Los indios y negros sufrieron durante la última dictadura las matanzas y la represión, una vez más, pero siguieron de pie, dando pelea, en el agite, en la resistencia como ejemplo de vida.

Las listas oficiales no dan cuenta de la pertenencia étnica de las víctimas del terrorismo de Estado. Pero hay numerosos registros de testimonios y declaraciones judiciales que dan cuenta de que hubo persecución contra los indios y negros, ya que muchos militares sostenían que había que seguir siendo “uno de los tres países más blancos del mundo, pues significa una gran ventaja en calidad humana”, según decía el ex general de división Albano Harguindeguy, adiestrado en la Escuela de las Américas de Panamá, considerado uno de los cerebros del llamado Proceso de Reorganizacion Nacional, en el que ocupó el poderoso cargo de ministro del Interior de Jorge Rafael Videla.

El Chino Celestino Aigo trabajó como mecánico, ayudante en chapa y pintura, y también participó en reclamos de tierras para la comunidad mapuche de Aluminé. Luego, en la capital neuquina, militó el barrio Villa Florencia. Pero el 22 de agosto, cuando tenía 23 años, fue detenido y desapareció. Su hermana Teresa testimonió: “Él quería un futuro mejor”.

Horacio Canelo, con sangre comechingón, fue militante peronista. Fue desaparecido en Córdoba el 13 de junio de 1979, tras ser visto por última vez en el centro clandestino de detención La Perla. “Nuestro derecho es preservar las costumbres, pero tenemos que entender que la interculturalidad debe ser el verdadero fin”, dice su hermana, al referirse a la lucha de las comunidades.

Sergio Wensenlao Copa, tenía 20 años y era jornalero, en Orán, Salta. También la pelea de las comunidades por sus derechos lo acercó a la militancia en la Juventud Peronista. El 2 de septiembre de 1976 fue víctima del terrorismo de Estado y desapareció tras ser secuestrado en Banda Sur.

Celestino Aigo, Abelardo Coifin, Juan Raúl Pichulmán, José Francisco Pichulmán, Pedro Santana, Avelino Bazán, Marina Vilte, Jesús Costilla y Eulogio Frites, son desaparecidos, cuyas historias de vidas fueron presentadas en una exposición del porteño Museo Etnográfico Ambrosetti, de Moreno 350 (a dos cuadras de plaza de Mayo). “Desafiando al silencio: pueblos indígenas y dictadura”, se llamó la muestra desplegada, desde septiembre de 2016 a septiembre de 2017.

Homogeneizar, sin minorías

Las listas oficiales (Conadep) no dan cuenta de la pertenencia étnica de las

víctimas del terrorismo de Estado. Sin embargo, hay numerosos registros de

testimonios y declaraciones judiciales que confirman que hubo originarios secuestrados en centros clandestinos de detención o cárceles, desaparecidos, o que sufrieron el exilio interno y externo.

En la muestra se consignaba que “en las décadas de 1960 y 1970 se crearon organizaciones indígenas locales y federaciones nacionales e internacionales que sostuvieron nuevos y antiguos reclamos, especialmente la recuperación de sus tierras”.

Desde su organización en parlamentos, encuentros y coordinación de actividades con organizaciones sociales, grupos partidarios y el tendido de redes de comunicación y producción, cooperativas y propuestas de leyes, agitaron el movimiento por los derechos de las comunidades.

Pero, durante el terrorismo de Estado, los pueblos originarios fueron perseguidos, junto con judíos (794 desaparecidos), homosexuales, lesbianas, ateos y Testigos de Jehová, entre otros, bajo el concepto discriminatorio de “minorías”. Gente que molestaba al momento de querer homogeneizar la sociedad.

Desde 2009, nos propusimos incidir en la política como pueblos originarios y cambiar el paradigma de un país lineal con la pluricultural basada en el respeto”, comenta la hermana de Canelo.

