Hugo Conte, una de las máximas figuras de la historia del vóley argentino, participa de la cuarta edición de Pelota de Papel. Con esa excusa, un recorrido por su carrera, sus logros y sus sueños.

Esa maravillosa iniciativa de recopilar textos escritos por futbolistas y publicar un libro con fines benéficos, lanzada en 2016 y bautizada Pelota de Papel, ya va por su cuarta edición. Luego de que en la anterior tanto los cuentos como las ilustraciones que los acompañan estuvieran a cargo de mujeres, en esta oportunidad el convite se extiende a otros deportes. Hugo Conte, integrante de la generación dorada del vóley nacional, que alzó sendas medallas de bronce en el Mundial de 1982 y en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988, es uno de los que aportó su pluma. Y la cosa no queda ahí: su hijo, que sigue sus pasos (o sus remates y bloqueos) y con quien se dio el gusto de jugar antes de retirarse, le regaló el prólogo.

Arriba las manos

“Huguito, tu hijo es como vos: no se ponen la remera de la Selección cada vez que juegan, la tienen tatuada”. Tamaño elogio salió de la boca, nada menos, que del entrañable Diego Armando Maradona, y se puede leer en Nunca y siempre, el relato que Conte padre aportó para el libro, con el prólogo de Conte hijo, y la ilustración de Luis Callegari. “La propuesta era contar una historia de mi carrera, cómo había iniciado, qué había pasado y cómo desarrollé la vida de deportista. Más que nada, transmitir sensaciones, que con trabajo se puede llegar”, dice Hugo sobre su incorporación a este proyecto colectivo, al que también se sumaron las rosarinas Luciana Aymar y Vanina Correa, entre muchísimos deportistas de las más diversas disciplinas. “Fue una alegría enorme porque es un libro de deportistas, escrito por deportistas, y además el prólogo de mi hijo, que fue muy emocionante leerlo porque no lo había hecho hasta que tuve el libro en mis manos. Es un honor formar parte de este libro, porque además es a beneficio, un objetivo muy lindo”, añade al respecto.

El ex jugador de GEBA, Ferro, Rojas Scholem, Swiss Medical Monteros y Club de Amigos en Argentina, revela en su texto parte de su amorío con el vóley: “La historia se puede resumir en que fui muy feliz haciendo lo que hice, sentí la esencia real del deporte que es jugar. He jugado profesionalmente muchísimos años, pero jamás dejé de lado que el juego es lo más importante. Prioricé –por un factor natural, no porque me lo propuse– jugar y divertirme. Después las cosas salieron relativamente bien”.

Más allá de algunas tentaciones de entrenadores de básquet, al ver su altura, de natación y hasta de fútbol (alguno lo habrá imaginado a los cabezazos en ambas áreas), su relación con el deporte de los remates y bloqueos comenzó desde muy pibito, y por herencia maternal. “Mi mamá jugaba al vóley en GEBA, los fines de semana, para divertirse. Lo hacía fundamentalmente para eso”, arranca contando Hugo. “Llegué al club a los 11, 12 años y empecé ahí. Me vio un entrenador de mini vóley, porque yo ya era alto para esa época, y me dijo que vaya a entrenar con el equipo. Hasta ahí representaba al club haciendo natación y me gustaba mucho, pero era un deporte que había empezado medio por obligación, porque mis viejos me empezaron a llevar y después competí porque me gustaba, pero al ser un deporte individual, no me divertía. Cuando me acerqué al vóley y veía que la pelota volaba, que formaba parte de un equipo y me divertía con amigos, eso comenzó a darme otra sensación. Y por eso me quedé”. En el medio también jugó a dos puntas: “Tenía además el básquet, que casi me hace dejar el vóley, pero me di cuenta que no me divertía. Jugaba, sí, pero no era algo que respiraba diferente, y eso sí me pasaba en una cancha de vóley, así que noté que eso era lo mío”.

