Rita Segato está sentada en la punta de una mesa. La reconocida antropóloga, rockstar del movimiento feminista, toma un café y pasa rápido la pantalla de su celular: está buscando, en alguna conversación con sus hijos, fotos de sus gatos y su perra. Alrededor, cuatro periodistas, las cuatro de medios cooperativos de Rosario, hacen lo mismo. A lo largo de casi media hora, las fotos, anécdotas y exclamaciones circularán entre las cinco mujeres. Rita Segato tiene tres gatos en su casa en Brasilia: Frida (“porque es blanca, alemana, malhumorada”), Fidel (“porque es rojo”) y Luigi (porque así le pareció a su hija). En Tilcara, donde intenta vivir gran parte del año, tiene a su gata Bizcocha y a su perra Urpila (“Palomita”, en quechua), raza Pila, la única precolombina. Nunca había convivido con canes y todavía, un año y medio más tarde de adoptar a la suya, se asombra de lo atolondrada que es. Siempre que la nombra, se ríe.

El desliz veloz de la pantalla del celular de Segato se frena de golpe cuando encuentra una foto con Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo. Es una imagen oscura, donde resaltan las sonrisas de las dos. “Qué mujer, ¿no? Qué modelo de cómo envejecer”, suspira la antropóloga, admirándola desde la pantalla. Nora y Rita se encontraron hace unos meses en un pub de la ciudad de Londres. La antropóloga dice que no fue un encuentro casual, sino que fue una reunión, pero que no sabía que iba a estar ella. “Yo le dije «Ay Norita, en qué situación estamos». Y ella me dice: «Pero hay más intensidad». ¡Qué bárbara!, me levantó el ánimo definitivamente”, cuenta Segato. Y sin despegar la mirada de su celular –aún no encontró la foto de mascota que busca–, agrega: “A eso que dice ella, yo le pongo otro nombre: es un momento de más verdad. Y esas verdades que en el mundo han aflorado necesitan ser tratadas y enfrentadas”.

Foto: Andrés Macera

Domesticando lo público

Rita Segato estuvo en Rosario dando un seminario internacional de tres días en el Centro Cultural Parque de España. Organizado por la Facultad Libre, “30 categorías de un pensamiento incómodo” fue más que un recorrido por su pensamiento: un banquete de ideas, conceptos y experiencias puesto a disposición de más de 400 personas. Entre el escenario y la mesa con periodistas, prácticamente no se notaron diferencias. La antropóloga toma nota, persigue moscas y se va por las nubes en cualquiera de los contextos. Va y viene entre los gatos y Nora Cortiñas, y pareciera que nada es casual en ella. Siempre hay un hilo que ilumina. De los gatos a Nora Cortiñas se introduce a su pensamiento, a su lectura del mundo, y pone en práctica lo que anunció en su seminario: hace teoría, le pone nombre a experiencias y pone sus palabras a disposición para que circulen. “Un intelectual dona palabras”, dice en el auditorio del Centro Cultural Parque de España.

“Soy así y no separo la manera que me comporto en la cocina de mi casa con mi gata y la Urpila, y la manera en que me comporto en cualquier lugar ante quien sea. No hago diferencia”, explica Segato frente a los grabadores, abriendo las puertas a una parte, diminuta casi, de todo lo que tiene para enseñar. “Esa domesticación de lo público es primero hecha por mí de una manera intuitiva en mis clases, y después reflexionada y comprendida como un estilo de hacer las cosas que tenemos las mujeres, una manera que es política y que viene de una domesticidad que quedó estigmatizada, desheredada de la política y transformada en eso que es «lo íntimo». Todo eso tenemos que romper. Nuestra manera de hacer las cosas es plenamente política y es diferente, y viene de otra historia”.

Entre la domesticación de lo público y Nora Cortiñas no hay tampoco casualidades. “El primer momento de la retomada de una politicidad en clave femenina son las Madres”, explica Segato, entre un café y una barrita de cereales. “Ellas partieron a la política desde la posición de madres. Es un cambio extraordinario, no es poca cosa. No es anecdótico y tampoco táctico. Es una manera diferente de entrar en el terreno de la política, y desde aquel momento hay una continuidad de esa re-emergencia de una política que estaba represada, censurada, rasurada, desde el pasaje a la modernidad”.

Rita es clara, es simple, su teoría fluye como el mate pasa entre las manos. Vale ser reiterativa porque es la sensación que prevalece después de escucharla: narra e ilumina, dona palabras, nombra desde acá, el sur del mundo, experiencias que antes no habían sido nombradas. La irrupción de las Madres de Plaza de Mayo en la política y en la conversación, son el puente para entender a qué se refiere con la domesticación de lo público y esa otra forma que tienen las mujeres de hacer política.  

“En el pasaje a la modernidad, el hombre secuestra la política. En el mundo precolonial, el hombre tenía su espacio político, el público, afuera de la aldea. La mujer tenía el suyo, que era en la casa. Pero no es que no era político. Nosotros lo vemos como no político porque la óptica moderna dice que la casa es el lugar de la intimidad y lo privado. Pero eso no es así. La presión por privatizar y transformar el espacio doméstico en íntimo es una presión patriarcal, del extremo patriarcado que es la modernidad”, explica la antropóloga con voz suave y pausada. “Nunca el patriarcado fue más tenaz, tan riguroso, tan letal, como en el mundo de la modernidad. Es mentira que avanzamos en dirección de un mundo mejor para las mujeres, no, hay mucho engaño ahí”.

