Un nuevo 24 de marzo en medio de una pandemia que no cesa y sin poder ganar las calles, pero con la mística intacta; una nueva conmemoración del Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, por las víctimas de la más funesta dictadura de nuestra historia.
Mantener viva la memoria es un deber ciudadano, mucho más después de cuatro años de un gobierno neoliberal cuyo objetivo explícito fue disolverla y procurar el olvido. Como muestra, van algunas de sus decisiones: intento de aplicar el 2 x 1 a condenados por delitos de lesa humanidad, traslado de la fecha del 24 de marzo, calificar de guerra sucia lo el sistema legal denomina Terrorismo de Estado, instalar la duda sobre la cantidad de muertos y desaparecidos, atestar de animales los billetes para licuar el pasado, y tantas más. Podemos decir, después de 45 años del inicio de la dictadura, que somos muchos más los que elegimos recordar.
La memoria es frágil y corre el riesgo de quedar atrapada entre el olvido y la falsedad, razón por la cual es necesario alentar su ejercicio desde los primeros años de vida. Para realizar esa tarea, contamos con dos instituciones muy poderosas: la primera es la familia; en la mesa familiar sucede (o debiera suceder) la necesaria transmisión intergeneracional; la otra es la escuela, que enseña y estimula a niños, niñas y jóvenes a que se involucren y quieran saber, y con eso, puedan eludir el frecuente silencio familiar.
La escuela nos recuerda que democracia y convivencia no son bienes innatos, sino construcciones sociales que deben resguardarse con amorosa dedicación. Para eso, es preciso educar en la memoria pensando que siempre es posible reiterar el horror. Primo Levi, refiriéndose a Auschwitz nos lo enseñó para siempre al asegurar: “Si la humanidad ya estuvo allí, puede volver”. La memoria es un bien perecedero que exige una sistemática tarea de mantenimiento.
Es fácil advertir que sin memoria no hay justicia, pues aun cuando no se repare el daño, se les reconoce a las víctimas la posesión del derecho a que eso ocurra. Sin embargo, el filósofo Manuel Reyes Mate da una vuelta más y afirma que sin memoria tampoco hay injusticia, ya que el olvido convierte al crimen en algo nunca ocurrido. El crimen es evidente para el que lo comete y para el que lo sufre, pero si ellos desaparecen, estará disponible para las nuevas generaciones solo si alguien, algunos, lo recuerdan.
Les toca a las y los educadores revitalizar el pasado y advertir las huellas de aquel espanto que aún permanecen en la escuela, en la sociedad y en los intersticios de la vida cotidiana. Para esos fines, es importante la producción del Programa de Educación y Memoria del Ministerio de Educación de la Nación, que construye conocimiento sobre el tema, edita excelentes publicaciones y organiza acciones de capacitación de alcance federal.
Por último, corresponde a la escuela velar para no que no se ritualice la memoria, vaciando su sentido. Claro que los recordatorios son necesarios, pero debemos evitar el poder adormecedor de las efemérides y los monumentos, porque con frecuencia, es mucho más lo que ocultan que lo que muestran.
Conmemoramos un nuevo 24 de Marzo, con la inmensa alegría de que estén entre nosotros Hebe, Estela, Taty, Nora y otras queridas Madres y Abuelas, a las que tanto debemos como creadoras de la democracia moderna en la Argentina.
Ellas nos impulsan con su increíble fuerza a reverdecer la memoria y renovar la lucha, nos sacuden la indiferencia y nos repiten como en una letanía laica el imperativo ético de no olvidar, no olvidar, no olvidar.
#NuncaMas #Son30.000 #MemoriaVerdadyJusticia
(*)Ex ministro de Educación de la Nación.