Hollywood, francesas y un pedido de informes en el Concejo de Rosario contra una fiesta y concurso de camisetas al agua que tuvo que suspenderse. Los cuerpos y los deseos de las mujeres en debate.

El ejercicio es sencillo: cerrar los ojos e imaginarse expuesta a un número considerable de varones (y chicas, por qué no) por ser participante de un concurso de remeras mojadas. ¿Serías parte? Lo consulté con varias amigas. Todas dijeron que no lo harían, salvo la que pidió que le paguen lo que corresponde por hacerlo y la que preguntó qué ofrecían a cambio. De las que se negaron, ninguna lo hizo por sentirse cosificada, aburrida o por pensar que se reduce a ser sólo un par de tetas. Yo, por ejemplo, dije que no lo haría por vergüenza y un poco de miedo al hazmerreír: no sólo expones tus pechos sino también tu cuerpo no tan hegemónico. Una amiga lo haría si siente que sus tetas “tienen ganas de mojarse”, aunque también entendió que no tiene una delantera hegemónica (bendito concepto), es decir: acorde a los requisitos de la gran mayoría de estos concursos. Otra dijo que, “más allá del deseo, el empoderamiento y todo eso que nosotras sabemos”, no lo haría porque le dan miedo los varones en masa. Cabe la redundancia: ninguna se sintió sólo un par de tetas. El problema estuvo en el otro.

La semana pasada, el concejal de Cambiemos Carlos Cardozo planteó su “preocupación” por actividades en el Madison Pub. Primero, por la habilitación del bar. Pero además por una fiesta anunciada como: “Noche de Remeras Mojadas”. La única nota al respecto, en el portal del diario La Capital, dice que Cardozo consideró que la convocatoria “supone una expresión de carácter sexista y discriminatoria” y que el edil presentó un pedido de informes al Ejecutivo Municipal por la habilitación del bar. Ni la nota, ni el reclamo, ni el pedido trascendieron mediáticamente. Apenas fue una nota en el portal del Decano que duró unas horas. El pub, sin embargo, se disculpó en caso de haber generado malestar y canceló la fiesta.

La preocupación de Cardozo no se lee sin contexto. No es sólo porque sea él, o la fuerza que representa. No es personal. Es que discriminación, sexismo y remeras mojadas llegaron mientras tratábamos de entender qué pasa en Hollywood, con el discurso de Oprah como banda sonora; mientras volvemos a tener que fumarnos a Cacho Castaña, a los Ni Uno Menos, a los Facundo Arana; mientras “las francesas” ponen el dedo en la llaga: puritanismo, moral, sexo, erotismo. Todos y todas cuestionan a las pibas, a las señoras, a las mujeres. Todos y todas nos defienden. Todos y todas se sacan la foto diciendo “Ni Una Menos” y piden informes. Y otra vez, entre tanto cuestionamiento, se olvidan de preguntarnos qué queremos, qué pensamos, qué sentimos, qué deseamos.

Las nuevas feministas, las arrastradas por una fuerza vital y deseante, las que no leímos tanto –porque tampoco se trata de eso– nos esforzamos por encontrar un marco teórico a lo que nos pasa y nos tiene trasnochando, confesando desde las ganas de usar un top por primera vez hasta las de besar a una chica; ayudándonos a construir nuevas relaciones y amoríos, pensando por qué no todo eso que “no da”: el topless, el baile en el caño, la foto medio en bolas. A veces nos encontramos con alguien que nos pone en órbita: Gabriela Wiener o Marta Dillon (buscá su nota “A mover el culo”), por ejemplo y en nuestros casos. Pero muchas veces, la mayoría tal vez, nos alcanza con nosotras, porque a nosotras nos impulsa lo mismo: que no queramos que nos piropeen no significa que no nos guste que nos deseen; que no queramos relajarnos durante una violación no significa que no nos guste coger;  que no queramos que nos toquen las piernas en el laburo no significa que no tengamos que usar más vestidos o polleras; que no queramos que nos acoses a mensajes no significa que no nos guste que nos escribas a las 3 AM de un sábado o de cualquier día.