Tambores de la memoria afro

Adriana Izquierdo, detenida un mes antes del Mundial 78 por un operativo al mando de capitán de fragata Alfredo Astiz, estuvo presa 90 días en dos lugares. Uno debió estar cerca de la cancha de River, porque luego dijo que escuchaba el festejo de los goles, y fue liberada un mes después de concluida la Copa. Durante su detención fue quemada con cigarrillos y violada. La intención de apresarla fue motivada por el deseo de limpiar de “negros” la ciudad, para “europeizar” y blanquear la imagen de la Capital ante la visita de turistas.

José Raúl Díaz “Sugus”, legajo de la Conadep 876, debió emigrar del Chaco en 1967. Luego se radicó en La Plata y estudió en el Colegio Nacional platense.

También militó en el Grupo Revolución de Base las Fuerzas Argentinas de Liberación 22 de Agosto. Luego, mientras estudiaba antropología, fue secuestrado y desaparecido el 1º de enero del 76.

Nilda Noemí Elía vivía en Santa Rosa de Lima, barrio periférico de Santa Fe con alta población afro. Era maestra parroquial y activista de la JP, las Fuerzas Armadas Revolucionarias, el Movimiento Villero Peronista y Montoneros.

Con su esposo armaron una cooperativa barrial para fabricar ladrillos. Pero debieron rajar a Buenos Aires y dejaron a sus hijos con la madre de Nilda, Otilia Acuña. En 1975, ella regresó por el cumple de un hijo, pero el 11 de abril fue asesinada por un grupo al mando del coronel Rolón.

La esclavitud no terminó con la Asamblea del Año XIII. Siguió en el Patronato de la Infancia, en ingenios tucumanos y en la condición de “sirvientes”. Recién en 1861, con la Constitución, se supone que se prohibió.

Pero como indica Osvaldo Bayer, un anuncio en un diario El Nacional de 1878, titulaba: “Entrega de indios”. El texto indicaba: “Los miércoles y los viernes se efectuará la entrega de indios y chinas a las familias de esta ciudad, por medio de la Sociedad de Beneficencia”.

Pablo Cirio, licenciado en Antropología de la UBA y director de la Cátedra Libre de Estudios Afroargentinos y Afrolatinoamericanos de la Universidad platense, investiga desde 2013 la historia de los afroargentinos del tronco colonial asesinados, detenidos y desaparecidos en la dictadura cívico militar.

Registramos casi cerca de treinta víctimas afrodescendientes del terrorismo, con hijos que ya son mayores y no son víctimas directas, pero padecen las consecuencias de esa persecución”, amplía Cirio.

Hay que tener en cuenta que cuando nosotros decimos «negro», en líneas generales, nos estamos refiriendo al color de piel. No todos los negros son negros, por eso se usa una categoría más amplia, que es la de afrodescendientes”, explica.

No fue lo mismo la detención de empresarios, estudiantes universitarios o un miembro de Montoneros. Si además eran afros, había una saña especial”, resalta.

El fascismo añoraba la etapa “organizadora” anterior cuyo ideal era una nación “europea, católica, blanca y capitalista”.

En este sentido, Cirio recordó al ex ministro del Interior, Albano Harguindeguy, quien en 1978 afirmó que la inmigración africana debía ser de “cuño europeo, siempre y cuando pretendamos seguir siendo uno de los tres países más blancos del mundo, pues significa una gran ventaja en calidad humana, que tenemos incluso sobre las naciones industrializadas”.

A pesar del intento de blanquear a la Nación, tras la imposición del proyecto porteño y oligárquico, las masacres de comunidades originarias, afros y el sometimiento del gaucho en tropas y estancias, hoy están y resurgen con su identidad y reclamos con el surgimiento de nuevas organizaciones.

Esos cabecitas negras

Luego con el mestizaje de originarios, afrodescendientes y el gauchaje del interior latente y agitado, desde el subsuelo de la patria sublevado aparecieron los “cabecitas negras”.

El grupo de Cirio, utilizó como una herramienta de trabajo el estudiar la música en contextos socioculturales y la historia de los esclavizados. El candombe estructura la cultura negra porteña, y el tambor marca el ritmo para los afroporteños, es su conexión sonora con sus ancestros: reviven a sus antepasados a través de la danza y el baile”.

