Quince asesinatos en dieciséis días alteraron la quietud de enero. Para el Gobierno se trata de “un problema focalizado” por la disputa armada entre dos familias enconadas, los Camino y los Funes, circunscripta a dos barrios de la zona sur. Las venganzas se anuncian por las redes sociales y se concretan en las calles, en un “1×1” incansable.

Una parte de las quince muertes violentas registradas en los primeros dieciséis días del año y los anuncios a través de las redes sociales de familiares de las víctimas de nuevos asesinatos por eventuales venganzas desquiciaron la paz esperable en la quietud de enero. Las miradas de los investigadores judiciales y policiales se posan en la inestable relación de encono armado que enfrenta desde hace casi un lustro a dos familias-bandas de los barrios Municipal y Parque del Mercado –con extensiones hasta Tablada–: los Funes y los Camino. Así se explicaría el rebrote de violencia urbana que parecía haberse relajado con el adelgazamiento estadístico de 2017, que redujo notablemente el número de homicidios en relación a los años en los que el pico de asesinatos recuperó para la ciudad el mote de la Chicago argentina. Públicamente el gobierno de Santa Fe muestra a su ministro de Seguridad supervisando desde un helicóptero los operativos en la zona del conflicto, mientras fuera de micrófono aseguran que se trata de un “problema focalizado” en un puñado de manzanas de dos barrios del sur rosarino. Las manchas de sangre, sin embargo, brotan también como consecuencia de otras broncas entre bandas del narcomenudeo y salpican un mapa más amplio, que al no llegar de todos modos al macrocentro ni embadurnar a víctimas “inocentes” no constituyen, por ahora, un “problema de la gente”.

En foco

El ministro de Seguridad supervisó los operativos en la zona del conflicto, mientras asegura que se trata de un “problema focalizado”.

“Este es un fenómeno focalizado, si no fuera por estos tipos que se están matando entre ellos, tendríamos las cifras (de homicidios) habituales”, dijo a el eslabón un secretario del Ministerio de Seguridad provincial. El inconveniente, claro, es que estos tipos sí se están matando.

El mismo vocero agregó que los asesinatos que irrumpieron en la tranquilidad de la primera quincena de enero se explican por “una disputa muy focalizada” por lo que, sostuvo, se debe “actuar de manera focalizada para desarticularla”.

El propio gobernador, Miguel Lifschitz, adoptó esa mirada, posiblemente provista por la cartera de Seguridad: “El tema nos preocupa objetivamente. Venimos de un año en el que hemos reducido notablemente la cantidad de homicidios, y creo que este pico es muy puntual, tiene que ver con un enfrentamiento entre dos grupos que se desató en la zona sur de Rosario y que debe tener una mirada especial de la policía y de la Justicia”, dijo.

El miércoles 17 de enero las fuerzas de seguridad realizaron un numeroso operativo de control vehicular y de personas en los barrios Municipal y Parque del Mercado, centro del conflicto entre los Camino y los Funes. Supervisado, incluso, por el ministro Maximiliano Pullaro, desde un helicóptero.

Hubo recapturados y demorados. No cayó ningún “poronga”. En rigor, según la fuente de Seguridad antes mencionada, los crímenes y sus venganzas son consecuencia de que “los jefes de la bandas están presos” y quienes afinan la puntería contra sus rivales “son las segundas o terceras líneas” de bandas de poca envergadura. Pero no se trata de reacomodamientos del redituable negocio narco, sino de broncas inter pares resueltas por el expeditivo y eficaz medio del cañón de las pistolas.

“Se disputan cuatro o cinco manzanas para vender drogas”, afirman en la cartera que conduce Pullaro, en procura de circunscribir cartográficamente las muertes que ganan espacios en los medios de comunicación.

Algunos datos son objetivables en medio de las interpretaciones: la mayoría de las víctimas y de los victimarios son varones jóvenes –por lo general no superan los 30 años- que residen en zonas marginadas, donde la justicia no se procura acudiendo a Tribunales sino mediante fogosas ráfagas de 9mm.

Su reproducción, además, está garantizada por un ejército de reserva que no encuentra seductor otro proyecto que no sea el de calzarse una nueve a la cintura y disfrutar del viento que las motocicletas proporcionan al rostro de sus conductores.

Un plan intenso a corto plazo que dota de un fugaz prestigio social a pibes cuyo destino más trascendente está reservado en las páginas de la sección Policiales de los diarios.

Historia de un desacuerdo

Los Funes y los Camino no nacieron enemistados. Jorge Funes (44), el Gordo, compartió paravalanchas con Roberto Pimpi Camino en la tribuna popular de Newell’s, cuentan conocedores del barrio Municipal, donde ambas familias estaban asentadas.

