Yo yo no sé, no. Cuando muy pibes –recuerda Pedro–, en la cuadra de Zeballos entre Rodríguez y Callao, jugando a la pelo rompimos un vidrio. ¡Para qué! Se armó un revuelo… Nosotros rajamos. Igual, una vecina, sabiendo que éramos los únicos que estábamos en la calle a la hora de la siesta, nos dijo: “¡Ustedes están en el ojo de la tormenta!” Y no solo a nosotros dos, sino que apuntó también a nuestro gato el Bachicha, que venía arrastrando una acusación, la de haber encarado mal una jaula. Nosotros argumentamos en defensa del gato diciendo: “¡Lo habrá querido liberar al canario!”

Una vez, ya en zona sur, viniendo de cazar ranas, nos agarró un tormentón de aquellos y Pedro dijo que si supiéramos dónde está el ojo de la tormenta ahí nos pondríamos, que según él, en ese lugar hay menos peligro. Otra vez, en un partido áspero, ya en la previa en cancha del Cilindro el árbitro nos advirtió: “Ojo, los voy a estar mirando de cerca. No permitiré que desaten una tormenta de piñas y patadas. En ese caso la tormenta la podíamos comenzar nosotros, pero el ojo de la misma sería el del árbitro. Otra vez, estando en un encuentro medio picnic, medio matiné en el predio de Don Bosco (Francia y Uriburu maso), unas de las pibas del otro séptimo tenía unos ojos encantadores y era una de las pocas que nos daba bola, más allá que era del séptimo A y nosotros, no. Esa tarde Pedro dijo, a la hora que empezó la música: “¡En cualquier momento estaremos en el ojo de una tormenta!” Esa imagen, cuando a Pedro lo agarraba una tormenta saliendo del superior a la noche, lo hacía reflexionar: “¡Dónde estará el ojo de esta!” Eran tiempos en que ya se titulaba, como haciendo responsables a nuestra juventud, a nuestro compromiso y nuestros sueños: ¡Están en el ojo de la Tormenta!

Lo cierto es que la tormenta por estos pagos y los de la gran Patria fue desatada por minorías políticas y económicas cuando sintieron afectados su intereses, desde hace mucho, desde cuando se decidió tener una Patria y no una Colonia.

Hoy en esta calma chicha, los de siempre pronostican una tormenta, como si ellos la estuvieran preparando: “Y bueno –me dice Pedro–, ya estamos acostumbrados, solo esperemos que tarde un poco más, la cosa es que para cuando esta llegue nos encuentre más unidos y fortalecidos como para sacarlos del centro de la tormenta, lugar donde siempre se ponen como para guiarla y que a los daños los sufran las mayorías. Esto me lo dice mirando un zócalo de una pantalla del poder mediático, que anuncia posibles tormentas de todo tipo: en lo climático, en lo económico, en lo social. “¡Son capaces de pronosticar una tormenta blu’, me dice mirando el cielo despejado, y murmura: “Por ahora no”.

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