“Soy la primera y única en mi familia en terminar el secundario y tener un título universitario”. Gisela Silva es enfermera y marca con orgullo esa parte de su vida donde la educación le permitió abrirse “a otro mundo y pensar otro futuro”. El mismo rumbo que defiende ahora para sus cinco hijas e hijos, y dos sobrinos que tiene a cargo. Comparte su historia a 10 años de la muerte de Néstor Kirchner, el presidente que hizo de la educación pública una política de derechos, de inclusión y de Estado.
Gisela tiene 40 años, trabaja en el Hospital Roque Sáenz Peña como enfermera. Cuando tenía 16 quedó embarazada, se tuvo que ir de su casa y le fue imposible continuar el secundario. “Me fui sin estudios, formé mi familia con quien era mi pareja y fui teniendo hijos e hijos… No estudiaba porque no tenía tiempo, pero tampoco pensaba que lo podía hacer”, dice sobre cómo fueron pasando esos años de su vida.
Fue un vecino quien la animó a terminar el secundario, que para entonces ya era obligatorio. “Vos tenés cabeza”, “Vos lo podés hacer”. Hoy agradece esa insistencia que la llevó a anotarse en la Eempa N°1.306 Roberto Fontanarrosa.
Ya en la Eempa recibió mucho apoyo para afianzarse en sus estudios de quien era su profesor de historia, Carlos Cárdenas. “Me contuvo muchísimo. El charlar, que te alienten, que entendiera lo que me pasaba; así era con todos mis compañeros, todo el barrio habla muy bien de él”, dice sobre lo importante que representó ese vínculo pedagógico.
Gisela celebra haberse sentido bienvenida cada día que llegaba a la escuela. Más porque nada le era sencillo en aquel momento. Mientras estudiaba en la Eempa trabajaba cuidando motos en la cortada Ricardone y Mitre. “A las 6 de la tarde dejaba ese turno y me iba a clases. También tuve un puesto de lencería y medias en San Martín y Uriburu”, que mantuvo mientras cursó la carrera universitaria.
Al terminar el secundario Gisela tenía 33 años, y fue su hija mayor Magalí quien le dio el otro empujón para seguir estudiando: “Me anoté en enfermería en la UNR. Era para mí todo un logro poder ir a la universidad pública, el solo pensar que tenía esa posibilidad de ir a la universidad, sabiendo que vivía en Tablada, donde la mayoría de mis amigos están presos o murieron, o están casadas, con sus hijos, sin estudios”.
Y ese logro derivó en otras oportunidades personales, laborales y para su familia.
“Estudiar te cambia totalmente la cabeza, te abre otro mundo. A mí en lo personal me hizo conocerme. Yo solo conocía una realidad, no salía de mi barrio, no conocía más que mi círculo. Cuando empecé a estudiar empecé a conocer otras personas, que tenían otras formas de ver y entender las cosas”, comparte con justificado orgullo por lo alcanzado.
“Una de mis discusiones con el profesor Carlos, cuando me daba historia, fue sobre las retenciones del campo. Yo decía y discutía -se ríe mientras recuerda- ‘por qué le tienen que tocar lo que es de ellos’. Pero en clase debatimos mucho y empecé a entender otras cosas que si no tenés herramientas para hacerlo no podés. Eso es lo que te da la educación: herramientas para que puedas defenderte, no hablar desde la ignorancia, de ser un loro y repetir todo. Pude conocerme, ver que había otra realidad y otro futuro no solo para mí sino también para mis hijos”.
Para Gisela cada paso en las aulas significaba superarse en una mejor perspectiva de vida para ella y sus hijos. “El saber, el tener educación te da eso de poder decidir por vos y no depender. A mí me ayudó mucho”, confía y aspira que ese sea siempre un derecho colectivo.
Apenas recibida ingresó en el Hospital Roque Sáenz Peña. Gisela se especializó y rindió el concurso para trabajar en las áreas de maternidad, pediatría y neonatología. Sin embargo, la realidad de la pandemia la encuentra ejerciendo su profesión donde la emergencia sanitaria lo reclama.