En marzo de 2010 cuatro tiros interrumpieron la existencia de Pimpi en la puerta del bar Ezeiza. Por entonces ya había caído en desgracia cuando Eduardo José López perdió las elecciones en el club del Parque y él tuvo que ceder el liderazgo de la barra.

Sin embargo, unos años después Alexis Camino (22), hijo del Pimpi, y otros pibes de la zona agobiaron a los hijos del Gordo Funes con invitaciones a sumarse a tareas de dudosa legalidad, según la memoria de los investigadores policiales.

Esa tensión estalló en 2013 cuando el Gordo denunció a los Camino por amenazas. La consecuencia fue que los Funes debieron abandonar el barrio y correrse hacia Tablada.

La convivencia hostil se profundizó sobremanera en marzo de 2016 cuando Mariela Griselda Miranda (35), pareja del Gordo y madre de los Funes, murió baleada frente a su casa de Ayacucho y Uriburu. Le tiraron desde una moto. Según los testimonios de sus hijos, el que manejaba era “El Alexis”, como conocen en el barrio al hijo de Pimpi Camino.

Cuando seis meses después Alexis cayó detenido por Gendarmería en su departamento de Grandoli y Lamadrid, fue imputado por el crimen de Miranda. Según el Gordo Funes, su pareja fue asesinada en venganza por una denuncia realizada contra los Camino, quienes habían intentado usurpar una vivienda de su familia en Grandoli y Alice, la zona conocida como Pimpilandia.

En mayo de ese mismo año fue asesinado Eugenio Solano (26), Popy, en un pasillo de Ayacucho al 4200. La ráfaga de metralleta que lo mató también hirió a otros dos chicos, uno de once años.

Según voceros judiciales, Solano estaba en la mira de los Funes como presunto partícipe del crimen de Miranda. La hermana de Popy dijo estos días que al joven lo mató “Alan Funes” (19), otro hijo del Gordo, que más tarde fue imputado por ese crimen.

Uno por uno

La tensión entre ambos clanes volvió a recrudecer el sábado 7 de enero. Ese día Ulises Funes (23) fue asesinado a balazos en un pasillo de villa La Lata mientras estaba con su novia.

Desde la cárcel donde está detenido desde el año pasado como jefe de una asociación ilícita a la que se imputan catorce delitos, su hermano Lautaro Lamparita Funes posteó en Facebook: “La guerra no terminó”. Y prometió que “va a terminar cuando los mate a todos, hasta la generación más chica” de sus rivales. Como en la serie El Patrón del Mal.

Por la misma causa que está detenido Lamparita cayó el 30 de diciembre último Carlos Jesús Fernández (23), alias Pelo Duro. Un conocido del mundo del delito desde su infancia, cuando acosaba a los vecinos del barrio La Sexta con robos y arrebatos. Parte de su niñez la pasó en el Irar, su juventud ahora se encamina hacia una unidad penal para adultos.

Pelo Duro se había acoplado a los Funes. Cuando lo detuvieron le encontraron armas y drogas. El último día de 2017 fue imputado con prisión preventiva por el homicidio de Cristian Bebe Ferreyra, un pibito de 17 años al que le golpearon la puerta de su casa en Colón y Biedma y, al salir, lo acribillaron delante de su hermanita de diez años.

Murió el 18 de mayo del año pasado pero antes identificó ante un fiscal a sus presuntos ejecutores: Pelo Duro y otro chico que también fue imputado. La cuñada del Bebe, que estaba en el lugar, señaló a Lamparita Funes como quien manejaba el auto en el que arribaron los agresores a cumplir su cometido.

Alan Funes también prometió venganza contra los Camino por las redes sociales tras el asesinato de Ulises: “Juro por mi hija que los mato a todos. Uno por uno los voy a matar a estos giles hijos de puta sin sangre, que no les da la nafta para pegarme a mí”.

Alan no está preso sino prófugo. Sobre él pesa un pedido de captura nacional e internacional por violar la prisión domiciliaria que obtuvo en la causa en la que está imputado por el homicidio de Eugenio Solano.

Un video difundido por Canal 3 a principios de año no lo dejó bien parado. Se lo veía disparando una ametralladora en la calle como festejo de la llegada de Año Nuevo, cuando debía cumplir arresto domiciliario.

A los hermanos también

Ulises Funes, un marino mercante que “no estaba metido en nada”, no fue la única víctima de vendettas narco que apuntan a los hermanos de los protagonistas.

En la misma saga narcocriminal que agitó el verano rosarino, el domingo fue el turno de Marcela Díaz (36). Como un calco de otros casos, la mujer salía en una moto conducida por un chico de 25 años de su casa de Lejarza al 5600 cuando una Volkswagen Suran le cortó el paso y desde su interior dispararon. El tiro que la mató le dio en el pecho. Al acompañante le dieron plomo en brazos y piernas, pero se salvó.

