, se enamoró del Arsenal Fútbol Club, donde incluso se animaría a probar sus habilidades con la redonda. Llegó hasta la tercera (el otrora paso previo a la reserva) del club fundado y presidido por los Grondona. Pero un día el hechizo se rompió. El ascenso a primera del cuadro de sus amores, aunque suene paradójico, la falta de compromiso social de tipos que ganan millones de dólares por correr detrás de la pelota, y una violenta situación en Rosario por vestir inocentemente los colores de uno en la cancha del otro, le formaron una coraza que le impide disfrutar, aunque no por eso desmerecer, la gran pasión argentina.

El antifútbol

“Jugué al fútbol desde muy chico, en la calle, en el asfalto. Jugaba de 8, era fanático de Ardiles, y jugaba muy bien. Llegué hasta la 3ª de Arsenal. Le ponía mucha pasión, pero implica dedicarse a pleno, así que me fui alejando. Y al tenis también. Cuando Vilas le ganó ese gran partido a Jimmy Connors (la final del Abierto de Estados Unidos en 1977), empezamos a armar en el barrio una red con bolsas arpilleras de cebollas, y jugábamos al tenis”, rememora Ramos, que también publicó el poemario Lo pasado pisado, y agrega: “Después me empezaron a gustar los fierros. Manejé una motocross, pero me fue mal; intenté correr picadas, pero no me fue muy bien; y también hice boxeo: tengo 20 peleas amateurs de las que gané 7 y perdí 13, así que tampoco me fue muy bien con eso. Pero si tengo que elegir, lo que más me gusta es el automovilismo”.

Pablo admite que “de chico era hincha de Independiente, por mi papá, y de ver a monstruos como Bochini y Balbuena, de ver aquel empate maravilloso en Córdoba ante Talleres (la recordada final del nacional del 78, en la que el Rojo logró un agónico empate con gol del Bocha y 3 jugadores menos)”, pero aclara: “Después empecé a seguir a Arsenal. Lo seguí mucho desde la C, y disfruté los ascensos. Pero cuando estuvo en la A mucho no me divirtió, porque a mí me gustaba más el fútbol de ascenso”.

Tras dejar el sur bonaerense para afincarse en La Paternal, Ramos se dio el gusto de seguir la campaña de Argentinos Juniors en el torneo de la Primera B Nacional en la temporada 2014. “Era de Sarandí, pero vivo hace mucho tiempo en Paternal. Me vi todo el ascenso de Argentinos con Riquelme, quien para mi fue el último gran jugador que vi”, dice sin titubear. Y argumenta: “Encontrar un Riquelme hoy es difícil. Pastore podría ser, si tuviese huevos (risas). Hoy tenemos a Messi, que es una maravilla. Es el único que banco de esta Selección”.

Hablando del equipo que comanda el Zurdo Jorge Sampaoli, y que hoy por hoy debería jugar un repechaje para no quedarse afuera del próximo mundial que rodará en tierras rusas, Ramos tiene una mirada bastante crítica: “Ahora viendo esta Selección, que da pena, con jugadores multimillonarios que no son capaces de entrar con una camiseta que se pregunte por Santiago Maldonado. Y ojo que para mí, el Che y el Diego son lo más grande que hay. Pero el Kun Agüero, por ejemplo, cuando fue el paro de maestros se hizo el boludo. ¿Quién lo educó? Si vivía en la villa de al lado de mi casa. Ponete la palabra maestros por más que la Fifa no lo permita. ¡Manga de caretas!”.

Del fútbol en general, en realidad, se fue desenamorando el escritor. “El fútbol es un deporte que me hincha las pelotas, porque me parecen recontra careta los jugadores. Y algunos hinchas también, sobre todo esos que se creen que pueden decir cualquier cosa colgados a un alambrado”, fustiga. “En la cancha siempre se dice lo mismo, la verdad que no me quedan buenos recuerdos, discúlpenme. Y cuando veo por la televisión un partido de fútbol, lo cambio por cualquier otra cosa. Hoy te diría que casi detesto el fútbol”.