Describe como “terrible” la situación que se vive en este tiempo. “La mayoría de mis compañeros se han infectado. Yo por suerte vengo zafando. No hay ahora especialidad donde trabajar. En este momento te llevan a adultos o cualquier lado porque no hay enfermeros. No podemos tomarnos vacaciones, ni siquiera la hora que tenemos (de descanso) porque no hay personal. Está lleno”, dice de la realidad hospitalaria y acuerda con la necesidad de cuidarse, de la conciencia social, para no seguir expandiendo el virus.
Romper con las profecías
Cursó la carrera de enfermería de la Universidad Nacional de Rosario en los tres años que marca el plan de estudios para graduarse como enfermera. Dice que se sentía extraña, rodeada de adolescentes, pero ahí estuvo. Gisela aprovechó todas las becas que otorgaba la universidad pública, desde el medio boleto hasta la ayuda para las fotocopias. También agradece el apoyo que recibió de los centros de estudiantes y las agrupaciones políticas estudiantiles, que ofrecían clases de apoyo, orientaban con la información necesaria para moverse en la facultad (en este caso de Ciencias Médicas). Siempre aprobó con buenas notas, promocionando todas las materias. A los tres años, como marca el plan, Gisela obtuvo su título universitario. La primera y única en hacerlo en su familia. Tiene otras dos hermanas menores que ella.
Su paso por las aulas de la universidad rompe –acuerda Gisela en la charla- con aquellas profecías que excluyen a los sectores más marginados de los estudios superiores. También desmiente la afirmación de la ex gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, cuando cuestionó en una cena del Rotary la creación de tantas universidades nacionales, asegurando que “los pobres no llegan” a este nivel educativo. Vidal aludía a las 16 instituciones universitarias creadas entre 2003 y 2015 en los sucesivos gobiernos kirchneristas. Y a la fuerte inversión educativa de todos esos años que alcanzó 6,4 puntos del PBI, superando los 6 puntos fijados en la ley de financiamiento educativo. Que representó, entre otras consecuencias, que la matrícula creciera en un 33% (entre 2001 y 2014).
Cambiar la historia
“Mis hijos son mi mayor orgullo. Yo siempre les inculqué a todos que estudien, porque el estudio les cambia la vida. Y ellos se sienten orgullosos de mí por haber salido adelante”, dice de manera inflexible, segura, convencida de que es la mejor herencia que les puede otorgar. Y cuando nombra a sus hijos incluye a sus dos sobrinos, de 14 y 16 años, que tiene a su cargo y cursan la secundaria.
Magalí es la mayor y está en el segundo año de la licenciatura en estadística en la UNR y hace fútbol femenino. Le sigue Cristofer de 21, que terminó el secundario en la Escuela Naval, hizo un año en la Prefectura, es amante del rap y piensa estudiar la carrera de historia. Le siguen Melani, de 17, que está en cuarto año del Normal 1, y Milena, de 5, en el Jardín Merceditas.
Gisela sabe que haber extendido la escuela obligatoria al secundario significa ponerlo en la agenda de los derechos, sin exclusiones, y asumirlo desde el Estado como una obligación que debe garantizar.
Sobre las políticas públicas encaradas en los gobiernos iniciados por Néstor Kirchner y seguidos por Cristina, Gisela celebra en primera línea la de la Asignación Universal por Hijo (AUH). “Estaba recontenta con la AUH, porque decía que quizás no se iban a ver enseguida los cambios, pero sí dentro de unos años con todos los pibes con el calendario de vacunas completo que es re importante y escolarizados. Y, ya sea porque la madre quiere cobrar la plata o se preocupa por la educación de los chicos, sí o sí tienen que estar vacunados e ir a la escuela. El fin es que van estar escolarizados y van a tener un control médico”, rescata de esa medida donde educación y salud van de la mano.