Murgeros sin camisas

Clara Kierszenowicz (Dana), Luis Mercadal (Lucho), Jorge Infantino (Tanito), y Marcelo Anibal Castello, son los identificados que desaparecieron de la murga “Los Descamisado de Liniers”.

Julio César Abruzzese Rodríguez participaba de la murga Los Chiflados de Abasto y militante de la JP. Fue detenido y desaparecido el 11 de abril del 79. Sus compañeros dicen que “se lo llevaron por pensar, bailar y juntarse para defender la alegría trinchera”.

Marcelo “Pichi” Castello, nacido en 1950, era también murguero, además de delegado gremial de la Foetra. Desapareció el 4 de febrero del 77.

Clara “Dana” Kierszenowiz era actriz, pertenecía a la Juventud Peronista, era estudiante de Arquitectura y murguera. Se la llevaron el 28 octubre del 76.

Jorge “Lucho” Gullo era montonero y murguista de la agrupación “Los alegres de Balbastro”, que funcionaba en el barrio de Flores Sur.

Luis Mercadal, también era parte de los “Desca”, le gustaba la historia del tango, la calle Corrientes, sus librerías, y los escritores como Leopoldo Marechal, Oliverio Girondo y Alejandro Dolina.

Brazo armado de bombos y redoblantes

Ese grupo nació en el barrio de Liniers, como brazo armado de redoblantes y silbatos. Eran pibes de Liniers que se sumaron al proyecto de liberación nacional y social, desde la JP, cual murga militante, entre el 73 y el 74

Con el lenguaje murguero adoptado para expresar la bronca, eran unos 20 y usaban como sede la Unidad Básica Descamisados. No usaban ropas carnavalescas (eran descamisados) y tenían un bombo de la murga Los Chiflados de Liniers y otros mangueados a la hinchada de Vélez, ya que algunos integrantes de la barra brava del Fortín también formaban parte de la murga.

Carnaval por la memoria

La dictadura cívico militar prohibió eso tan peligroso como que la muchachada de un barrio tomara las calles y se expresara a los gritos, mofándose del autoritarismo y la represión. Por decreto, eliminaron los feriados en 1976.

Pero no desapareció ni pudo prohibirse que las murgas volvieran a asomar en los clubes de barrio, plazas y veredas. Hasta que en 2010, una presidenta, una tal Cristina, restituyó la popular celebración.

Quien fue detenido y sobrevivió fue Osvaldo López, aprisionado el 15 de julio de 1977. Estuvo cautivo en el edificio de Virrey Cevallos 630, en el que funcionaba un centro clandestino de detención del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea, a dos cuadras del departamento central de Policía.

Hoy, Osvaldo es el coordinador del Espacio de la Memoria que funciona en el recuperado sitio donde funcionaba el centro de detención en el que él mismo estuvo detenido.

Osvaldo cuenta que tras visitas de murgas para conocer el Espacio, se realizó en 2017 el primer carnaval. “Ahí nos enteramos que había murgas que habían sufrido la desaparición de varios de sus integrantes, entonces se hizo una investigación sobre ellos y se lo planteamos a otras murgas de la zona, como las de San Telmo, Parque Patricios y Monserrat, entre otras”. Así surgió el proyecto de hacer un “Carnaval por la Memoria en Homenaje a los murgueros desaparecidos. No al ajuste neoliberal”.

Fue en 2018 y participaron las murgas Suerte Loca, Los Caprichosos de San Telmo, Los Verdes de Monserrat, La Cumparsa y Festejantes por la Patria, entre otras que desfilaron por la calle Cevallos, entre México y Chile.

El rescate de esos pibes del barrio es remarcado por López, quien señala la importancia de que los desaparecidos sean recordados y homenajeados “en el lugar donde estaban militando”. Reconocidos en sus barrios y peleas solidarias, como los antes nombrados originarios y afrodescendientes.

Y termina López: “Las demandas de los de abajo se hacen oír al ritmo de bombos y platillos”.

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