Díaz es hermana de Sergio Rubén Ariel Segovia, conocido como Tubi. También ligado a la barra Leprosa, Tubi estiró su vida en el mundo del delito hasta estos días, cuando tiene 29 años. No todos alcanzan esa meta.

Según los investigadores, Segovia está ligado al clan Camino y desde febrero de 2017 está detenido, acusado como instigador, partícipe o encubridor de cuatro homicidios. La investigación del crimen de su hermana aún es prematura. La abogada de la mujer dijo que había recibidos amenazas: “Si no te vas después de las Fiestas, te vamos a matar”. Díaz cumplió: abandonó su domicilio. El domingo regresó a buscar ropa y la estaban esperando.  

A su hermano, el Tubi Segovia, le endilgan ser quien manejaba el auto en el que fue encerrado, el 22 de junio de 2016, el joven Jonathan Alexis Rosales. El pibe, que iba junto a su novia Brisa Ojeda, terminó en una zanja, donde lo liquidaron a balazos.

La cosa no quedó ahí. Rosales conocía a sus ejecutores del barrio y de la barra de Newell’s. Se habían distanciado. Su novia también y reconoció a los atacantes.

Según la investigación, Tubi Segovia le ofreció cien mil pesos a Ojeda para que no lo señale en una rueda de reconocimiento. La mitad pagaderos antes, la otra una vez cumplido el trato. La chica se negó. Tubi cayó preso al ingresar baleado al Heca.

Para los fiscales que lo acusaron, Segovia tramó entonces un modo más directo de quitarse de encima a la chica. El 16 de diciembre, antes de la rueda de reconocimiento, entre cuatro y seis personas llegaron hasta la vivienda de Vera Mujica y Rueda. Gritaron el nombre de Ojeda, pero en vez de Brisa la que abrió la puerta fue su hermana Lorena (16). Le dieron varios balazos y murió en el Heca el 21 de enero del año pasado. Por el crimen de Rosales, Tubi fue imputado como coautor. Por el de Ojeda como instigador. También quedó involucrado en el intento de homicidio de Juan Saturnino Sequeira. El chico fue virtualmente secuestrado en un departamento del barrio Municipal, donde reinan los Camino. Le robaron y le dispararon en la cara, en una presunta venganza porque lo señalaban como allegado a los Funes.

La historia es novelesca. El pibe se hizo el muerto, los atacantes dejaron el lugar. Uno de ellos, Fernando Camino (25) llamó a Tubi Segovia para avisarle que habían ejecutado el plan. Cuando supo que habían dejado el supuesto cadáver en el aguantadero, Segovia les ordeno que regresaran y se deshagan del muerto. Pero ya no estaba más.

Sequeira testimonió y Tubi sumó un nuevo cargo en su contra: instigador de un homicidio en grado de tentativa.

Error de cálculo

Una visión tranquilizadora de la ola de crímenes, anestésica para las buenas conciencias, se sintetiza en la frase “se matan entre ellos”. Como ese “ellos” nada tiene que ver con “nosotros”, que se fagociten. Claro que, los riesgos de que las bandas armadas resuelvan sus reyertas por la poco amigable vía de los tiros, en algún momento salpica a inocentes.

El cuarto homicidio atribuido a Tubi Segovia es un caso demostrativo. Ocurrió el 10 de noviembre de 2016: el escenario fue Mr. Ross y Callao, también en la zona sur. Lisandro Javier Fleitas iba en moto con su mujer y un hijo pequeño cuando cinco tiros lo detuvieron. Las escuchas de la causa permitieron determinar que los ejecutores le avisaron a Tubi que se habían confundido. Dicharacheros, le dijeron que pusiera el noticiero de Canal 5 para que pudiera advertir que habían bajado al de la moto que él les había marcado. El vehículo era el mismo en el que, presumían, se movía Lamparita Funes, el destinatario de las municiones que asesinaron a Fleitas.

También por error fueron asesinados el primer día del año el futbolista Luis Tourn (26) y Sofía Barreto (26), una amiga de la novia, mientras celebraban la llegada de Año Nuevo con una cena en la calle. Desde un Chevrolet Corsa dispararon varios tiros contra los comensales y además de los dos muertos dejaron tres heridos.

Según los investigadores, los atacantes pertenecen al clan de los Funes y buscaban a un cuñado de Tourn, recientemente salido de la cárcel, que había ingresado a la casa a buscar hielo.

Entre los “hermanos de”, caídos por esa condición, el sábado 13 de enero fue asesinado Facundo Jesús Hernández (19), hermanastro de otro joven con larga trayectoria en el universo del delito: Milton César (27).

