Como ya se dijo en Redacción Rosario al día siguiente de la masiva marcha del miércoles 21, los primeros movimientos del gobierno nacional vaticinan choques aún más virulentos que los que vienen protagonizando Cambiemos y la oposición desde diciembre pasado, cuando los trabajadores y militantes se volcaron a las calles para dar pelea contra las reformas previsional y laboral.

A 60 días de esos encontronazos callejeros y parlamentarios, el régimen macrista no para de caer en la ponderación del público, y no detiene tampoco su rumbo confrontativo con el movimiento obrero y con la oposición política.

En 26 meses, ninguna de las variables que todo Gobierno debe cuidar para mantenerse con expectativas de renovar la confianza del electorado han sido siquiera puestas en caja. La inflación, la falta de inversión productiva directa, el empleo, la balanza comercial, el endeudamiento externo, el déficit fiscal, el PBI, reflejan indicadores calamitosos, y no se ve a simple vista que exista algún plan para revertir esa tendencia.

La ofensiva que desató Macri en los frentes gremial y político al lanzar sus reformas laboral, fiscal y previsional, pensándose habilitado y legitimado por un resultado que el tiempo demuestra fue leído con demasiado optimismo por parte de su administración, lo fue llevando a un callejón sin salida.

Es tan cierto que no podía esperarse otra cosa de Macri –a causa de las presiones del bloque de poder dominante y de su propia naturaleza– como que la reacción iba a tener una intensidad inusitada.

Y fue tras esas refriegas de diciembre, cuando Pablo Moyano se constituyó en uno de los pilares gremiales de esas protestas, que Macri decidió ir por su padre, al considerar que Hugo ya no le podía garantizar la paz social de los camioneros y sus gremios afines.

Macri puso contra las cuerdas a Moyano, creó el Frankestein que hoy su Gobierno demoniza, defenestra y estigmatiza. Y Moyano padre, ya se ha visto en otras oportunidades, no es un personaje que se sienta cómodo sintiendo las cuerdas en su espalda mientras le tiran una piña tras otra.

Las obras sociales no son de Macri

Lo que aparece como una respuesta táctica del Gobierno frente al 21F, hace siete días era comentado por esta columna, pero además ya había sido puesto en escena por el dispositivo hegemónico de medios como una zanahoria para convencer a los gremios más afines al macrismo de la inconveniencia de adherir a la marcha.

En realidad sólo se trata de profundizar el esquema de extorsión que el Gobierno pone en práctica con los sindicatos, retaceando el flujo de financiación de las alicaídas obras sociales, que atraviesan una crisis crónica por dos razones: en primer término, las patronales les descuentan a los trabajadores los aportes sociales pero no los depositan; en segundo lugar, el Poder Ejecutivo, a través de la

Superintendencia de Servicios de Salud, maneja a su antojo el envío de fondos a las obras sociales, premiando a los gremios más “amigos” y castigando a los díscolos.

Así las cosas, Macri ya desde hace tiempo viene estudiando un nuevo decreto para incrementar el financiamiento de las obras sociales sindicales.

El problema es que para restañar parte del daño cometido por él mismo y los grandes predadores de la economía, el Presidente pretende aumentar los aportes de los monotributistas por la atención médica en obras sociales sindicales y prepagas, disponiendo una contribución adicional por cada miembro del grupo familiar de ese monotributista y a la vez establecer una escala en el monto de los aportes de acuerdo al nivel de facturación del contribuyente.

A pocas horas de finalizada con éxito mayúsculo la marcha del 21F Clarín, haciendo las veces de vocero del régimen macrista, abrió la edición del jueves con un título a la medida de los aprietes mafiosos que el Presidente alega querer erradicar: “Mauricio Macri no afloja en su pelea con los gremios: quiere cambiar el reparto de plata a las Obras Sociales”. En la bajada, da más detalles: “El Gobierno reflotó un proyecto para crear un ente que controle la distribución de fondos para los tratamientos médicos más costosos”.

Los gremios más claudicantes ante el poder macrista serán los directos beneficiarios: “Uno de los organizadores de este cambio esencial para los sindicatos admitió ante Clarín que el nuevo esquema incluirá «premios y castigos» para aquellos gremios que no tengan sus cuentas en relativo orden”, abundó Clarín, naturalizando una práctica definitivamente ilegal, porque los fondos de las obras sociales sindicales son de los gremios y los debe administrar el Estado con equidad y sin provocar desequilibrios que después promete castigar.

