El pasado jueves 8, un hombre atropelló con su camioneta a dos jóvenes que minutos antes le habían robado una mochila con 2.000 pesos y 2.000 dólares. Uno de ellos murió en el acto, mientras que el otro falleció horas más tarde en el hospital de Emergencias de Rosario. Posteriormente, la víctima del robo, identificada como Diego C., de 25 años, se entregó en una comisaría de la zona y quedó detenido.

El video de la persecución y el arrollamiento de los jóvenes quedó registrado y se volvió viral en las redes sociales, a partir de publicaciones que lo replicaban celebrando este acto de justicia por mano propia. Algunos medios de comunicación también hicieron lo suyo: portales de la ciudad se refirieron a los muertos como “motochorros”, “ladrones”, “delincuentes” y a la víctima del robo como un simple “joven”. Incluso, una de las páginas informó que uno de los fallecidos tenía antecedentes por tentativa de homicidio.

Ante estos episodios ¿Qué sucede con la justicia por mano propia? ¿Se trata de un caso de legítima defensa? ¿Hay vidas que valen más que otras? ¿Quiénes están habilitados a matar? ¿Cuáles son las consecuencias de actuar prescindiendo de los poderes del Estado?

La mirada del derecho

“En principio, por el relato de la fiscalía, no es un caso de legítima defensa porque en realidad Diego, que conducía el vehículo, evidentemente no estaba en una situación de riesgo que ameritara el encuadre de legítima defensa”, explica Francisco Broglia, abogado, especialista en Derecho Penal y magister en Ciencias Sociales, con mención en Sociología. Para él, es necesario poner atención en el tratamiento mediático de este tipo de casos, dado que su forma de proceder, titular y brindar la información a la comunidad puede ser “grave”. “Yo diferencio lo que puede ser la reacción del ciudadano común, en el caso de Diego sus allegados, su familia, sus amigos que salen de algún modo a defenderlo y decir que él es la víctima y no el victimario, y lo que hacen los medios de comunicación”, expresa.

“Durante todo el fin de semana hubo también un claro contraste: por un lado, la mamá y el papá de Diego junto a sus familiares reclamando, hablando de él, contándonos quién era, mostrándolo como una buena persona. Y por otro lado nadie sabe nada de estos dos chicos que murieron. Y la única presentación que se hace desde de ellos desde los medios de comunicación consiste en mencionar que uno de estos tenía antecedentes. Eso es lo que los define, esa es su identidad y así abonan a esta idea de que el joven (que fue víctima de un robo) reacciona cansado por la situación, quizás reacciona en exceso pero reacciona justificadamente de algún modo”, resalta.

En ese punto, Broglia se refiere al concepto de “vidas no lloradas” de la autora Judith Butler: “A estas dos personas se las cataloga bajo la idea de que «algo habrán hecho». Se los define así, como enemigos sociales y como peligrosos, como personas que de algún modo no son valiosas. Se trata de vidas no dignas de ser lloradas, que son aquellas personas que pueden ser eliminables, que pueden ser matables, incluso impunemente”.

Además, el abogado insiste en considerar que estos discursos que avalan la justicia por mano propia “se articulan con otros iguales de discriminadores y de estigmatizantes como esos que indican que «se embarazan para tener un plan», «viven de los planes», e incluso con la idea de que «hay una parte de los argentinos que trabajan y otros que roban»”. Y suma: “Surge así esta cuestión de la deshumanización de algunos sectores sociales. Y con esto, no solamente aparece la violencia privada y la justicia por mano propia sino también los linchamientos” por parte de las patrullas policiales.

Sobre esta idea, Francisco reflexiona respecto a la creciente tendencia hacia la criminología del revanchismo: “La construcción del pibe choro es social y produce consecuencias. Esa etiqueta produce consecuencias y promueve un tipo de mirada sobre quiénes son las personas que cometen delitos, quiénes son los buenos y quiénes son los malos, dónde viven esas personas y qué características físicas tienen. Es un proceso de demonización del otro que está presente en nuestras sociedades modernas y que tiene que ver con posicionarse uno en un lugar de virtudes, como «somos la clase media, los que trabajamos», frente a otros que demonizamos como aquellos que son los vagos, los delincuentes, que viven de planes, que viven en la villa”.

Por su parte, Broglia se refiere a la idea del “miedo al delito” como un sentimiento que está presente y que se relaciona con la suba de los índices delictivos en Argentina, y en Rosario en particular. Desde allí, la corporación mediática y el arco político incorporan el trabajo de “interpretar el reclamo de la gente” y aluden permanentemente –desde ciertos portales o partidos– a que “la gente quiere más cárcel”, “la gente quiere más intervención de la policía”, “la gente quiere más punitivismo”.

“En realidad, lo que uno puede observar es que eso no es así. La gente lo que quiere es que no le roben, que no la maten, que no la violen, que no le pase nada, que la cuiden. La gente lo que pide es que no le pasen cosas, después las definiciones las interpreta la agencia política o los medios de comunicación”, remata.

Finalmente, Francisco sugiere la posibilidad de rever las instancias de intervención para la resolución de los conflictos relacionados con el delito: “Si las intervenciones fueran distintas y tuvieran que ver con otra cosa que no sean lo punitivo o la saturación policial, quizás la gente lo aceptaría. Creo que acá hay otras cuestiones más complejas para analizar, que van más allá de lo que la gente pide, porque en realidad no se sabe que es lo que pide. O por lo menos no pide lo que muchas veces se dice que pide”.

 

Fuente: EL Eslabón

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