Yo no sé, no. Pedro se acuerda que allá por el 63, los viejos compraron un terrenito para construir la casa en la que hasta ahora viven. Las primeras visitas eran como un acampe, mientras se iba decidiendo dónde iban a hacer los cimientos y levantar las paredes y el techo que los cobijaría. Ya en el 64, que en los sueños quinieleros son las lágrimas, éstas eran de alegría y se transpiraban por los párpados y por todo el cuerpo de tan contentos que estaban cuando el viejo dijo: “Ya tenemos rancho propio”.
Ese año los yanquis entraban a sangre y fuego en el Canal de Panamá, como queriendo acampar permanentemente. Ese año también anunciaban la construcción de las Torres Gemelas para que el centro mundial del comercio acampara en pleno corazón del Imperio.
Y mandaban una sonda a la luna, pero el supuesto acampe no se pudo transmitir por un problema de señal y no hubo imágenes.
Ese año, además, los cubanos pasaron a una acción concreta y le cortaban el agua a ese acampe indignante que era la Base Guantánamo, en represalia por la captura y el hundimiento de barcos pesqueros cubanos. Y el acampe en Mississippi del Ku Kux Klan se veía más cruel que nunca cuando se encontraban los cadáveres de 3 trabajadores civiles o sociales, lo que acá llamaríamos de derechos humanos, que habían sido desaparecidos.
De Gaulle visitaba la Argentina y a alguien se le ocurrían las consignas “De Gaulle y Perón, la tercera posición” y “De Gaulle y Perón, un sólo corazón”.
El 17 de octubre de ese año, en Once se reunían más de 10 mil personas a escuchar un mensaje del General y por supuesto fueron reprimidas, porque estaba prohibido hasta nombrarlo.
Boca salía campeón del torneo local y de una copa Internacional. Pasaron un par de años y una noche, Pedro tendría 11 años y chirola, tuvimos que acampar en la canchita del Cilindro porque jugábamos al otro día como a las 8 de la mañana y nadie se iba a levantar tan temprano un domingo. Era fulero jugar esa hora.
Pedro decía que le gustaría comprar una pequeña carpa y acampar en la punta de la fábrica de barrio Acindar, para ver a esa piba que ya le gustaba y que vivía por la calle Acevedo.
De pronto, Pedro y nosotros mismos nos vimos acampando, a principios del 73, en el regreso a políticas inclusivas, a colectivos con propuestas transformadoras. Un acampe permanente para mejorar la cosa, como lo fueron los de la toma del Superior, las vigilias para vacunaciones masivas o un Día del Niño del que participaron casi todos los pibes de la Ues en el Parque Independencia.
A veces, Pedro piensa en acampes negros, como el de la noche de Cancha Rayada, del 19 de marzo de 1818, en aquella derrota del ejército patriota, la única derrota del General San Martín. Pero enseguida dice que ojalá todas las derrotas fueran como esas, con pocas vidas que hubo que lamentar, sobre todo porque vendrían otras mucho peores, en el plano político y militar, como la del 24 de marzo de 1976 cuando las Fuerzas Armadas, como instrumento de la oligarquía, el coloniaje y las embajadas, arremetieron con sangre y fuego contra todos los campamentos que levantaban algo de patria, de ilusión y de inclusión.
Ahora que se avecina un nuevo 24, dice Pedro, muchas cosas están pendientes. Habrá que renovar los acampes, debatir nuevas propuestas y levantar nuevas trincheras para enfrentar al mismo enemigo de siempre, que a veces viene disfrazado y se nos presenta con distintas caras.