El gran salto

Las dos preseas más importantes en la historia del voleibol albiceleste tuvieron a Hugo Conte como protagonista: se calzó la medalla de bronce en el Mundial 82 que se disputó en el país, y la misma suerte corrió en los Juegos Olímpicos de Seúl 88. La mayor parte de su carrera transcurrió entre Francia e Italia, y obtuvo –además de varios títulos de Liga en sus respectivos equipos– distinciones individuales como la de mejor atacante de la Champions League europea 1983; tres veces mejor jugador del campeonato italiano (1987, 1990, 1992); cinco Premios Olimpia como mejor jugador de vóley de Argentina (1985, 1987, 1988, 1990, 1999); jugador más valioso de las Ligas Argentinas (2004/05 y 2005/06); fue elegido por la Federación Internacional de Voleibol (FIVB) entre los ocho mejores jugadores del siglo XX; y elegido para el ingreso en el Salón de la Fama en Estados Unidos, en el año 2011, único jugador Argentino en tener esta distinción internacional. Y hubo más…

Pero esa foto final de su trayectoria tuvo un inicio, un flash que marcó su vida: con 15 jóvenes años, el destino quiso que se cruzara en un mismo torneo con el por entonces entrenador de la Selección Argentina, el coreano Young Wan Sohn, quien posó sus achinados ojos en él. “Yo estaba en GEBA cuando el equipo de Primera se había ido a un Sudamericano, entonces tuvimos que ir a jugar a La Plata con los cadetes y juveniles para reemplazarlos. Y justo el entrenador que fue con nosotros era Wan Sohn, porque era el jefe de todos los entrenadores de GEBA. Me vio y cuando volvimos al club, después de ese partido que perdimos 3 a 2 pero jugamos bárbaro, me invitó a participar del proceso nuevo de cara al Mundial 82 de Argentina. De la nada, de estar en cadetes en GEBA fui a un Sudamericano y cuando volví me sumé a la Selección Mayor que estaba en Neuquén. Fue todo muy rápido, no fue un proceso. Era todo muy nuevo, con muchos jugadores jóvenes y tuve la suerte que me vio el coreano y la aproveché”.

Y tan rápido fue todo que a los pocos años de iniciada su carrera ya encontró destino europeo, a principios de los 80. Sobre su visión de la Argentina estando afuera, reflexiona: “Acá históricamente se vive con altos y bajos, con problemas socioeconómicos que llevan a que en los últimos tiempos seamos un país migrante por este tipo de cuestiones. Al argentino se le ve esa lucha cuando está acá para sobrellevar esos problemas cotidianos, con el trabajo, el estudio. Y muchos buscan otros horizontes, en lugares más estables”. Y añade al respecto: “El argentino en el deporte tiene un plus, seguramente porque viene de la mano de esa lucha, y cuando se va al exterior se lleva en la valija esa garra y esas ganas de salir adelante, y cuando se encuentra con situaciones estables, que se pueden programar, el argentino tiene este poder de lucha importante y sale adelante”.

El último baile

El final de las viejas glorias deportivas suele ser con un emotivo partido despedida y con equipos integrados por amistades reunidas a lo largo y ancho de sus trayectorias. Hugo Conte eligió otro desenlace: terminó en 2007 en plena competencia y ¡vaya detalle! compartiendo plantel con Facundo, su hijo, en el club que lo vio nacer. “Desde lo humano (y deportivo), el momento de mayor alegría fue mi último año, que jugué con mi hijo. Me retiré de esa manera, cumpliendo un sueño de jugar todo un campeonato completo con él, fue hermoso”, resalta el ex central, opuesto y receptor de punta, que luego hizo carrera como DT en Catania, Bologna, Pineto y Reggio Emilia. 

Conte se despide con un hipotético diálogo con el Huguito de GEBA, aquel que aún ni sospechaba de los logros posteriores: “Le diría que hice muy bien en divertirme, porque el deporte tiene mucho que ver con eso, que se puede divertir seriamente, que se puede divertir trabajando duro y fuerte para crecer. Estoy muy feliz de lo que hice, de cómo me fue, seguramente hubo etapas en las que me podría haber ido mejor, pero igualmente miro para atrás y estoy muy contento”.

Hugo Conte le podría pedir prestado al escritor Eduardo Sacheri el título de uno de sus libros para escribir el suyo propio, que no descarta en el corto plazo: Ser feliz era esto.

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