Ya se acerca noche buena, ya se acerca navidad, para todos los Canayas, un regalo espectacular: con el triunfo en los penales ante Gimnasia, en la tierra del vino, los de Arroyito se dieron el gran gusto de levantar el trofeo tantas veces esquivo.

En un partido infartante, de película, que se definió desde los doce pasos tras el 1 a 1 en los 90’, Rosario Central venció a Gimnasia La Plata en final de la Copa Argentina y pudo desahogarse después de tres finales perdidas. El ingrediente especial estuvo en cuartos, cuando dejó en el camino, nada menos, que a Newell’s. El triste escenario de aquel cruce (en la cancha de Arsenal, más vacía que lo habitual) no opacó la clasificación, que luego terminó de coronar con la obtención del título. Salud campeón.

De la nada a la gloria

Qué relación rara entre Central y el torneo federal. Después de las caídas en las ediciones 2014, 2015 y 2016, por los diversos motivos ya conocidos, el equipo ahora dirigido por Edgardo Bauza logró lo que no pudieron los que comandaban Miguel Russo y Eduardo Coudet, que llegaron a esa instancia con un nivel superior al actual.

Para explicar este fenómeno, hay que recurrir a la mejor y más clara definición que se haya escrito sobre el más popular de los deportes. “El fútbol es dinámica de lo impensado”, dijo alguna vez el periodista y escritor Dante Panzeri. Es que el jugar bien, como lo hacía por ejemplo aquel plantel del Chacho, es un factor de los que determinan el resultado. El más importante, claro, pero no el único. La suerte, los fallos arbitrales, entre otros aspectos, también le dan forma al marcador final. Y así se puede comenzar a explicar y entender por qué este Central de tan floja campaña en la Superliga volvió a disputar una instancia decisiva. Y no sólo eso, que de por sí es un mérito gigante como su estadio, sino que también la ganó. Y así también se puede explicar, por qué el fútbol es el más maravilloso de los deportes del planeta.

El desahogo después de las tres finales perdidas y la importante sequía que padeció desde la épica lograda en la Conmebol 1995, explicaron el llanto generalizado de jugadores (de los experimentados y de los pibes), dirigentes e hinchas, de los que coparon las tribunas del Malvinas Argentinas, y de los que después extendieron su alegría en el Monumento Nacional a la Bandera y sus inmediaciones.

TV führer

El penoso operativo de (in)seguridad que se montó para el River-Boca de la Copa Libertadores dio vía libre al cipayo periodismo porteño para calificar a los argentinos como lo peor de la condición humana. Disimulando con un supuesto malestar por el traslado de esa importante competencia a España, una vez instalados en las calles madrileñas, se babearon con el comportamiento de quienes trajeron a estas tierras la barbarie. Si en una final de Champions mandás un colectivo del Barcelona por entre los simpatizantes Merengues, o un micro del Inter entre los fanáticos del Milán, difícilmente el vehículo salga inmune.

Canayas y Triperos le dieron una linda cachetada a los denostadores del hincha argentino, cuando se mezclaban en las arterias mendocinas el mismísimo día del partido, a unas horas del pitido inicial. Similares actitudes se encontraron en instancias anteriores de este certamen –el único del país en el que aún se permiten ambas parcialidades– cuando los operativos policiales no liberaron zonas de conflicto, ni barrabravas disputaron sus diferencias por el poder del paravalancha.

Campeones de ayer y hoy

Central despidió el año a lo grande, con la conquista en Mendoza, ya que fue postergado su partido de la fecha 15 de la Superliga, ante River. Ante esta situación, los dirigentes aprovecharon para organizar un partido en el Gigante de Arroyito –este domingo a las 18.30– donde se calzarán la auriazul las viejas glorias del club y los flamantes campeones. La fiesta continúa.

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