“Las formas de gestión, de deliberación, de hablar de gatos y perros, son las maneras de pactar un acuerdo en clave femenina”, señala Segato. “Y es necesario entender como político todo eso”. El movimiento de mujeres en la política avanza así: una presencia multitudinaria que ocupa el espacio público de otra forma. “La marcha de mujeres no es igual a una marcha de sindicatos, tiene otras características. Como nuestra conversación, que incluye perros, gatos y mimos. Lo que hacemos es desvestirnos de todo aquello que se nos inculcó de cómo hacer política y qué es político. Estamos absolutamente secuestradas, influenciadas, colonizadas, por una manera patriarcal de entender la política”.

Para Segato, queda claro que las mujeres encontraron el camino. “Quien nos lo prueba son nuestros antagonistas de proyecto histórico, que en menos de 10 años tuvieron que salir a la calle para intentar frenar ese cambio. Entonces, el cambio viene por ahí: es un cambio de vida, de la manera de hacer las cosas, en las nociones de prestigio. Ahora el prestigio está acá, en ponerme el pañuelo teñirme el pelo, salir a la calle y hacer lo que quiero. Mostramos que incluso el gozo es también de otra forma. Por eso muchos hombres están fascinados con el proceso de las mujeres. Porque les mostramos que gozamos en la calle, sin muertos ni muertas, sin sangre, sin sufrimiento ajeno”.

Siempre volviendo

El 8 de marzo de este año, Rita Segato se cruzó en la ciudad de Córdoba con una frase: “La prohibición del aborto es una violación del Estado”. La oración colgaba de la bicicleta de una chica y Rita la reconoció enseguida: era una frase suya. La antropóloga piensa cada palabra que sale de su boca. Es muy puntillosa. Sabe qué dijo y qué no, por eso las reconoce: son realmente palabras suyas. “El uso de una idea tuya es como el robo de un niño. No es una propiedad, pero sí es alguien que diste a luz”, cuenta, mientras repasa el momento en que se cruzó con sus palabras pedaleando por la provincia vecina. “Me acerqué a la chica y le dije: «Qué linda frase. Me encanta. Estoy de acuerdo, ¿de dónde la sacaste?» La chica me miraba… y me dice «Es suya». ¡Yo me quedé tan tranquila!”, dice, entre risas.

Rita Segato lleva nueve años volviendo a su país. El camino de regreso es lento: hace nueve años que tiene un poco de su ropa en Tilcara, otro poco en Buenos Aires y otro tanto en Brasilia. Sus bibliotecas –ocho paredes de libros, cuenta–, sus archivos y sus cuadros siguen en el país vecino, junto con Frida, Fidel y Luigi. Mientras vuelve, Rita Segato se hace enorme, gigantesca. La gente la conoce aunque nunca la hayan visto en su vida. Su imagen y sus frases se viralizan por Internet, y varones y mujeres la paran por la calle para sacarse una foto o decirle, simple y concisamente, “gracias”. “Es un misterio. No lo puedo comprender. Es raro, rarísimo”, dice la antropóloga que todos y todas respetan. “Mucha gente me dice «Siento que te conozco» y yo pienso «¡Qué peligro!» Es que a lo mejor no soy esa persona. Y entonces es una responsabilidad muy grande, sobre todo si no soy esa que se proyecta sobre mí”.  

Todo el tiempo le piden a Rita Segato, desde acá, allá, de todos lados, que hable, que explique, que cuente, que comparta sus estudios sobre el patriarcado y la violencia de género. Urge, en cada rincón de este sur del mundo (también del resto, por qué no), tener nuevas herramientas para construir un nuevo mundo. Y Rita Segato está. “Es una obligación. Un deber ciudadano”, dice, con seguridad. La antropóloga, sin embargo, contará en su seminario, luego con las periodistas, que todo el tiempo quiere salirse del tema. “Yo no puedo decir que me dejen en paz, aunque vaya a decirlo muy pronto. Porque es un tema que te hace daño, un tema profundamente infeliz. Y una nunca deja de sentir”.

Rita Segato se fue a los 23 de Argentina y nunca dejó de pensar en cómo hacer para recuperar su lugar en el país. “Fue una verdadera obsesión”, dice. En algún momento de la entrevista, contará que intenta estar cada vez más tiempo en Tilcara, el lugar que eligió. Y que, cerca de ese «basta», están los deseos de otras cosas. Una de ellas es escribir sobre el arraigo, sobre esa obsesión, el por qué un lugar, por qué volver. “Desde mi primer día estuve pensando en cómo encontraba el camino de vuelta. Durante mucho tiempo no pude encontrarlo… y de repente fue mágico. En cuestión de meses encontré ese conducto, ese canal de retorno y fue muy maravilloso hacerlo. En noviembre de 2001 fue mi primer pulsión retornante. «¿Vos sos loca?», me decían. Yo quería volver ya. La gente pensaba que había enloquecido. La gente se estaba yendo y yo quería volver. Tuve que inventarme una respuesta: «porque acá es el único lugar que cuando camino por la calle me cruzo con mis fantasmas». Y cuando dije eso, curiosamente, en esta sociedad tan rara, resultó ser un argumento incontestable. Nadie me dijo nada, nadie me dijo que los fantasmas no existen. ¡Es un país de locos! Pero sí, claro, en cada esquina, en Rosario mismo, estoy rodeada de fantasmas”.

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