El escritor, músico y compositor Bernardo Stinco (La Carlota, Córdoba, 1982) acaba de publicar con el sello local Casagrande, Por tu culpa más que un loco, la historia de Israel Pinchila Aguilera, un joven humilde, operario municipal, que va en busca del cinturón de campeón argentino de boxeo a Rosario, acompañado por su entrenador y su manager, que es además asesor de un político. Ambientada entre las sierras cordobesas y la llanura santafesina, esta novela pone en el centro la fragilidad de la existencia, a través de personajes tan oscuros y brutales como atractivos. Y entre ellos también se van descubriendo las grandes contradicciones de la época, las pasiones que gobiernan a los hombres, y sus miserias. “Me estoy volviendo loco, por tu culpa más que un loco. Te miro y me dan ganas de arrancarte el corazón”, canta Leonardo Favio, de fondo, dando bautismo y sentimiento a esta obra de raigambre popular, que tiene al boxeo en el centro de la trama, aunque la lucha y las ansias de triunfo y reconocimiento por parte de Aguilera se despeñen fuera del cuadrilatero.

El combate de ring, un deporte amateur de las clases trabajadoras y humildes, encierra toda una filosofía de vida (“El aprendizaje se hace por cuerpo”) pero, como señala el periodista español Daniel María, “las confusiones morales, éticas y estéticas en torno al pugilismo lo han renegado a un generalizado desprecio hasta arrinconarlo”. Si bien las sociedades cambian sus gustos y preferencias, la literatura y el boxeo están hermanadas por una larga tradición que empezó a mitad del siglo pasado cuando el box era uno de los tres deportes más populares del país y el mundo. La relación que mantuvieron escritores con el pugilismo en Argentina, como dijo Stinco “se parece mucho a la que tuvieron antes los tangueros con el turf”. Cortázar, Soriano, Castillo, al menos entre los nuestros la lista es larga. Sin ir muy lejos, uno de los manifiestos literarios más importantes del siglo XX aconseja escribir “libros que encierren la violencia de un cross a la mandíbula”. Así, uno tras otro, y entre las cuerdas.  Se podría decir que este es uno de esos libros, escrito con la violencia con la que se vive en cualquier ciudad argentina, y sin reparar en formas estetizantes de la buena conciencia y la moral progresista.

Por tu culpa más que un loco es la segunda novela de Stinco después de Jardines espaciales (Casagrande, 2018) una sátira distópica, de ciencia ficción, que se acerca bastante a la realidad global de hoy. Con su nuevo trabajo en la mano, Stinco reconoce que aquella nouvelle fue “apenas un experimento”. “Cuando la escribí yo estaba muy, muy verde. Esta vez considero que está bien lograda ,que está rendondita”, confió el autor sobre su última obra, en una charla de larga distancia que mantuvo con el eslabón desde su ciudad natal, La Carlota. Además, Ber Stinco anticipó que con la llegada de la novela también se prepara para lanzar su último disco, La insubordinación fundante (con una apuesta a la producción audiovisual) con su banda la Asociación Santafesina del Rifle que integra junto a Diego Fusaro, Franco Colautti, Pupe Barberis y Jula Acuña.

—Al disco lo tenemos listo, vamos a sacar un vídeo con una canción a fin de año y vamos a ir sacando temas con videos que estamos trabajando, durante todo el 2021. Estamos muy contentos porque está muy por encima de lo que hicimos antes, pero muy por encima. Creo que es el primer disco de madurez. Hasta antes de esto era todo aprendizaje, prueba y error. En cuanto al disco y el libro no creo que tengan nada que ver de manera consciente. Mi manera de encarar un texto y la composición de una canción no tienen nada que ver. La canción me resulta algo más lúdico, un gesto estético que le ves el final ahí nomás, desde el primer momento. Y escribir una novela es más parecido a picar piedra.

Y en ese proceso, ¿cómo surge el personaje principal, Israel Pinchila Aguilera?

—Con este texto me surgieron antes los personajes que la historia. Con Aguilera, puntualmente, que es el protagonista, el que lleva el hilo de la narración, pensaba en cómo nos condicionan los entornos, en cómo nos va moldeando, que a veces no podemos darnos cuenta, es algo imperceptible. También el personaje tiene que ver con algo que nos aterroriza. A un hecho aberrante, un crimen, siempre lo comete un monstruo, el asesino, el homicida es del equipo de los malos, nunca tiene un atisbo de humanidad, pero no, el homicida es tan humano como nosotros y eso es lo que nos aterroriza, que es como nosotros. Y es más: un día la moneda cae del otro lado y podemos ser nosotros el homicida.

—Sin embargo, el personaje más atractivo es Rossi, el manager y político raso, inescrupuloso, un personaje que tiene mala prensa pero con el que en la intimidad simpatizamos todos.

—El de Rossi también es mi favorito, junto con el de Amilcar. Y sí, Rossi tiene toda esa cosa de inescrupuloso querible, un Tony Soprano outlet, cruza con el Torrente de Santiago Segura. Me resulta muy simpático y me reí mucho escribiéndolo. Salvando las distancias, es como cuando ves una película de la cosa nostra que siempre querés que el mafioso se salga con la suya, salvo los radicales que ven El Padrino e hinchan para la policía, pero a todos los demás nos pasa lo mismo con ese tipo de personajes.

—La novela no tiene pruritos, tiene un registro bastante brutal, áspero, descarnado, ¿tenés en cuenta la querella de la moral de época de la cultura, que viene más conservadora que nunca?

—Creo que hay un pensamiento único que atraviesa a todo ese mundillo falopa que se percibe como cultural y que cada vez más se arroga el derecho de corregir a otro aunque no esté quebrando ninguna ley. Creo que de fondo hay un pretexto puritano de mejorar al mundo, y es una corriente evidentemente maniquea, simplista, esteticista de la progresía del siglo XXI. Como una suerte de Partido Higienista Único que «todos los buenos estamos de este lado y todo lo que no somos nosotros, es malo». También hay otra cosa que cada vez se ve más, hasta en las plataformas de cine, y que es bastante burdo: eso de juzgar el pasado con la moral del presente, como si la moral de hoy fuera o vaya a ser eterna, creo que es la liga de la decencia de los 80 en Rosario. No sé si es de época, creo que son ciertos berretines de ciertos círculos, y generalmente coinciden con pequeños tabiques entre bulevares de las grandes ciudades, pero cuando pasas los bulevares las prioridades y el mundo son muy distintos. La única verdad es la realidad dijo el General, ¿no?

 

Fuente: El Eslabón

 

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