Pero si ése es el reflejo condicionado que el Gobierno tiene luego de la contundente respuesta de los trabajadores a su ajuste permanente, lo que le espera a la administración Macri es una guerra en la que tiene más para perder que para ganar.

La amenaza del oficialismo sirve para entender dónde y cómo decidieron pararse Macri y su Gabinete luego del cachetazo político que le infligió la mayoría real de los trabajadores, más allá de las dirigencias ausentes y las conducciones claudicantes.

Foto: Emergentes.

Es evidente que  los estrategas del macrismo no evaluaron el efecto que puede producir en los trabajadores que sus familias queden en el desamparo respecto de la cobertura de salud. Sólo la obra social de los camioneros atiende a unas 200 mil almas, entre afiliados y familiares. Tantos bidones de nafta sobre el incendio un día terminan incendiando al piromaníaco.

Todos los hombres del Presidente

Las definiciones de ministros y dirigentes del oficialismo antes, durante y después de la marcha, en algunos casos mueven a risa. En ocasión de su visita al set de TN, y en el programa Desde el llano, que conduce Joaquín Morales Solá, el ministro Jorge Triaca se despachó, 48 horas antes del 21F, con una frase que se viralizó en las redes sociales a partir de lo absurdo del planteo: «Los que critican al gobierno recordando permanentemente el pasado y lo que se perdió, no hablan de derechos. Lamentan las prebendas y beneficios que supieron conseguir al amparo del kichnerismo y todo lo que sabemos hizo con los fondos del pueblo». Le faltó decir que el verdadero objeto de la lucha gremial es perder beneficios, pero no hizo falta.

Rogelio Frigerio no pudo quedarse callado, ni siquiera luego de la seguidilla de infortunios que protagonizó la semana que termina, desde haber tenido que huir del estadio Monumental con el coro de fondo de “Mauricio Macri, la puta que te parió”, hasta el desopilante desplome del deck que oficiaba de ingreso al resó de Margarita Barrientos, construido dentro de un vagón de subte del año 1913.

El ministro del Interior, respecto de la convocatoria, sentenció que «la sociedad no quiere marchas ni paros», pero incluso fue más allá, en línea con la psicopática línea del jefe de Estado: «A nuestro juicio hay una señal clara de presionar a la Justicia. En este contexto es difícil sentarse a trabajar para tratar de mejorar la situación de los trabajadores como hacemos con el resto de la dirigencia sindical que no apoya esta movilización y el paro».

Ni se nota que este Gobierno quiera “mejorar la situación de los trabajadores”, ni existe algo más demostrable que la injerencia de la administración Macri en el Poder Judicial, algo que no se molesta en disimular el propio diario Clarín, que el jueves insertó, entre sus principales titulares de tapa, uno vinculado al tema: “El Gobierno salva al juez Rafecas del juicio político”.

Marcos Peña, el jefe de Gabinete, también hizo su aporte: «La única que faltó en el palco fue Cristina Kirchner». Pero por si algún distraído no hubiese entendido, afirmó que la expresidenta es la «líder intelectual» del grupo sindicalista que el miércoles copó la 9 de Julio.

Peña Braun calificó a la movilización como «una marcha más», y que la misma «no cambia los desafíos de poner de pie a un país al que muchos que estaban en ese palco lo dejaron en malas condiciones».

El jefe de ministros sostuvo que Macri tiene un «mandato fuertemente ratificado» para llevar adelante sus políticas, y revoleó estigmas a dirigentes a troche y moche: «Pensamos un país distinto a los (Roberto) Baradel, los Aníbal Fernández, los (Eugenio Raúl) Zaffaroni o los Máximo Kirchner».

El ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, demostró que una cosa es vender autos y otra reflexionar en términos políticos. Sobre la multitudinaria manifestación, expresó: «Hay una marcha y un trastorno para mucha gente. Por otro lado, la imagen que generamos al exterior”.

Más por virtud de quienes repreguntaron que por mérito propio, el ex CEO de Volkswagen ensayó una interpretación de la marcha: «Esta es una Argentina en la que, aún con los disensos, la construimos entre todos juntos. No la del patoterismo, la prepotencia, que en la que en 2015 mayoritariamente los argentinos dijeron que ya no la quieren más».

Otro de los mosqueteros oficialistas fue Federico Pinedo, quien opinó que «Ningún gobierno democrático va a aceptar que ninguna persona diga que el gobierno se tiene que acabar. Va tanto para Moyano como para su coequiper que es (el ex juez de la Corte Eugenio) Zaffaroni». Una frase que, obviamente, no recibió aplausos ni de sus conmilitones.

