A principios de los años setenta del siglo pasado, en los círculos literarios que existían en Rosario, Facundo Marull era lo que podría llamarse una figura legendaria.

La leyenda, a diferencia del mito, refiere a personajes y hechos reales, aunque deformados por la fantasía o la admiración, como indica el diccionario de la Real Academia. De manera que ambos géneros se diferencian por tener o no vínculos con la realidad, pero coinciden en el sentido extraordinario y paradigmático de las cuestiones que abordan. Son, por así decirlo, formas comunes de los discursos panegíricos o laudatorios.

El carácter legendario de Facundo Marull estaba dado por la valoración del único libro de su autoría conocido por entonces –Ciudad en sábado–, que formaba parte de lo que ya se consideraba la primera vanguardia poética de la ciudad. Vanguardia ciertamente sui géneris y con rasgos claramente idiosincrásicos, de la que participaron, entre fines de los años treinta y comienzos de los cuarenta, poetas como Fausto Hernández, Horacio Correas, Arturo Frutero, Beatriz Vallejos y Felipe Aldana.

Pero el carácter legendario de Facundo Marull también estaba dado por el sentido incierto, conjetural y relativo de lo que se sabía acerca de su historia personal. Se sabía, por ejemplo, que había nacido en Carcarañá, que había publicado Ciudad en sábado en 1941, que había frecuentado en los cuarenta lugares característicos de los barrios rosarinos, y muy poco o nada más que eso. Después, se perdía su rastro. La leyenda lo ubicaba en Canadá en la década del setenta, e incluso llegaba a afirmar que, para aquel entonces, ya había dejado el mundo de los seres vivos.

La inscripción rosarina de un libro singular

Ciudad en sábado, del que había un ejemplar en la biblioteca de la Facultad de Filosofía, fue reproducido y leído por muchos de los jóvenes poetas que a principios de los años setenta pugnaban por reconocer la auténtica tradición de la poesía local. Advertían que en su escritura, sino la esencia, podía encontrarse por lo menos algo así como un alma ciudadana. Las razones eran obvias: el libro trazaba un itinerario, una suerte de cartografía, que el autor practicó sobre el territorio de nuestra ciudad. Aparecían allí lugares y personajes típicos como Rosario Norte, el arroyo Ludueña, la Plaza Pringles, la avenida Wheelwright, el Parque Independencia, junto con el hombre de la sortija, el heladero, la chica bonita, o el irremediable amor que se tiró a muerto.

El libro de Marull parecía, claramente, uno de esos poemarios productos de la flânerie que muchos poetas modernos escribieron en sus vagabundeos por la escena urbana, tal como postulara Walter Benjamin a propósito de Baudelaire. Pero no era solamente eso, o en todo caso no era exactamente eso, puesto que su texto no se agotaba en la exaltación maravillada de las novedades ciudadanas, a la que trascendía para narrar una visión amarga, y por momentos melancólica, de un mundo que, más que festejos, parecía merecer una visión entristecida.

La posterior y merecida exhumación histórica

El conocimiento de Marull, hecho de retazos biográficos y referencias lábiles, sufrió un gran vuelco –para bien– con la publicación de su Poesía reunida por parte de la Editorial Municipal de Rosario en 2018.

Dicha edición, a cargo de Ernesto Inouye, agrega una importante cantidad de textos desconocidos o inéditos de Marull, que permiten ampliar la mirada que hasta ahora se tenía de su poesía. Por otra parte, cuenta con un esclarecedor e ilustrativo estudio preliminar por parte del compilador –“La contradictoria forma de una ausencia”– que permite trascender el campo incierto de la leyenda, para situarnos en el campo mucho más sustantivo y preciso del conocimiento histórico.

Uno de los méritos del estudio de Inouye consiste en la reconstrucción ciertamente pormenorizada de la vida de Marull, lo que permite echar luz sobre tantas zonas oscuras que contenía su leyenda. Así, sabemos que Marull se marchó de Rosario tiempo después de publicar Ciudad en sábado, que se traslada al Gran Buenos Aires donde se casa y funda una familia, que trabaja en periódicos y agencias de publicidad, hasta que en 1951 se exilia en Brasil por razones políticas.

En 1955 se muda a Montevideo con su nueva pareja, donde publica el libro Las grandes palabras en 1966, habiendo sido finalista del Premio Planeta en 1965 con la novela El Montacarga, de la que no quedaron rastros. En esa década participa de las luchas gremiales de los trabajadores de prensa en Montevideo, lo que le hace perder su trabajo en los periódicos La Mañana y El Diario. Por otra parte, en 1972 sufre la persecución militar por estar sospechado de colaborar con el movimiento Tupamaros, lo cual lo lleva a regresar a Buenos Aires.

La investigación de Inouye nos permite conocer, de tal modo, la faceta política y de compromiso social de Marull, de la que se tenían hasta entonces algunas vagas e imprecisas referencias. Por ello, su investigación permite reconstruir largos y ricos períodos de los que poco o nada se sabía.

Podría decirse que Marull fue, como tantos escritores de su tiempo, un hombre de izquierdas. Un hombre de izquierdas que, como muchos de ellos, hizo del exilio un modo de vida, nunca elegido sino adoptado por imperio de las circunstancias.

Pero ese modo de vida, evidentemente, nunca le hizo perder las raíces que lo ligaban con Rosario. En 1980 volvió a la ciudad, invitado por Gary Vila Ortiz y Aída Albarrán para dar una conferencia en Amigos del Arte. Allí leyó un poema intitulado “Triste”, que formaba parte del libro Las grandes palabras, del que le entregó un ejemplar al poeta Jorge Isaías.

La lectura de ese libro, que incluye Las pequeñas palabras y Crónicas de gentes, permite comprobar hasta qué punto la memoria de Rosario siguió presente en Marull, después de haber partido de la ciudad cuando comenzaba la década del cuarenta. En la sección “Textos dispersos” del libro, en un escrito denominado “Apuntes para un Rosario inmemorial” se lee lo siguiente: “Pero Rosario es una ciudad extranjera. Sin que este parabólico decir incluya un divorcio de la nacionalidad tan ajena, tan poco captable para el forastero que la juzga insólita y aburrida, porque Rosario vive volcado en sí, bastado en sí. Y es que se lo desconoce o se lo ignora.”

Facundo Marull, el hombre que fuera leyenda, murió en Buenos Aires en 1994.

Fuente: El Eslabón

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