“¡Mamá! ¡No te ensuciás el pie ni para bajar de la cama y te fuiste a la villa!” Mónica Crespo recuerda con una sonrisa traviesa el reto que recibió de sus hijos hace 13 años, cuando tomó la decisión de mudarse a Empalme Graneros con Carlos, su pareja y actual esposo. “Cuando llegué muchos me dijeron que estaba loca… y bue. Es lo que elegí”, dice ahora, sin una pizca de arrepentimiento o resignación. Mónica está sentada en el galpón donde funciona la Cooperativa Cartoneros Unidos, el mismo lugar al que se mudó con Carlos cuando era sólo alambre y tierra y que se fue levantando a puro pulmón de compañeros. Cuando llegó, la Cooperativa de la que se volvería referente ya existía. Ella no pudo resistirse y se involucró. “Por los pibes”, dice. “Porque todos los carreros tienen pibes. Y vienen, y me matan los críos. No puedo ser indiferente. La sonrisa de un pibe no tiene precio”.
Mónica Crespo habla de “la locura” que tiene. Es rosarina, nacida y criada en barrio La Guardia, hincha de Rosario Central. Cuenta que la historia de su vida siempre fue saltar frente a las injusticias. Fue fiambrera y cocinera, ahora es cartonera y recicladora y tiene una familia: el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE). También es mamá: de los suyos, de los de Carlos y de “todos los negros”. Dice que su rol es dar felicidad y nutrientes a los más chicos. Se define como guerrera de la vida. Va a estar dos horas con Femimasa y nunca se la va a escuchar decir que es referenta, líder, presidenta, militante o algo similar. En algún momento hasta lo negará. Sin embargo, a cada rato pasan vecinos y vecinas por la Cooperativa. Y todos y todas, de todas las edades y géneros, entran al galpón y la buscan a ella.
De Empalme al mundo
Es martes y después de muchos días salió el sol en Rosario. Los rayos entran por donde pueden en la Cooperativa Cartoneros Unidos. Son suficientes como para iluminar el lugar cálidamente. Las gallinas van y vienen en los techos de chapa. Mónica está sentada en una silla de escritorio con rueditas. Está rodeada de compañeros, compañeras y materiales de construcción para que la Cooperativa siga creciendo. Se sienta con la espalda derecha y no para de hablar ni de fumar. Tampoco de hamacarse en esas rueditas. Va y viene de un lado para el otro. Es un vaivén poderoso.
Mónica está por cumplir 60 años. Nació y se crió en la zona sur, en el barrio La Guardia, en una casa con un patio lleno de árboles frutales que plantó junto con sus tres hermanos. “Tuve una familia de trabajadores municipales. Mi papá era electricista y era el que salía a arreglar todas las instalaciones que se venían abajo cuando había tormenta”, cuenta. Y recuerda que su familia siempre fue un matriarcado que se regía bajo las normas de su abuela. También que su papá fue el que le enseñó a no decir “basurero” sino “recolector de basura”. Mónica nunca había considerado ser parte de quienes reciclan y viven de la basura. Pero ella ahora lo trae a colación: “Siempre respetabamos al recolector y supimos que el hombre que recolectaba nuestra basura era un trabajador”.
Unos cuarenta años después de esa infancia, Mónica Crespo llegó al Vaticano y pensó en su papá. “Mirá donde llegué papi”, dijo mirando al cielo. “Mi papá me enseñó a no manchar el apellido. Esa fue mi promesa. Por eso, cuando llegué a Roma pensé en eso. Mirá dónde traje nuestro apellido, pá. Y me dio mucha alegría, porque además estaba ahí representando a mis compañeros. Nunca me vendí”. En ese viaje, el Papa Francisco ponderó a los recicladores y recicladoras. “Dijo que somos artesanos de nuestra vida, porque inventamos nuestro propio trabajo”, recuerda Mónica, orgullosa. “Al margen de que sea el Papa, es muy importante que alguien entienda que lo que hacemos nosotros es generar trabajo”. La mujer viajó también por México y Bolivia. En el país vecino se sacó una foto con el presidente Evo Morales. Los dos levantaron un cartel que decía “Trabajar en carro no es delito”.
