A pesar de no haberse sancionado la ley de interrupción voluntaria del embarazo, en la calle, en el plano simbólico, en las disputas por el sentido, en la batalla cotidiana que lleva adelante el movimiento de mujeres, se han dado en estos días trascendentales pasos adelante.
Asistimos al momento más alto del nivel de conciencia y de organización al que llegó la lucha feminista en toda la historia argentina. Y por lo que ha mostrado, nos animamos a afirmar que aún no ha desplegado toda su potencia. Es más, por momentos parece que esto más bien recién empieza.
El debate por el aborto legal seguro y gratuito se convirtió en el punto de acumulación máximo, donde el creciente movimiento de mujeres pudo manifestar su fuerza adquirida hasta hoy, pero se sabe que no es la única bandera que enarbola el feminismo. La pelea es contra todo un sistema de dominación, que es patriarcal, aunque no sólo eso.
La posibilidad de encontrar un eje vertebrador, un estandarte que diluye otras contradicciones, ha sido y será una de las claves para ir torciendo las relaciones de fuerza y transformar nuestra sociedad machista. En el camino de esa lucha se presentan varios desafíos para el movimiento de mujeres, algunos de los cuales también lo son para el conjunto del movimiento nacional y popular, tema sobre el que nos interesa detenernos en esta columna. El central para ambos (que en buena medida se entrecruzan), es cómo se contienen y potencian, en una articulación que sume y no reste a los numerosos intereses comunes que los constituyen.
Sin poder nacional para construir autonomía ante las potencias globales, financieras, multinacionales, imperiales; sin poder popular para que los intereses de las mayorías sociales conduzcan el sentido de la historia, del Estado, de las políticas públicas, de la cultura, no habrá justicia social para nadie. Y las demandas del colectivo de mujeres, como las necesidades del hoy fragmentado movimiento nacional y popular, son de estricta justicia social.
Como todas las luchas, la del movimiento de mujeres está atravesada por múltiples corrientes ideológicas, identidades políticas, culturales y sociales. Se ha dicho que hay “muchos feminismos”, como se podría decir que “hay muchos nacionalismos” o “muchas izquierdas” y hasta “muchos progresismos”. Parte de la potencia que ha adquirido, se debe a esa capacidad de contener, no sin grandes discusiones y conflictos, a toda esa diversidad que lo compone. En cómo sostiene esa heterogeneidad, para continuar haciendo historia, también radican parte de sus desafíos.
Algo similar, aunque con sus particularidades que no abordaremos acá para no hacerla lunga, ha ocurrido con el movimiento de derechos humanos. Hoy el movimiento de mujeres atraviesa transversalmente a todas las expresiones políticas, sociales, sindicales, culturales, académicas y religiosas. Así como en su diversidad radica gran parte de su potencia, tal vez allí aniden algunos de sus principales desafíos.
Las memorias de lucha, esas que portan militantes sobrevivientes de varias batallas, y que están en condiciones de transmitir a las nuevas generaciones, deben servir para que la experiencia acumulada no se pierda, para no arrancar de cero, como decía Rodolfo Walsh en el diario de la CGT de los Argentinos.
Tal cual contó Laura Hintze en estas mismas páginas, “el pañuelo verde apareció en 2003, antes del Encuentro Nacional de Mujeres de ese año, que se realizó en Rosario” y fue producto del cruce de varias tradiciones político-culturales, entre las que se encontraron dirigentes sindicales, militantes peronistas, de izquierda y cristianas. “Nació de una conversación entre el Instituto de Género, Derecho y Desarrollo (Insgenar) y las Católicas por el Derecho a Decidir”, historizó Laura en la nota Miles de brotes verdes invaden la ciudad. Y agregó: “Se pensó en el pañuelo por el de las Madres y el que habían usado las mujeres que se movilizaban por el voto femenino a finales de los años cuarenta; se pensó verde relacionado con la defensa de la vida, conectado con el movimiento ecologista”. Todo un registro a tener en cuenta.
No fue por la decisión de Mauricio Macri que se llegó hasta este punto en que casi se sanciona la legalización del aborto en Argentina. El Presidente sólo pretendió utilizarlo para “manejar la agenda”, reconducir energías militantes opositoras –incluso dividirlas–, tapar la tragedia a la que está conduciendo al país y el latrocinio estructural que está cometiendo. Él solo intentó aprovechar la ola, pero sabe que la marea verde se lo puede llevar puesto.
El reclamo por el aborto legal excede por lejos las intencionalidades de un gobernante que no posee ninguna empatía con esta u otra causa popular –ni su impostada pasión bostera creemos en esta redacción–. Si existió una oportunidad para darle cauce a este debate, es porque el dique de contención está a punto de rebalsar, y eso ocurrió gracias a la potencia que alcanzó el movimiento de mujeres.
Si una cosa quedó en claro a lo largo de todo este proceso que logró la media sanción en Diputados –y a la que le faltaron apenas siete votos para convertirse en ley–, pero que arrancó hace mucho tiempo atrás, es que un movimiento que avance nuevamente hacia la ampliación de derechos, deberá ser nacional, popular, democrático y feminista –como advirtió la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner–.
Todos y todas quienes anhelamos un país con justicia social, pero en mayor medida todos, debemos deconstruirnos un poco o mucho, para alcanzar la fuerza necesaria que nos permita ganar esta y otras necesarias peleas. ¿Cómo hacemos? No es algo que estemos en condiciones de indicar aquí. Esa es una tarea colectiva. Pero hay una idea que no deja de darnos vuelta: o somos nacionales, populares, democráticos y feministas, o no llegamos. Habrá que seguir andando pues, que así se demuestra el movimiento.