La clase trabajadora argentina crece en conciencia y organización. Sus medidas de fuerza aumentan en contundencia y masividad. La unidad y potencia alcanzada por el movimiento obrero es cada vez más amplia. Eso se pudo ver, siempre y cuando se esté liberado de los filtros de irrealidad que distribuyen las grandes corporaciones de la comunicación, con el paro nacional de los días 24 y 25 de septiembre. ¿Pueden desplegarse más esos factores? Si, y mucho. Y deben hacerlo si el objetivo es el que plantearon todos los discursos que se oyeron durante las jornadas de protesta: frenar el proyecto neocolonial de Mauricio Macri. La batalla por el sentido comienza a ganarse. Falta el frente político. Rosario, volvió a ser la capital nacional de la resistencia.

El paro, que estuvo acompañado además de todo el arco de organizaciones sociales, de la economía popular y de desocupados –que aportó gente a las movilizaciones y piquetes en calles y rutas de todo el país–, contó también con el apoyo silencioso de comerciantes e industriales en quiebra por los tarifazos y la contracción del mercado interno. Encontrar al vecino del súper de barrio o al pequeño empresario que se cruza en la cancha de fútbol 5 en la marcha del 25 en Rosario, es todo un dato en ese sentido.

El mensaje de los grandes medios, acordado con los funcionarios entrenados por Durán Barba, es tan impenetrable en “la gente” que tuvieron que cambiarlo por la sobreactuación de que “es cierto, estamos mal, pero decidimos hacernos cargo de la realidad y ya no vivir en la mentira”, que por supuesto siempre es de «los K». El enemigo no cambió. La onda “reconocimiento de lo difícil de la situación” como nuevo eje de la comunicación oficial implica la admisión también de que el chamuyo ya no alcanza para tapar el desastre.  

En cambio las advertencias y denuncias que hicieron desde un principio los sindicatos de las CTA y la CGT (salvo los moderados u oficialistas), sobre el impacto de las medidas económicas del gobierno neoliberal de Mauricio Macri, en sintonía con el discurso de las organizaciones sociales y de buena parte de la oposición política, tuvieron un correlato directo con “lo real”. Y como se sabe, la única verdad es la realidad.    

Hay un proceso de unidad en ascenso del movimiento obrero. El flamante Frente Sindical para el Modelo Nacional, en el que confluye el moyanismo, el Smata y la Corriente Federal de los Trabajadores (Bancarios, Sadop, Gráficos, entre otros) es un nuevo paso en ese camino, que se suma a la cada vez más cercana relación entre Hugo Yasky y Pablo Micheli en las CTA. Y que meses atrás había tenido otro impulso cuando el propio Yasky aseguró que si había cambios profundos en la CGT podría darse un retorno a esa vieja casa de los trabajadores. De todos modos esa impronta no alcanzó para evitar que haya tres actos en Rosario, que con más de 20 mil personas en las calles, el 25 de septiembre volvió a ser “la capital nacional de la resistencia”. Habrá que seguir tejiendo.

Mientras la contundente jornada de protesta mostró a un frente sindical en la dirección correcta –si se coincide en que esta es la acumulación de las más amplia fuerza posible para defender los intereses de la clase trabajadora–, sentido que también recorren los movimientos sociales (el “frente social”); el “frente político” en el que deben confluir los dos anteriores –nuncan estarán todas la fuerzas, pero se espera al menos juntar la mayor cantidad posible–, todavía está lejos de constituirse.

En la construcción de ese frente está la clave del dilema de los argentinos y las argentinas, si se está de acuerdo con la idea de que para frenar la destrucción de eso que conocemos como nación, se debe articular un proyecto político que exprese a los damnificados del modelo macrista, y que pueda derrotarlo en las urnas en 2019.

Siendo víctimas de Cambiemos todos aquellos que no podrán jamás beneficiarse con el nuevo esquema colonial, al que nos lleva el gobierno tras el acuerdo de sumisión pactado con el Fondo Monetario Internacional –de primarización y extranjerización de la economía, desindustrialización, contracción del mercado interno y achicamiento del Estado y su rol social, educativo y sanitario–, el perfil del frente será nacional y popular sin dudas –no por una cuestión ideológica, sino de “condiciones objetivas”–, y todo lo progresista y de izquierda que las “condiciones subjetivas” (y esas corrientes se) lo permitan.

¿Cómo andamos en ese terreno? La respuesta es para otra nota. Artículos, debates, entrevistas y análisis en ese sentido no faltarán en próximas ediciones de El Eslabón. Pero alcanza con decir que estamos verdes.

“¿Y el movimiento de mujeres no entra en esta editorial?”, se preguntarán las y los lectores a esta altura de la columna, si es que no lo hicieron antes. Bien, en esta redacción creemos que el movimiento de mujeres atraviesa transversalmente a los frentes social, sindical y político y que, como dijo Cristina, la revolución será nacional, popular, democrática y feminista.

 

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