Acusado de timorato por algunos sectores de su coalición, el gobierno de Alberto Fernández ya puede dar cuenta de que aprobó su examen más difícil y, finalmente, salió airoso tras el cierre de la larga negociación por la reestructuración de la deuda con los bonistas de ley extranjera. Pero antes, el presidente y su ministro Martín Guzmán soportaron estoicos las formidables presiones provenientes del mundo financiero, como también las innumerables operaciones que habitaban en las diferentes terminales del Frente de Todos, destinadas a hacer eyectar al joven ministro del Palacio de Hacienda.
Propuesto por Alberto, y con sostén cristinista, la premisa básica era evitar el default, y Guzmán, un ministro hasta ahora con más protagonismo que poder, sorprendió a todos el pasado lunes 3 por la noche, al desactivar la pesada bomba de vencimientos de deuda que dejó el ex presidente Mauricio Macri, devenido hoy, en un incomprendido turista tropezienne. Con el horizonte financiero más despejado, aunque en los márgenes de un año negro, al gobierno le quedará un nuevo round de negociaciones por los 44.000 millones de dólares que el Fondo Monetario Internacional, con el aval de Donald Trump, le prestó a Macri. Incluso, a sabiendas de su insustentabilidad, financiando, tal vez, la campaña electoral más onerosa de la historia, como reveló hace unos días el ex representante norteamericano ante el Fondo, Maurice Claver-Carone. Y en esa nueva batalla que se avecina, ya se pueden vislumbrar los contrapuntos.
En febrero de este aciago 2020, Cristina Fernández adelantó lo que promete ser el terreno fértil de nuevos conflictos porque, así como el estatuto del fondo no permite la realización de quitas de capital, tampoco permite que el dinero prestado por el organismo se utilice, como sucedió en la gestión anterior, para financiar la salida de capitales. Y no menos pacíficos serán los términos de esa discusión si, como se espera, el arreglo del préstamo con el organismo supone una posterior intromisión sobre el estado de las cuentas nacionales, cuando no la propuesta de un ajuste fiscal sobre el programa económico que el gobierno dudosamente aceptará. Aun así, alejado el fantasma del default, Alberto se anotó su primer éxito político y el gobierno ya dio señales de que, tras una parálisis de 8 meses, puede tomar aire y comenzar a gobernar.
Un horizonte velado
Sin embargo, la vertiginosa marcha de la campaña electoral, la urgencia por desalojar al macrismo del estado, la negociación de la deuda y la inesperada llegada de la pandemia terminaron ralentizando la sutura de las diferencias internas del frente, que no deja de reflejarse en la ambivalencia permanente de las acciones de gobierno, y, con frecuencia, en la impotencia que sufre el presidente ante los desequilibrios que se bifurcan en una alianza que, por ser tan heterogénea, comienza a desnudar sus incongruencias. En ese contexto, Alberto apenas puede dirimir los conflictos que emergen dentro de su coalición a izquierda y derecha, y, en consecuencia, el gobierno no puede avistar un horizonte concreto. ¿Adónde quiere ir? ¿Quiénes son sus aliados? Tantas marchas y contramarchas terminan desorientando a una audiencia cada vez más impaciente, y, sobre todo, debilitando al presidente.
Como sostuvo Martín Rodríguez, la grieta no se superó, solo encontró un límite con la pandemia. Y aquella foto de Alberto posando con los gobernadores ya se volvió de color sepia, y la parsimonia de marzo y abril, ese largo sueño dentro del cual la política argentina transitaba la pandemia, se vio sacudida nuevamente tras un raid de nuevos conflictos en el corazón mismo del gobierno. La caída de la actividad económica pronto guardará similitudes con la crisis del 2001-2002, y las dificultades para salir del lockdown comienzan a vislumbrar un mundo desconocido de consecuencias presumiblemente irreversibles. Sin embargo, los países que se opusieron a diagramar una recesión autoimpuesta como la de Argentina, también tuvieron una caída pronunciada de su producto. Según las estimaciones de la Cepal para este año, Brasil y Chile caerían 9,2 y 7,8 respectivamente. Si bien se trata de índices menores a los nuestros, la cantidad de muertes y contagios que sufrieron aquellos resulta, a todas luces, incomparable con la situación argentina.
En este marco, el ala dura de cambiemos se ha revelado como muy eficaz en el ejercicio de hacer oposición por la oposición misma, inclusive ante la excepcionalidad de este drama. Acusaron al gobierno de autoritario, y de promover los cimientos de una infektadura, anteponiendo la libertad -su mantra- ante la protección de la vida. De hecho, todas las manifestaciones que tuvieron por objeto la protesta por los ajustes sufridos a “su libertad” terminaron con un aumento mayor en el número de contagios. Se sienten presas de un drama orquestado por un gobierno totalitario, agitando un fantasma orwelliano, pero mal narrado.