Felicidad y nutrientes
La cooperativa Cartoneros Unidos nació hace 18 años en el mismo lugar donde funciona ahora: Carrasco al 2000, al toque de las vías, barrio Empalme Graneros. “Fue una locura de ese hombre”, señala Mónica, mate en mano. El hombre al que apunta se llama Carlos Mieres, es carrero, fundador de la cooperativa y su esposo. Hace 18 años, Carlos era trabajador portuario y fue el que organizó a sus vecinos cartoneros luego de que les hayan sacado 76 carros y un supuesto abogado les exija plata para intentar recuperárselos. “Encima que nos quedamos sin carros para trabajar, este gil nos quiere sacar plata. Hagamos una cosa: mañana nos vamos a reclamar frente a la Municipalidad”, arengó Carlos en su momento. Esa pelea se ganó y a partir de ahí se mantuvo la preocupación para ver qué hacer y cómo hacer con los trabajadores excluídos. “Esto nunca tuvo solución, porque de lo que hablamos verdaderamente es de la pobreza”, resume Mónica.
Son unas 450 las familias que están organizadas alrededor de la Cooperativa Cartoneros Unidos. Muchos son carreros, muchos otros son lo que Mónica define como “cartoneros con tracción a sangre humana”: los que ya no tienen caballo y no tienen otra solución más que tirar ellos del carrito. “Me vienen con las piernas reventadas, con várices, agotados”, describe. Lo cierto es que sean con caballos o no, los cartoneros y cartoneras son cada vez más. “Se chocan en la calle, ¿no los ves?”, pregunta Mónica. Son también cada vez más las personas que se quedaron sin trabajo, sin casa, sin obra social, y que se acercan a ese rincón de Empalme a aprender el oficio.
El galpón de Carrasco al 2000 se transformó hace 5 años en punto de encuentro para la organización y también tuvo que sumar una copa de leche y algún que otro plato de comida que pueda ayudar a los pibes y las pibas del barrio. “Los chicos siempre están asomados viendo si hay algo para comer. Y a pesar de que les digo que no, que estamos trabajando o algo, ellos vienen y están con los ojos atentos esperando a ver qué les doy. Yo les traigo yogures, algo, porque desde la Cooperativa puedo darles algo: felicidad y nutrientes. Busco verlos reír y que dibujen con colores. Y así desde la organización va cambiando el ser humano. Tenemos muchos compañeros que cambiaron: que eran golpeadores y hoy ya no tocan a su mujer. Tenemos muchas compañeras que ya no soportan ser humilladas. Todo eso es un trabajo de hormiga. Y sin recursos”.
La situación se repite en todos los barrios: crece la pobreza y más de una Mónica Crespo está haciendo malabares con la copa, la olla, los colores, los pocos recursos que da el Gobierno de turno. El celular de la militante del Movimiento de Trabajadores Excluidos explota. No sólo es por trabajo. “Mi marido me pegó y me echó”, le dicen. “Moni no tengo comida para los chicos, ¿no tenés algo?”, piden. Y más: “Moni, el pibe tiene fiebre y la ambulancia no entra”. Mónica dice que ella a veces no sabe qué hacer pero está. Que no es ni puntera, ni militante ni referente (a pesar de que esta nota la contradiga). “Son cosas que hago yo, que soy una mina de barrio, que ama lo que hace y lo hace lo mejor posible. Si lo pienso ahora, soy la persona que le hace entender a sus compañeros que tienen derechos y obligaciones”.
La infancia como bandera
Mónica y Carlos se conocieron cuando Cartoneros Unidos llevaba unos 5 años funcionando. Fue en un almuerzo peronista. Ella era la cocinera, él se le acercó y la encaró. Mónica vivía en la zona oeste, ya había criado a sus hijos sola y se había jurado no tener marido nunca más. “¡Y volví a firmar!”, dice ahora. “Lo encontré a él que estaba viudo, con sus hijos, y decidimos estar juntos. Yo decía que no quería marido. Pero era mentira. Él me ganó y me tiró todo por la cabeza: los hijos, la cooperativa, los carreros”. Mónica se ríe. Alrededor de ella, Carlos, sus compañeros y compañeras también. Alguna cargada suena a lo lejos. Y una sensación queda en el ambiente: hay equipo.
Hasta que puso los pies en el barro de Empalme Graneros, Mónica también había decidido retirarse “de todo, de todo, de todo porque soy de la generación que quedó traumada con el golpe militar”. “Antes del golpe, yo era una piba y militaba en la JP. Pero en la Maternidad Martin me robaron a una hija. Tengo su partida de nacimiento y la estoy esperando. Es muy larga la espera”, revela Mónica. La mujer habla con lentitud y seriedad. No hace de su caso el eje de la entrevista. Tampoco lo evita, pero no va a contar más al respecto. Es, en todo caso, lo que la define. “Yo viví muchos años callada la boca. Crié a mis hijos apolíticos para que no me los secuestren, me los roben, me los maten. Cuando lo conocí a Carlos, estaba apartada de todo”, cuenta.
