En la puerta del colegio Dante Alighieri, se colocaron baldosas conmemorativas con los nombres de los militantes, ex alumnos de esa institución, Oscar Bouvier, Sergio Jalil, Adriana Bianchi y Ricardo Meneguzzi.

“Me parece muy importante recordar a los desaparecidos para que los chicos tomemos conciencia sobre lo que pasó en nuestro país, y también sobre lo que vivieron estos ex alumnos de nuestro colegio”, decía un estudiante de tercer año de la Dante sobre el acto en la puerta del instituto. En el encuentro, se colocaron baldosas, el viernes 27 de marzo, en la vereda del colegio al que concurrían cuatro jóvenes que forman parte de las 30 mil personas que fueron secuestradas y desaparecidas durante el terrorismo de Estado.

“Una profe de Humanidades nos contó sobre esos hechos. Desde la primaria nos hablan de ese momento y si somos una familia, debemos recordarlo”, dice otro alumno.

Parecía que ni las rejas de la puerta cerrada podían separar la emoción de los viejos militantes y la de esos gurises, casi de la misma edad que tenían aquellos jóvenes que buscaban una patria más justa y soberana.

Militantes de la UES

Oscar Alfredo Bouvier fue secuestrado el 27 de septiembre de 1976, por el grupo de tareas del gendarme Agustín Feced, cerca del frigorífico Swift. Sus restos fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense en 2010. Sergio Jalil, fue detenido el 15 de octubre del 76, en Juan José Paso y Provincias Unidas, y asesinado el 17 de noviembre junto a otros 6 compañeros en Los Surgentes (Córdoba). En ese operativo también participó la patota del Ciego.

Adriana Bianchi murió en un supuesto enfrentamiento en San Martín y Espora, de la ciudad de Santa Fe, el 4 de enero del 77, y su cuerpo sigue desaparecido. Y a Ricardo Meneguzzi lo asesinaron el 27 de enero de 1977, en Rosario.

Desde las ventanas del colegio también había chicas mirando el acto. Y también había profes en la vereda, participando del acto.

Adhirieron el diputado nacional Agustín Rossi, la edila Norma López y el concejal Eduardo Toniolli. También hablaron algunos de sus ex compañeros de Montoneros y militantes de organizaciones de trabajadores docentes y de organismos de derechos humanos.

En la vereda, Francisco Pacho Reydó, un sobreviviente del grupo de los cuatro desaparecidos, indicó: “El acto de hoy debe ser un disparador para que las escuelas retomen estos actos similares. En el Superior de Comercio hubo 16 desaparecidos, y es probable que los chicos hagan la baldosa, ya que tienen una formación política”.

“Hace meses, me encontré con algunas compañeras del cole y les dije que tenía la idea de hacer una baldosa con los nombres de los compañeros. Me ayudaron militantes del grupo porteño Baldosas para La Memoria, que colocan esos recordatorios frente a casas o instituciones donde dejaron sus huellas los desaparecidos”, contó. “También entregué en la Dante una nota explicando el proyecto, pero nunca me contestaron”, fustigó.

Con la fuerza del compromiso

Pacho recuerda: “En el 69 cursábamos primer año, cuando se produce el Rosariazo y el Cordobazo. El clima de entonces nos iba formando, éramos pibes pero veíamos esos hechos”. “Ellos eran como Gardel para mí”, dice Marita Prieto, quien era pareja de Oscar Alfredo Bouvier. “Yo tenía 16 y me enamoré al oír lo que me contaba mi hermana sobre ese chico de 21 años. Tenía mucha fuerza y compromiso. Cuando estaban por salir a realizar el viaje de estudiantes, la empresa puso un colectivo que era muy chico y como no entraban todos les iban a poner sillitas en el pasillo, pero Oscar empezó a arengar a todos en defensa de sus derechos, parado en el monumento de la plaza Sarmiento. Además, con su entereza y solidaridad, era uno de los pocos que defendió a un compañero homosexual, ya entonces”.

“Con Oscar vivíamos en una pensión porque queríamos seguir militando, cerca de España y Pellegrini, y esperábamos un hijo. Al nacer Pedro dejé la escuela, años después la terminé en un Eempa. Recién al ser madre empecé a dimensionar lo que era la muerte”, admite Marita.

