Yo no sé, no. Con Pedro nos acordábamos cuando cerca de la escuela de Acindar veíamos a la imponente (para nosotros) planta de la EPE. No sabíamos si generaba o transformaba energía, lo cierto es que cuando pasábamos por ahí, a la de cuero la agarrábamos fuerte. La idea de que por culpa de un pique en falso quedara al borde del achicharramiento, nos hacía tomar muchas precauciones. Y si bien el alambrado perimetral de la planta era alto, el temor no se nos iba. Una tarde, cuando íbamos hacia una canchita cerca de Francia y Uriburu, uno de los nuestros tiró un pelotazo a lo alto, tratando de pegarle a un barrilete que yacía enredado de unos cables, y que por lo descolorido llevaba varias semanas colgado. Lo que pasó es que la pelo traspasó el alambrado de la EPE y, con algunos palos y ramas, y con un cagazo de aquellos, la pudimos recuperar. 

Cuando empezó el partido, el equipo rival nos hizo notar su superioridad, hasta que un rechazo nuestro hizo que la pelo cruzara Uriburu y quedara otra vez atrás de un alambrado. La recuperamos con unos palos, igual que un rato antes. Desde ese momento, la pelota no se apartaba de nuestros pies, y cada vez que pateábamos al arco rival, iba con dirección y mucha potencia. Cuando terminó el primer tiempo, Pedro se me arrimó y me dijo por lo bajo: “Que no haya descanso, esta pelo está cargada de una energía transformadora”. El partido lo terminamos ganando y con paseo. 

Pasó el tiempo y nunca se habló de lo ocurrido, salvo Pedro, que cuando pasábamos cerca del alambrado, yendo hacia algún bailongo, me decía: “Si no fuera por el cagazo que le tengo, tocaría el alambrado aunque sea con una rama, para que me cargue de energía transformadora. 

Años después, cuando veía imágenes de lo sectores juveniles cruzando alambrados, tratando de acercarse al General, aquel noviembre del 72, Pedro me comentaba que eso era como llenarse de energía transformadora. Y bueno, los años siguientes, todos o casi todos los jóvenes estábamos envueltos en una energía transformadora en algunas noches en las que volvíamos a pata del Superior al barrio, cansados y con sueños. Pedro tenia la mania de tocar algún alambrado nuevo. “Me pone re pila”, decía. Eran esos que por Cafferatta, pasando el Mercado de Productores al sur, nos iban señalando que pronto ahí habría un taller, o un pequeño establecimiento industrial. Y para Pedro y para mí, era conectar al barrio a una energía transformadora. 

Las ida y vueltas de nuestra historia, más las puestas de espalda que los sectores del coloniaje nos impuso a los sectores populares durante mucho tiempo, nos arrebato de esa energía transformadora. Y lo más preocupante es que le hicieron creer a muchos que no la necesitaban, y menos cuando esa energía alimentaba proyectos colectivos de mucha inclusión.

Pero, ¿sabés qué? –me dice Pedro–, aun estando en esta meseta donde nos falta recuperar tantas cosas, es posible que nos vayamos a cargar de energía transformadora. Hay que convercernos y convencer a muchos. 

Volviendo a casa, pasando por la plaza Santa Isabel de Hungría, vemos a unos pibes pateando y en uno de los costados de la plaza hay un transformador de la EPE. Pedro me mira y me dice: “Si le pegan un pelotazo al transformador, no creo que se recargue la de cuero con esa energía. Lo más probable es que una parte de barrio se quede a oscuras. La tarea será llenar de transformadores los barrios de energía y en nuestros marotes, como para volver a creer que hasta la de cuero comprende de qué se trata.

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