Quinta a fondo

Tras detallar que, además de calzarse los cortos y la celeste y roja de Arsenal, incursionó en el motociclismo, el boxeo y el automovilismo, Pablo menciona a sus referentes deportivos. “Ayrton Senna. La única vez que lloré en mi vida por un deportista fue cuando se murió Senna”, asevera de entrada, y luego enumera: “Del tenis, Vilas; del boxeo, Muhammad Ali, Monzón, Bonavena, Locche, Gatica. Algunos fueron muy técnicos, otros muy peleadores. No me gusta esta onda Mayweather, que se filma con minas moviendo el culo y tirando los billetes. Prefiero gestos como los de Alí, que no fue a Vietnam y perdió todo por eso”.

Pero como no puede con su genio, el verborrágico Ramos plantea: “No me parece que el deporte deba ser profesional, sino amateurs. Eso lo viví muy bien en Cuba. Es más, creo que si el fútbol fuera honesto, el Barcelona no debería existir, porque los equipos se deberían formar con tipos del barrio, y jugar contra otros barrios. Ya es demasiado profesional. Yo entiendo la pasión y la respeto, pero no la siento”.

En cuanto a esa esquina imaginaria en que se cruzan el fútbol, o el deporte en general, con la literatura, el autor del libro de relatos Cuando lo peor haya pasado y de la novela juvenil El sueño de los murciélagos, baja un cambio. “Leo algunas cosas, pero no me vuelve loco. Lo más lindo de fútbol que leí no es de Fontanarrosa ni Soriano, sino un cuento de Sacheri que se llama Me van a tener que disculpar, y que me hace llorar. Habla de Maradona, aunque no lo nombra nunca, y trasciende el fútbol”, señala. “De Fontanarrosa leí uno muy bueno en el que él no quiere ver el clásico y se va a caminar por las calles de Rosario (La observación de los pájaros). Lo conocí al Negro, me parece un tipo extraordinario, un cuentista muy bueno, pero no un genio de la literatura. Hemingway es muy bueno también, y escribe sobre boxeo. También hay un cuento muy bueno de John Cheever, que se llama El Nadador. La natación es un deporte que está muy devaluado acá, que exige mucho al deportista pero que poco dinero le dan”.

Además de escribir, cosa que empezó a hacer de grande (a los 35 años), Pablo tiene una banda de rock, Analfabetos, con la que brinda un show que incluye lecturas y un número de magia. “Mis dos familias vienen del circo: mi papá Petito, que es siciliano; mi mamá Ramos, que es gallega; y también hay una rama de andaluces”, explica. Y a la hora de recomendar lecturas, no escatima nombres: “En este momento estoy releyendo Las palabras y los días de Abelardo Castillo. Y recomendaría todo Kafka, todo Borges, Roberto Arlt, Truman Capote, entre varios otros. Nada de Pablo Ramos (más risas). En vez de comprarte un libro mío, te comprás cinco buenos”.

Siempre cerca

Ramos, que en 2016 publicó Hasta que puedas quererte solo, novela en la que desciende a lo más profundo de su propio infierno para hablar de su adicción a las drogas, le declara su amor a Rosario. “Amo ese río, amo El Diablito (bar de Maipú y San Lorenzo), donde siempre voy a tocar. Tengo muy buena relación con los rosarinos, me parecen gente amable. Tengo muchos amigos y muchas casas donde quedarme a dormir”, confiesa. “Me parece una ciudad ejemplar, que ha dado excelentes músicos, revolucionarios, escritores. Y por más que gane este Roy (Molina) que me parece detestable, es una ciudad que puede dar mucho. Igual, como dijo Fito, al que banco, que en Buenos Aires la mitad de la gente da asco, bueno, en Rosario y en el mundo pasa lo mismo”.

Antes de despedirse, Pablo reseña su experiencia en torno a la pasión que conmueve y divide a esta ciudad, distante a unos 300 kilómetros de su hogar, a la que siempre visita. “Yo viví románticamente en Rosario un clásico. Allá soy re canaya, y me gustaba sentirlo, hasta que me topé con la violencia. Fuimos a un clásico en Arroyito con Julieta (Ortega, de quien supo ser pareja) y yo, inocentemente, iba caminando con una remera roja y un pantalón negro, y casi me matan. Ahí se me acabó el romanticismo. Rosario era lo último que me quedaba del fútbol”.

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