Los guardianes de la memoria

“Cuando secuestran a Oscar, ya todo parecía desmembrarse, yo estaba con nuestro hijo de quince meses y militaba en la UES de zona oeste, pero no podía quedarme con mi bebé ni tenía donde hospedarnos. Además debía operarlo, por eso nos fuimos a Buenos Aires, hasta el 83”, rememora.

“Todos los días leía el diario para saber si habían caído compañeros –agrega–. Tenía insomnio y miraba las lucecitas en los edificios porque siempre pensaba dónde dejar a mi hijo Pedro, cómo salir por la azotea y escapar”.

“Para salir del país con mi hijo necesitaba el permiso del padre, pero él estaba desaparecido, así que fue un exilio interno, lo que implicó que por años no podía decir quién era, y Pedro tampoco debía contar que era hijo de un desaparecido”, relata.

“Estaba en la lona total y debía hacer pan con harina que me mandaban. Me emocioné mucho cuando mis compañeras, que sabían mi historia, hicieron una colecta entre ellas para comprarme alimentos”, destaca.

“Durante años me sentía mal porque pensaba ¿por qué no había desaparecido yo, y no Oscar? De todas formas, nunca sentimos la certeza de que había muerto, cuando me devolvieron el cadáver me hicieron tocar la calavera de Oscar, estaba aterrada y pensaba si era verdad eso”, confiesa.

“De la Dante tengo buen recuerdo, no puedo decir que fuera una escuela facha, fue un lugar de encuentro y de tantas cosas, como amores, parejas que se conocieron y siguen. Fue donde conocí a Oscar. Hoy debemos ser los guardianes de ese pasado”, sintetiza.

Todo preso es político

Pacho, por su parte, relata: “Mi familia era muy gorila, pero me formé con esa banda de compañeros de la Dante. Caí el 14 de octubre del 76 y pasé desaparecido 32 días”.

“Mi madre hasta entonces no sabía que yo era militante, pero había tenido actitudes como evitar que se llevaran a una chica de su colegio, encerrándola en la dirección de la escuela y diciendo que ella era responsable sobre su vida”.

“Al recobrar la libertad, en el 79, como no pude presentarme al servicio militar por estar detenido, fui al Ejército para regularizar mi situación porque figuraba como desertor. Al presentar que había estado detenido por las Fuerzas Armadas, el coronel que me atendió, me advirtió que me fuera de Rosario en treinta días, porque de lo contrario me iba a matar”.

“A los 28 días estaba ya en la Capital Federal, era un martes, y el primer jueves fui a plaza de Mayo a ver a las Madres porque estaba, y estoy, convencido, que recuperé la libertad por las denuncias y el trabajo de ellas, y las presiones desde el exterior”, dice y rememora: “Era mayo del 79 y había en la plaza unas veinte personas. Hablé con una de ellas para contarle qué me había pasado y se me vinieron todas al humo para preguntarme si había visto a sus hijos, me contaban cómo vestían y cómo eran. Me puse a llorar”.

“Luego me señalaron que fuera a la iglesia de la Santa Cruz, de Urquiza 925, en San Cristóbal. Nos juntábamos en la misa y al terminar no nos íbamos, sino que nos quedábamos a pasar la noche”.

“Allí organizamos a las Madres a nivel nacional. Viajé por todo el país, menos a Rosario. Así fue mi militancia del 79 al 81. En el 82, cuando se celebraba  la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, fueron secuestradas las madres Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco, la monja francesa Alice Domon, y los militantes Ángela Auad, Gabriel Horane, Raquel Bulit y Patricia Oviedo, que organizaban una colecta para publicar una solicitada en el diario La Nación con los nombres de sus familiares desaparecidos, que pese a todo salió el 10 de diciembre bajo el título: Por una navidad en paz, solo pedimos la verdad”.

Ese mismo día, el grupo de tareas de la Esma secuestró a Remo Berardo en su atelier del barrio de La Boca y a Horacio Aníbal Elbert y José Julio Fondevila, en el bar Comet, en la esquina de Paseo Colón y Belgrano, donde solían encontrarse algunos integrantes del grupo de la Santa Cruz.

“Ese mismo templo fue, en 1919, refugio para los obreros reprimidos en los talleres Vasena, que estaba a tres cuadras. Durante la Semana Trágica”, recuerda Pacho, quien también destaca el compromiso de los sacerdotes de esa iglesia, miembros del movimiento de organismos de derechos humanos.

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