Pero el más intrépido fue el propio Macri, que debe haber puesto nervioso a más de uno cuando dijo anhelar un país “sin aprietes, extorsiones, comportamientos mafiosos y sin buscar privilegios”. Hubo pícaros en las redes sociales que se preguntaron si estaba pensando en renunciar o realizar cambios en la estrategia de su propia administración, que es la que lleva adelante con más desparpajo esas prácticas de chantaje, pero Mauricio hablaba de los gremios.

Mimando boinas blancas

Hubo dos reuniones que Macri mantuvo el 21F que deben ser evaluadas y analizadas como indicadoras reales del grado de importancia que el mandatario le otorgó a la movida de los trabajadores.

Una fue a solas con un radical que fue clave en el armado de la alianza Cambiemos: Ernesto Sanz, un tipo que no tiene cargos en el Gobierno, no es legislador, y que dice ejercer su profesión de abogado en el ámbito privado.

Los hombres sin rostro de la Casa Rosada, que los medios hegemónicos citan como “voceros”, confirmaron el encuentro, pero nadie se animò a deslizar de què se hablò en el mismo. Un hecho, eso sí, resultó misterioso: el mendocino desmintió la reunión: «Estoy de paso por Buenos Aires por asuntos profesionales».

El otro encuentro fue en Olivos, con la conducciòn de la UCR, y al decir de Clarín, “fue luego de que sus socios criticaran los errores no forzados del Gobierno en una cumbre partidaria”.

La reunión en Olivos con la nueva conducción del radicalismo duró algo más de 30 minutos, y en lo formal fue la recepción a otro mendocino, Alfredo Cornejo, quien fue elegido como titular de la UCR en diciembre pasado.

A nadie escapa, sin embargo, que Macri quiere mimar a sus socios, que se mostraron algo enojados con los sucesos que el ministro Triaca supo generar, la cuenta off shore en Andorra del subsecretario general de la Presidencia y, fundamentalmente, el derrotero de la economía, tòpicos que fueron abordados por el radicalismo en una cumbre en el Hotel Savoy, apenas un puñado de horas antes del 21F.

Clarín remarcó el modo con que el Presidente intentó llevar tranquilidad a las huestes de la boina blanca, aunque no precisó si logró su objetivo: “Macri ofreció números económicos para abonar el optimismo, como el repunte de la actividad turística y ratificó la política de «gradualismo»”.

No deja de parecer una humorada que el mandatario les haya dedicado a sus socios radicales, según el diario de Héctor Magnetto, una frase al estilo Polémica en el bar: “Hay que cuidar el mango”. Tampoco hay registro de la reacción de la dirigencia ucerreísta.

Vuelo con turbulencias

Lo que es seguro en cuanto al panorama que tiene por delante Macri es el nivel de turbulencias que deberá afrontar si persiste en la huída hacia adelante a toda velocidad y con la consigna de barrer con todo derecho adquirido por los trabajadores, ya sea los sindicalizados como aquellos que nutren la economía informal, que se cuentan por millones.

Foto: Minuto Uno

Lo que dejó el 21F como sedimento para quienes quieran leerlo es que se perfila la consolidación de un frente opositor con todos los condimentos que requiere la lucha política cuando se sale del modo resistencia y se comienza a disputar poder. Lo dijo, entre otras cosas, el propio Moyano, cuando llamó a cuidar el voto en el futuro: «Por eso, preparémonos los trabajadores para cuando sea el momento. Los que se puedan haber equivocado, que reflexionen, los gorilas no pueden estar más». Eso es disputar poder porque, como señalò, citando sin recordarlo a Octavio Paz, «toda victoria es relativa y toda derrota es transitoria».

El líder de los camioneros, a pesar de las críticas que recibió desde la izquierda clasista, dio en el centro del blanco cuando planteó dónde se sitùa el corazòn de la farsa macrista. Sin sofisticaciones, disparò: «Multiplicaron a los pobres y todavía nos quieren hacer creer que sus políticas en el futuro nos van a beneficiar. Es mentira. Los ataques gremiales son para destruir la defensa que puedan tener los trabajadores. Eso es lo que venimos a decirle en una marcha pacífica».

Por mucho que en los laboratorios de Jaime Durán Barba los estrategas de Cambiemos se arranquen los pelos pensando cómo salir del laberinto de la presente coyuntura, lo que en realidad deberían intentar explicarse es cómo –con tanta velocidad como la que usaron para ejecutar su plan de rapiña– fueron capaces de crear el Frankestein que de acá a 2019 les plantará bandera, con serias probabilidades de sacarlos del poder. Y ese monstruo no se llama Moyano.

 

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