La cabeza de César fue tasada en 500 mil pesos en mayo de 2013, según él mismo contó en una entrevista con LT8. Lo buscaban Los Monos por el asesinato de Claudio Cantero (27), el Pájaro. Otro error, en este caso en modo teléfono descompuesto. Los datos que Ezequiel Machuca, el Monchi Cantero, recibía infatigablemente en su celular señalaban a un tal Milton como uno de los matadores del Pájaro.

Dos días después de la caída del jefe de Los Monos un hermano y la madre de Milton César fueron acribillados en una camioneta junto a su conductor, Eduardo Marcelo Alomar. El primero y el tercero murieron en el acto. Norma César quedó parapléjica y falleció en diciembre de ese año.

Por ese triple crimen está siendo juzgado en estos días Monchi Cantero, como presunto autor intelectual. La investigación del caso sostiene que al Milton que buscaban Los Monos no era César sino Damario, un soldadito a sueldo de un narco de Villa Gobernador Gálvez que fue a juicio por el crimen del Pájaro Cantero pero resultó absuelto.

Desde la cárcel donde cumple una condena de cuatro años y seis meses, Milton César también usó su cuenta de Facebook para prometer venganza: les advirtió a los autores del crimen de su medio hermano Facundo que van “a tener que meter la familia dentro de una caja fuerte” para evitar ser alcanzados por su furia. Cuando le requisaron la celda donde está detenido en la cárcel de Piñero, negó haber sido el autor de las amenazas.

De los quince asesinatos ocurridos en los primeros dieciséis días del año ninguno fue seguido de robo, el crimen socialmente molesto. Dos fueron casos de femicidios, uno el de un hombre que apareció degollado en su casa, otros dos catalogados como muerte dudosa. El resto, encasillables en la categoría “ajustes de cuenta” o “venganzas”.

Su eje transversal es la disputa entre bandas armadas integradas por jóvenes que dirimen a fuego sus cuitas por el narcomenudeo y la supremacía en un espacio geográfico. Por ahora, un “fenómeno focalizado”.

El fantasma de Los Monos

Sobre el último de los quince asesinatos ocurridos en los primeros dieciséis días del año sobrevuela el fantasma de Los Monos. Aunque, vale aclarar, hasta el cierre de esta edición no había detenidos ni imputados por el crimen de Sergio David Díaz (37), muerto a tiros en su bicicleta mientras andaba por el acceso sur la noche del martes 16.  

A Díaz le dispararon ocho tiros, pero sólo le dieron dos. Suficientes para que muriera en el instante, con su cuerpo desparramado en la banquina de Circunvalación.

Un familiar de la víctima le dijo a la fiscal que investiga el caso que Díaz estaba amenazado y que mantenía una mala relación “con tres personas de Las Flores”, el barrio de Los Monos.

Un hermano del hombre asesinado, Gustavo César Díaz (39), corrió la misma suerte cuando un tiro en el pecho lo mató el 14 de julio del año pasado en su precaria vivienda de Villa Manuelita.

En aquel momento su pareja, Melisa Ocampo, contó que su marido fue víctima involuntaria del error de los homicidas, porque el verdadero destinatario de los disparos era su cuñado Sergio David Díaz, quien finalmente fue asesinado el martes pasado.

Gustavo Díaz estaba juntado con María de los Ángeles Pato Schneider (27) que estuvo detenida –y luego fue liberada- por el homicidio de Isabel Petrona Cantero, Chabela (56), hermana del Viejo Ariel Cantero y primer líder de Los Monos.

“Esta bronca vino por mi cuñado David, que es de Las Flores”, dijo entonces la mujer, quien agregó que tras el crimen de Chabela Cantero, ocurrido el 16 de junio en barrio Las Flores, a su cuñado le quemaron la casilla donde vivía y fue a pedir asilo a su hermano Gustavo.

Según la investigación, un grupo de personas llegó hasta la vivienda de Villa Manuelita y uno corrió la cortina de una ventana sin vidrios para comenzar a disparar a ciegas.

“Un balazo le pegó en el pecho a mi marido y me lo mató. Otro disparo hirió a mi hijo de diez años en las piernas. Me mataron uno de los perros y todo esto viene por la muerte de Chabela Cantero, la hermana de El Ariel”, dijo entonces Ocampo al diario La Capital.

De acuerdo a los investigadores, hubo otro crimen que también quedó ligado al de la hermana del jefe de Los Monos, como parte de una saga de presuntas venganzas.

Fue el de José Luis Schneider (40), pariente de Pato y ocurrido el 6 de agosto del año pasado. Schneider fue atacado el 22 de julio con un disparo en la cabeza que ingresó por la nuca y le salió por la frente.

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