“Ese golpe es el que quizá me hace pensar mucho en las criaturas, que son seres indefensos. Quizás veo lo que otros no ven. Yo le veo la cara a ese pibe que está mangueando una moneda en el semáforo y siento su tristeza. Y sé que después va a pasar a ser un negro de mierda, y eso también me duele, porque vino a este mundo siendo bueno. Es el rencor de que pasen todos por al lado suyo y alguno le tirará una moneda, y otro no. ¿Ese es nuestro futuro?”, pregunta. Mónica dice que la debilidad que tiene por los pibes es “su locura”. La misma que no le permitió ser indiferente hace 13 años, cuando llegó al barrio de Empalme, puso un pie en ese galpón que aún no existía, y se cruzó con todos los chicos que hacen a la gran familia cartonera.
Madre de negros
La casa de Mónica queda atrás de la Cooperativa. Desde donde está sentada se vislumbra apenas una puerta y un cuartito en las alturas. Mónica Crespo se levanta todos los días a las seis de la mañana. Se pone la pava, se asoma a la Cooperativa a ver qué hay, qué no hay, y se toma unos mates esperando que el día haga lo suyo. Es lo único que puede planificar. Sabe que con el paso de las horas pueda pasar cualquier cosa. Todos los días son una aventura.
Cuando tiene tiempo para desenchufarse, por lo general a la noche, Mónica aprovecha para leer y escribir. “Me siento solita, me fumo unos puchos y escribo. O leo. Leo de todo”, remarca. Dice que siempre fue una amante de la lectura y que se esforzó para que sus hijos pasen por esa experiencia. “Me acuerdo que los sentaba y leíamos La Borra del Café (de Mario Benedetti) –rememora–. Leíamos, marcábamos y decíamos «bueno, mañana seguimos». Venía cansada de trabajar pero me tomaba mi tiempo para que mis hijos tengan cultura. Ellos ahora leen y es algo que compartimos mucho: contarnos en qué anda cada uno”. Mónica se acuerda también de cuánto se enamoraron sus hijos con Cien Años de Soledad (de Gabriel García Márquez). Dice que apenas lo terminaron, adoptaron un perro y le pusieron Macondo.
La noche es también el momento en que la familia de Mónica recicla. Carlos es el recolector. La familia entera limpia y separa. Mónica se subió al carro durante un par de años. Iban ella, su marido y los hijos. “Saben lo que es comer de limpiar una fruta picada”, explica. Señala el galpón de la cooperativa y cuenta que el despliegue para separar y limpiar los residuos se hizo siempre ahí. Muestra, con orgullo, que no hay ni una mosca. No hay mugre, no hay contaminación. Y asegura que siempre fue así.
“Trabajé hasta que nos envolvimos en esto de tener que estar acá. Fue hasta que me dijeron vos sos referente, quedate”, cuenta Mónica. “Yo no conocía nada. No conocía a la gente ni a este trabajo. En la cooperativa, una cosa fue cuando estaba Carlos, y otra yo. Lo importante es que estamos acá, convivimos y a mí me encanta”, admite. Mónica vuelve a mencionar a “su locura”. El reciclado, el cartonero y el carrero, todo es culpa de ella, su locura, en este caso, la de saltar ante cualquier injusticia. La pobreza, una de ellas.
Desde que está en la Cooperativa, se construyó el galpón donde trabajan y se organizan, se realizaron Carpas de la Dignidad Cartonera frente a la Municipalidad de Rosario, comenzaron a dar copa de leche y comida como escudo contra el hambre y muchos cartoneros y cartoneras se unieron al Movimiento de Trabajadores Excluidos, Mónica entre ellos. “Esta es mi vida”, afirma. Y añade: “La elegí con amor. Y a pesar de los tropezones, amo a la Cooperativa y a los carreros, y los defiendo con el corazón. Tengo la alegría de poder ir a hablar con mis compañeros más como madre que otra cosa. Sé quién tiene problemas de salud, quién problemas de adicciones y consumo, el que tiene problema con la bebida, quién es la compañera maltratada. Por acá hay un vecino que me dice «vos ya no sos referente, vos sos la madre de estos negros».”