En la Argentina, como en la mayoría de los países democráticos del mundo, votar es sencillo. Sólo hay que concurrir al lugar de votación con el DNI, que se coteja con el padrón y, de no mediar error u omisión en los registros, se emite el sufragio. Las elecciones se celebran los domingos y, en general, no hay que padecer grandes esperas. Una persona, un voto. En EEUU votar es mucho más complejo, tortuoso, trabajoso, y no por un error del sistema. La consigna “una persona, un voto”, allí no funciona. Y por eso existen cientos de organizaciones de derechos humanos, movimientos sociales y grupos feministas que desde hace años vienen luchando por el derecho a votar, que es sistemáticamente limitado por el sistema jurídico y electoral con criterios de discriminación social y étnica, desde 1776. Mujeres y hombres dieron sus vidas para obtener un derecho, que todavía hoy, dista mucho de estar asegurado.
En EEUU no existe el DNI. La identificación de los votantes varía según el estado. Lo más utilizado es la licencia de conducción, que en ese país es la forma más usual de acreditar identidad. También es válido el pasaporte. O bien una tarjeta que se solicita para votar. Sin embargo, no tiene validez nacional y no se acepta en todos los estados. Se puede usar la tarjeta de la seguridad social, y la “United States Passport card” (“Pasaporte de EEUU”), que tiene validez federal y se utiliza para los vuelos dentro del país.
El registro previo como mecanismo de exclusión
Para votar en EEUU hay que registrarse antes. No es un derecho automático. Lejos de eso, el trámite de registro se utiliza para dejar fuera a buena parte de los que quieren votar.
La votación, desde 1845, tiene lugar el martes, día laborable. Otra forma de limitar la participación popular. Y en ciertos distritos, como una estratagema muy bien orquestadas, son pocos los lugares de votación. Las colas son enormes y las esperas muy largas. Las estadísticas indican que los afroestadounidenses esperan un 50 por ciento más.
Y si finalmente la ciudadana o el ciudadano logran votar, tienen que saber que su voto cuenta muy poco a la hora de elegir presidente. No hay voto directo. Se vota por un delegado del Colegio Electoral, que no siempre refleja la voluntad popular. Una cosa es el “voto popular” y otra “el voto de los electores”, que son los que deciden de verdad. Por eso, cinco veces en la historia de EEUU ganó la presidencia quien obtuvo menos votos. El último fue Donald Trump, que obtuvo 3.200.000 menos que Hillary Clinton. Pero ya había ocurrido en 2000, 1888, 1876 y 1825.
En 1776, cuando se firmó la Declaración de Independencia de EEUU, se incluyó en el texto que “todos los hombres fueron creados iguales”, y, además, que el poder que ejerce el gobierno “surge del consentimiento de los gobernados”. En principio suena muy democrático, pero no lo es. La famosa frase del escritor británico George Orwell (1903-1950) deja en claro y devela el verdadero “espíritu” del texto fundacional de EEUU: “Todos los hombres son iguales, pero algunos son más iguales que otros”.
Una expresión muy similar a la utilizada por la militante por el derecho al voto Stacy Abrams: “Eso dice el texto, y está también en la Constitución, que dice sí, creemos que esas cosas son ciertas, pero no significa que para todos”, dijo Abrams, que ofrece su testimonio en el documental de 2020 que se puede ver en Netflix: “El poder del voto, en pocas palabras”.
Los padres fundadores querían “domar a la bestia” (el pueblo)
Es que el texto de 1776 fue redactado por 56 hombres, blancos y ricos. Y sólo tenían derecho a votar los hombres, blancos y ricos. Cuando el primer presidente de EEUU resultó elegido en 1789, “menos del 20 por ciento de la población tenía derecho a votar”, según el documental de Netflix.
“La gran bestia debe ser domada”, expresó uno de los padres fundadores de esa Nación, Alexander Hamilton (1755-1804), con referencia al pueblo, los pobres, los negros.
Por su parte, James Madison (1752-1836) aseguraba que el auténtico poder, aquel que procura la riqueza de la Nación”, debe permanecer en manos de “los más capaces”. Para este teórico político, cuarto presidente de EEUU, “padre fundador” y “padre de la Constitución”, “el gobierno debe mantener a la minoría adinerada al resguardo de la mayoría”.
La discriminación siempre fue mucho peor en los estados del sur, donde hay más afroestadounidendes. “En 1940, por ejemplo, sólo el 3 por ciento de los adultos negros de los estados del sur tenía derecho a votar”, señaló Carol Anderson, autora de Una persona, no un voto.
“Uno de los grandes motores de la historia estadounidense en la lucha por decidir y declarar que votar es un derecho, no un privilegio”, aseguró la historiadora estadounidense Carol Berkin.
“La democracia de EEUU está rota”, aseguró la diputada demócrata reelegida en la elección del martes, Alexandria Ocasio-Cortez.
En 1965, un amplio espectro de movimientos por los derechos humanos, contra el racismo y a favor del derecho al voto organizó tres marchas en Alabama, desde Selma hasta la capital estatal, Montgomery. Fueron ferozmente reprimidos por la policía. La película Selma. El poder de un sueño, de 2014, cuenta esa historia. El movimiento había empezado mucho antes, y la historia deja en claro el gran poder de discriminación que implica registrarse para votar.
En 1963, en Selma, comenzó una campaña de registro para votantes afroestadounidenses. Participaron la Liga de Votantes del Condado de Dallas (DCVL) y el Comité Coordinador Estudiantil No Violento, entre otras organizaciones. Cientos de militantes, muchos de ellos estudiantes blancos de todo ese país, llegaron a Selma para acompañar a los afroestadounidenses y asegurarse de que pudieran completar con éxito su inscripción como votantes. Las autoridades, además de reprimir y matar a los militantes, se burlaron de ellos y siguieron negando el derecho al voto a millones de personas.
Pero finalmente se logró un avance, después de mucha sangre, muertos y lucha. Recién en 1965, “la primera democracia del mundo”, tuvo una Ley de Derecho al Voto algo más inclusiva, al menos en el plano discursivo-formal.
La firmó, muy a regañadientes, el presidente Lyndon B. Johnson, que posó para la foto junto a Martin Luther King, aunque en privado temiera que el partido demócrata fuera copado por los afrodescendientes. La norma prohibió la discriminación al votar “en base a la raza, color o pertenencia a un grupo minoritario”. Pero es letra muerta, por eso cientos de organizaciones de mujeres y hombres siguen protestando en las calles militarizadas, con negocios tapiados, de la “primera democracia del mundo”.
Fuente: El Eslabón
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