Empiezo por lo más obvio, soy argentino, rosarino, y resido en Chile desde hace siete años y pico. Trabajo en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso dando clases de lingüística. Vivo en la Quinta Región en Viña del Mar —¡el Pueblucho Infecto!—,  el lugar con más momios por metro cuadrado, y el sábado 19 de octubre, tres días después de cumplir los cuarenta y tres años, y dos días antes de que mi hijo, el chileno, cumpliera los tres, las cosas se pusieron complicadas, bah más complicadas de lo habitual. La versión oficial fue que esto se produjo por el aumento del boleto del subte. Un aumento de treinta pesos, algo así como dos pesos con cincuenta argentinos. ¡Claro, porque los sueldos de porquería, las jubilaciones paupérrimas y que la salud y la educación sean un lujo no tiene nada que ver! Pero, en realidad, la posta me la tiró una estudiante de la universidad donde laburo, la Ángeles (acá en Chile le ponemos el determinante al nombre). Ella es fana de los cómics, al igual que yo, así que conversamos bastante sobre Marvel, DC y demases, y ese día me mandó un WhatsApp que decía: “la película del Joker generó la revolución en Latinoamérica!”. Y tiene toda la razón. Si creemos que un algoritmo matemático elaborado por un grupo de expertos puede decirnos cuánto debe costar el transporte público, mirá si no vamos a creerle al archienemigo de Batman.

Los más superficiales dicen que se debió al aumento del metro, los más nostálgicos de la revolución se lo atribuirán a la crisis neoliberal. Yo, esta vez, me pongo del lado de los románticos y adhiero a la hipótesis de que el flacucho de Joaquin Phoenix inspiró a una legión de jóvenes trasandinos a rebelarse contra el sistema opresor. Hasta tiene un inicio romántico, el jueves diecisiete de octubre, día de la Lealtad, como debe ser. Ese día, un grupo de pibes del secundario, siempre los pibes, decidieron hacer un paga dios y saltar los molinetes del metro y arrancarse —como decimos los chilenos— sin pagar boleto. La imagen, de por sí, romántica, debe mucho a Joker, si hasta comienza en el metro, como la peli. La realidad, una vez más, imitando al arte.

El viernes dieciocho por la noche Santiago ya estaba colapsado, y el sábado empezó el caceroleo. Ni lerdos ni perezosos, los medios, hegemónicos, junto con el gobierno empezaron con el típico discursito de que la gente es violenta y que a esto hay que pararlo como sea. Y así se hizo, ese sábado, el presidente Piñera establece el estado de emergencia para la Región Metropolitana y la de Valparaíso. Hasta ese momento, yo tenía una idea vaga, y equivocada, de lo que era eso. Ahora me enteré, es como matar una hormiga con una bomba atómica: todos encerrados, en penitencia. 

El domingo nos desayunamos con lo del toque de queda. En Valparaíso, desde las veinte horas, no se podía circular por las calles y los milicos, marchando a lo milico, se fueron acomodando. Yo vivo a dos cuadras del casino, zona cuica (“concheta” en chileno), barrio de señoras de lentes de sol gigantescos y permanentes, onda Isabel Martínez. Y desde la ventana del departamento fui viendo como la Avenida San Martín se iba vaciando hasta quedar desierta. Recuerdo patente, que lo primero que se me vino a la cabeza en ese momento fue la navidad. A mí me deprime la navidad, pero sobre todo esas horas muertas del veinticuatro al mediodía hasta la hora de la cena. Me sentí en esas horas vacías, viendo cómo la gente corría, pero esta vez no a comprar regalos para el arbolito. 

El domingo, mi esposa, el chileno y yo caceroleamos. El enano, con sus casi tres años, le daba duro y parejo a la cacerola. Le pregunté qué estaba haciendo y me contestó: “música”. A la noche pusimos los noticieros y nos enteramos de los primeros muertos (al momento de escribir esto van diecisiete). Los noticieros y los diarios no paraban de informar sobre los policías y militares heridos por los manifestantes. Varios amigos, que estuvieron en las marchas, me contaron otra cosa. A la tardecita se escucharon disparos. A la noche, el presidente dijo que Chile estaba en guerra contra un enemigo poderoso, una semana antes se había referido a esta misma nación como “oasis de democracia”.

Por redes sociales y WhatsApp, se empezaron a compartir videos de policías, los pacos, saqueando televisores, milicos encapuchados quemando cosas y armando bardo. Ahora están circulando noticias falsas, pero también un audio de la primera dama que no tiene desperdicio; por poco, la señora teme un ataque de reptilianos.

El lunes le festejamos al chileno los tres años, por mi culpa tuvimos que comprar una torta sin gluten, y solo conseguimos una sin gluten, sin azúcar, sin lactosa y vegana (la prueba fehaciente de que no se puede quedar bien con todo el mundo). A la tarde hubo otra protesta. El chileno recibió varios regalitos, pero no alcanzamos a comprarle la bici. Estamos esperando que termine el toque de queda. Todavía, sigue.

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