Nos alcanza este contexto de movilización permanente para que leer la denuncia de un varón sobre una fiesta que discrimina y es sexista haga ruido. Una la ve, la comparte, pregunta, re-pregunta y todas las respuestas van por el mismo lado: ¿Alguien nos consultó? ¿Alguien leyó el reglamento? ¿Se percató de que no haya condiciones para las/los participantes, por ejemplo? ¿Vio si nos iban a precarizar, maltratar, si había, mínimo, un premio? ¿Y las reacciones del público? ¿Alguna sanción para el que te grite gorda o anuncie sus ganas de manosearte?

El marco teórico consultado para este híbrido de artículo –es decir: mis amigas, un par de conocidas piolas y yo–, coincide en su mayoría en que no participaría de los concursos de belleza, camisetas mojadas o lo que sea que nos exponga, más si se trata de exponernos eróticamente. Sí, tenemos que justificarnos, por si acaso. Especialmente la que pone la firma, a ver qué van a pensar. También, por las dudas, tenemos que explicar que somos, a comparación de cómo vienen las chicas hoy en día, bastantes mojigatas. En el tetazo, por ejemplo, la mayoría llegó al corpiño. Y cómo costó. Todas, sin embargo, coincidimos: lo personal es político. Y en este momento, lo personal es más colectivo que nunca.

Por eso tenemos un radar prendido a la hora de ver con qué facilidad más de uno –y una, sí, también– se agarra de los debates contra la violencia de género para sacar algún rédito. Nuestro reclamo, tan concreto, tan claro, queda bien. Queda bien ir contra el sexismo y la discriminación porque las tetas mojadas divertidas quedan mal. Queda bien porque nuestros cuerpos expuestos dan de qué hablar. Y si encima la pasamos bien, y si encima lo elegimos, y si encima nos dan un premio por hacerlo: eso no es feminismo, no es el camino al “Ni Una Menos”, ni la forma de querernos vivas y libres. Otra vez se olvidan de preguntarnos, de tenernos en cuenta. Nuestros problemas no son nuestros cuerpos, son los otros relacionándose con nuestros cuerpos. La clave es mirarse: ¿Cómo nos ven cuando mojamos nuestras remeras? ¿Nos ven empoderadas, divertidas? La imagen del hombre en masa –y también la de la señora indignada deseando que nos extingamos– ante el cuerpo de una mujer desnuda habla por todas las respuestas a esa pregunta. La cuestión es más sencilla de lo que parece. No nos maten. No nos peguen, insulten, violen por el simple hecho de ser mujeres. No recorten presupuesto. Pongan más énfasis en las políticas públicas. Cuestionate, cerrá los ojos e imaginate en el concurso de boxers mojados. Colgate del feminismo, preguntate sobre nosotras, pero activá. Y no debatas tanto sobre nuestros deseos. Déjennos serlos.

Fuente: El Eslabón.

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4 Lectores

  1. Rocío Molagan

    21/01/2018 en 21:53

    te vendría bien leer un poco más, todo ese marco teórico que anhelás existe. y de paso te serviría para escribir mejor.

    Responder

    • Beer

      22/01/2018 en 15:36

      un hombre firmando con un nombre de mujer, diciéndonos qué tenemos que leer y midiendo con su pito qué tan bien escribimos… me parece que esta peli ya la vi

      Responder

    • Soledad Pascual

      22/01/2018 en 17:25

      Juan no seas tan pavo y si tenés que comentar acerca de la redacción a la compañera bien podés hacerlo por privado y no con nombre de mina. Besis

      Responder

    • Una chica de verdad

      22/01/2018 en 18:43

      A tu alter ego también le decís qué leer y cómo escribir?

      Responder

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