La AUH fue anunciada el 29 de octubre de 2009 y un mes después comenzaba a aplicarse. Este programa de inclusión social fue definido por la pedagoga Adriana Puiggrós como “el gran festejo educativo del Bicentenario porque con este plan –decía la educadora en una entrevista, en 2010- se está llevando a la escuela a los sectores a los que nunca, en ningún otro momento de la historia argentina, habían llegado”.
Más derechos
Con trabajo y dedicación, segura de sus proyectos, Gisela consiguió saltar esa brecha de la desigualdad social. Pero le quedaba otra historia bien “heavy” –como describe- por superar: hacerle frente a la violencia de género, al maltrato verbal, psicológico y físico que recibía de parte de quien era su pareja. “Un día bien, otro no. Tal como es el mismo círculo de la violencia”.
Empoderada con sus logros, ayudada por “las chicas del Teléfono Verde, de quienes trabajan contra la violencia de género”, se separó de su marido, y construyó otra pareja: “Cuando me recibí conocí a una chica de la que me enamoré. Estoy en pareja con ella y tenemos un bebé”. El pequeño nació hace un mes y se llama Nicolás.
“Sé que es una historia fuertísima. Mis compañeros siempre me dicen que tengo que escribir un libro! Pero todo lo que superé es gracias a que estudié, a que me interioricé y también a todas las leyes que salieron”, señala en relación también a las políticas de ampliación de derechos y que marcan las leyes de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres (26.485/09), la de matrimonio igualitario (26.618/10) y la de Identidad de género (26.743/12).
“En aquel momento –continúa Gisela- yo no era capaz de decir lo que sentía, por el qué dirán… por todo. Ahora soy yo, vivo mi propia vida, no le pido permiso a nadie, soy feliz. Mis hijos están conmigo y yo estoy recontenta de que todos estudien”.
Política de Estado
El primer gesto de gobierno del presidente Néstor Kirchner fue con la educación. Habían transcurrido 48 horas de asumir su mandato cuando viajó a Entre Ríos a destrabar un conflicto que mantenía la provincia sin clases. Un puntapié para lo que sería enseguida una serie de definiciones que afianzaron el rumbo de la educación pública como política de Estado. Se sancionaron leyes clave como la que fija un calendario de 180 días de clase como mínimo (25.864/03) y obliga a los gobiernos a garantizarlo. La ley del Fondo Nacional de Incentivo Docente (25.919/04) y en 2005 las leyes de educación técnico profesional (26.058) y la de financiamiento educativo, que fijó un 6% del PBI progresivo destinado a educación.
En 2006 se aprobaron las leyes de educación sexual integral (26.150) y la de educación nacional (2006), que fijó en 13 años la escolaridad obligatoria (desde los cinco años hasta el secundario); en 2014 ampliada desde la sala de 4 años. A este conjunto de normas se le suman otras como la ley de Protección Integral de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes (26.061/05) que impactó directamente en el sistema educativo.
También una serie de programas de becas, sociales y educativos como los de distribución de libros, computadoras (Conectar Igualdad), orquestas, entre tantos otros. Además de la creación del Canal Encuentro y más tarde de la señal PakaPaka.
El ministro de Educación de la Nación de Néstor Kirchner fue Daniel Filmus, quien lo acompañó en los cuatro años de gobierno (desde tiempos de Hipólito Yrigoyen ningún funcionario del área alcanzaba esa continuidad), le siguieron como ministros en los años kirchneristas Juan Carlos Tedesco y Alberto Sileoni.
“Son leyes que permiten abrir una nueva ventana hacia el futuro, que permiten ver que no hace falta que siga el mismo ministro para continuar con lo iniciado”, marcaba Filmus en una entrevista sobre ese conjunto de normas educativas, y agregaba: “Todas son leyes que llegan para delinear un nuevo sistema educativo, con modificaciones muy profundas. Entonces, si bien considero que la estabilidad y la continuidad de esta gestión están vinculadas con temas sociales, también lo está con haber generado políticas de Estado en materia educativa”.
Políticas de Estado que llegaron para quedarse, profundizarse y seguir marcando el rumbo para cambiarles –como a Gisela- la vida a las personas.
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