Asimismo, el largo desenlace del que pendió la negociación entre el gobierno y los bonistas coincide con la morosidad en otras iniciativas que, muy declamadas, no vieron todavía la luz. De ese modo, el proyecto de ley para la implementación del aporte solidario extraordinario a las grandes fortunasaún duermeen el congreso el sueño de los justos y los desmanejos políticos sobre la empresa Vicentín dejaron expuesto al gobierno sobre la magra lectura que hace acerca de determinados temas, evidenciando, además, que la correlación de fuerzas como es el hecho de haber ganado las elecciones por 7 y no por 37 puntos como en el 2011, no habilitaba dicho tratamiento.Y donde Alberto pensó “creí que iba a festejar todo el mundo” debía hacerse una lectura defensiva sobre el malestar que en el interior santafesino sintieron -incluso los mismos productores agropecuarios perjudicados por el desfalco– determinados sectores sociales ante cualquier intervención comandada e impuesta desde Buenos Aires, vivenciándolo como una muestra más de la prepotencia del centralismo porteño. Tal vez, un nuevo matiz de la resistencia de la “argentina blanca”, la que produce y sueña con pagar menos impuestos, a ser gobernada por el peronismo. E inclusive, respecto de la flamante reforma judicial, el abroquelamiento de la oposición contra ese proyecto podría haberse visto erosionado si, en vez de implementar dicha iniciativa, el gobierno hubiera propuesto el tratamiento del proyecto sobre la legalización del aborto, promoviendo un debate mucho más transversal y que, por el contrario, atraviesa y divide al campo opositor.
El Albertismo no emergente
Todos los gobiernos son portadores de una determinada narrativa, y el kirchnerismo como el macrismo, también construyeron la suya propia. ¿Pero cuál sería el relato del gobierno del profesor de derecho penal? ¿Se tratará de una nueva fase del peronismo como muchos calcularon en diciembre de 2019? Un reconocido politólogo de origen radical sostiene que el peronismo es “una imprecisión que es precisada por su liderazgo”, pero en ese enorme magma peronista, no es tan simple que Alberto logre superar la rigidez de los lineamientos preexistentes. Por eso, el albertismo es, hasta ahora, un experimento político inédito, una rareza. El presidente gobierna sin un territorio propio. Carente de un norte definido, oscilante, se recuesta dentro de sus unidades mayores, y en razón de eso, es posible que el albertismo, en términos laclaunianos, sea la fórmula de un significante flotante, a la vez que es aprehendido a los dos lados de la polarización, nadie conoce bien su significado. Por eso, mientras más desacoples siga mostrando el Frente de Todos, más corto será el camino de la oposición para volver al gobierno.Y mientras más desacoples existan, el albertismo será más un sistema de contenciones que un proyecto de poder.
Y si el albertismo nonato, como lo llamó Diego Genoud, no sabe bien a qué juega, Sergio Massa lo tiene mucho más claro. Hiperquinético, incontenible, trafica identidad por poder, engullendo todo lo que se cruce en su camino. Como era de esperarse, tras el desenlace del arreglo de la deuda, intentó arrogarse las ventajas obtenidas del acuerdo, desautorizando al ministro Guzmán como único negociador, a través de sus jugosos contactos con el mundo empresarial que tendieron puentes con los grandes fondos, como el caso del mexicano David Martínez, titular de Fintech, socio de Héctor Magnetto en Telecom y de Jorge Brito en Genneia, y del siempre ubicuo Marcelo Mindlin ya que, BlackRock tiene acciones de Pampa energía. Sin embargo, en el detrás de escena final, fueron vitales las señales de apoyo de la vicepresidenta al ministro Guzmán; luego de mantener una reunión de más de 3 horas en el departamento de la calle Juncal, la máxima accionista de la coalición gobernante le exigió, que resuelva la disputa por los 3 centavos por bono que alejaban la propuesta oficial de la postura de BlackRock, con lo que se reveló nuevamente lo evidente: Cristina, más por defecto que por vocación política, termina siendo el factor ordenador del Frente de Todos.
Epílogo
La política doméstica está atravesada por muchos temas, pero hay algunos que, por su importancia, siempre tendrán la capacidad de poner a prueba, la cohesión interna de cualquier gobierno: la política económica, la seguridad y la política exterior. A diferencia de Cambiemos que solo fue una alianza electoral, el oficialismo, está atravesando el largo y sinuoso trayecto que implica dejar de ser una coalición electoral para convertirse en una coalición de gobierno, lo que supone un enorme desafío. A pesar de los desbordes de su armado, es saludable que la democracia argentina pueda sostener el esquema de una alianza tan diversa en el ejercicio de gobierno, en el marco de un país con tintes presidencialistas, y donde el proceso de toma de decisiones pueda llegar a ser compartido.
También es cierto que el peronismo siempre ha tenido y aún tiene profundas diferencias internas, pero cuando es gobierno, esas tensiones quedan mayormente supeditadas al objetivo primario de administrar el poder. Sin embargo, cuando el silente paso del Covid-19 desaparezca, la fragilidad de la estructura de la economía argentina quedará al desnudo y la crisis social será inquietante. Con una caída del producto que se estima entre 11 y 12 puntos y una pérdida de, por lo menos, un millón de empleos (según el informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina), nada garantiza que la base social del oficialismo, mayormente anclada en el conurbano se mantenga incólume; todo lo contrario. Por si fuera poco, la cercanía de las elecciones legislativas de medio término puede acelerar ese proceso.
A riesgo de afectar esa misma base, es inexorable que el gobierno vaya abriendo espacios para la deliberación, pero también apuntalando un liderazgo que concentre, en una sola voz y sin sobreactuaciones las visiones en pugna. Porque si la aparente sutura de las disidencias internas no se ajusta bien, no solo terminará afectando a su base electoral, sino que también irá mermando los escasos márgenes para la acción de gobierno de un frente cuya síntesis, confiamos, no se resista a serla suma agregada de un conjunto de ex perdedores. Esperemos que así sea.
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