En mayo pasado la Editorial Vigil, dirigida por Patricio Bordes, presentó el quinto título de la colección Prosistas argentinos, que forma parte del histórico catálogo que comenzó en 1966 con la publicación de La vuelta completa, de Juan José Saer; Principio y fin, de Jorge Riestra y De criaturas triviales y antiguas guerras, de Miguel Brascó. Se relanzó en 2017, con Los bordes del cielo de Laura Rossi, y este año se integró Vértigo, el libro de cuentos del escritor y poeta Ariel Aguirre (Santa Fe, 1991). Jorge Jacobi, a cargo de la serie, explicó que el criterio para darle continuidad a la colección se basa principalmente en “publicar autores jóvenes, no tanto en términos de edad, sino de producción y de publicaciones, que se pueda ver un trabajo que va a tener continuidad. Escritores de oficio, si se quiere, como el caso de Ariel, que es un escritor importante que tenemos y que vamos a tener en Santa Fe”.

La edición de Vértigo fue producida íntegramente en el Taller de Artes Gráficas “El Molinillo”, la nueva imprenta de la Biblioteca Vigil (con el apoyo de Fomento/Industrias Creativas del Ministerio de Cultura de la Provincia de Santa Fe) que apunta a recuperar el proyecto integral de producción que la Vigil supo tener hasta 1977, año en que la institución fue intervenida y desguazada por la última dictadura genocida, cívico militar.

Desde la capital provincial, Jacobi redobla la apuesta de Prosistas argentinos y propone además que los nuevos textos mantengan “un diálogo crítico” con los consagrados que ya fueron publicados. La nueva era sostiene los principios de federalismo del proyecto original, de rescate o búsqueda de autores regionales, y suma, además, la equidad de género como una de las marcas de la renovación. “Esta búsqueda no estaba reflejada en el catálogo histórico de la editorial, aunque sí conserva una mirada generalista, en la que se publican textos que pueden ser leídos por un amplio espectro de lectores y lectoras”.

En efecto, los siete cuentos de Aguirre reunidos en este tomo son extraordinarios, tan complejos como atrapantes. En sus reseñas, Federico Coutaz en Pausa de Santa Fe, y Beatriz Vignoli en Rosario/12, coinciden en que todos los relatos están escritos para la catástrofe. El desastre es inminente, el peligro acecha en cada historia porque los propios personajes son un peligro. Y el lector o lectora, con un poco de intuición, lo puede advertir enseguida. Una vez que se está ahí arriba (no importa el orden de lectura, en todos los relatos pasa lo mismo) hay una sola forma de bajarse y es en caída libre. Hay que acomodarse, abrocharse los cinturones y disfrutar de esa sensación física un poco desagradable pero fascinante al mismo tiempo: la risa histérica del vértigo. ¿Cómo no nos va a producir sorpresa, entusiasmo o curiosidad? Estamos tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Apenas conocemos a los narradores y narradoras de la capital provincial que fueron editados por la Editorial Municipal de Rosario: Analia Giordanino, Juanjo Conti y Francisco Bitar. ¿Y quién es este pibe Aguirre? Después de leerlo, lo googleamos, lo fuimos a buscar y lo entrevistamos.

Ariel Aguirre tiene 30 años y ya tiene publicado otro libro de cuentos Weekend, ganador del Primer Premio en el Concurso Literario Municipal (Santa Fe, 2017), el libro de poesía Las cuerdas que nos sostienen (Neutrinos, Rosario, 2016), y una novela: Gayo y Guada.  Sin dudas, cumple con los requisitos planteados por Jacobi más arriba. Sin dudas, en Aguirre hay un escritor. “Me gustaría poder darle más tiempo a esto, que las actividades de subsistencia me den tiempo y lugar para eso, no vivir de esto, pero sí darle más espacio”, contó el joven licenciado en Letras que, además, ya tiene una novela inédita que terminó y en la que trabajó junto a José Villa en una intensa clínica virtual. “Villa es de Buenos Aires, dirige la revista de poesía op.cit y justamente lo conocí en el Festival de Poesía de Rosario”. El año pasado, Aguirre también tomó un seminario en Rosario sobre la obra de Saer. “Así que tuve que leer toda la obra de Saer —comentó Ariel, muy en sintonía con el diálogo crítico que propone la colección, pero por sus propios medios— y la novela que estoy escribiendo ahora está inevitablemente influenciada por esa lectura, parodiando un poco, igual”, aclaró.

—¿Cómo armaste Vértigo? ¿Hay algo que deliberadamente tengan en común los cuentos entre sí? ¿Qué diferencias hay con Weekend, tu primer libro de cuentos?

—La mayoría de los ejemplares de Weekend los fui regalando, era mi primer libro entonces pensaba hacer algo con alguno de esos cuentos y los de Vértigo, pero cuando ya los tenía a todos me di cuenta de que si bien había cosas en común, también había cierta independencia de Vértigo. Los de Weekend son personajes más adolescentes, pertenecen a ese universo salvaje de la adolescencia. Y si bien entre que escribí un libro y otro pasaron tres años, que no es tanto tiempo, son de universos distintos, Vértigo pareciera hacer el pasaje a la adultez.

—El primer cuento es iniciático, es un adolescente que agarra viaje, literal. Porque también es un relato fantástico. Algo parecido sucede en Taxi. ¿te interesan los géneros?

—No pienso lo del fantástico como género, no me interesa tanto pensarlo así, sino como un elemento que le sirva a la historia. Me gusta contar una historia y que lo fantástico, lo raro, lo extraño se integre a ella, pero que no sea un elemento que tome protagonismo, que pase como una cosa más de todas las que pasan.

—Vértigo invita a una lectura muy dinámica, todos van al palo, supongo que a esa experiencia se remite el título del libro

—El ritmo de lectura es el mayor halago que me hacen. Yo pienso bastante en la literatura como una forma más del arte que pueda convivir y hacerse lugar en la vida diaria de las personas, poder entretenerse y divertirse de otra manera. Si lo que más nos saca atención son las redes sociales o Netflix, la idea es poder lograr una literatura que pueda competir con eso.

—Hay mucho prejuicio alrededor de la palabra entretenimiento, no siempre es alienante lo que entretiene 

—Sí. Por ejemplo en la época de Saer, que no fue hace tanto, no existían las redes sociales. Yo pienso en lo que dicen los youtubers de generar contenidos y a mí eso antes me parecía espantoso, horrible, pero cada vez estoy menos en desacuerdo con eso. El tema es que “el contenido” esté bueno o no, pero sí partiendo de la base de ese prejuicio de que el arte tiene que ser totalmente ajeno a eso. Y hay dos cuentos: Casamiento y Festival que tratan sobre esos escritores que se creen que están en otro rango, en otro nivel, apuntan a eso.

—Son cuentos breves, o tienen una extensión estándar que alcanza y sobra para una construcción sólida de los personajes, ¿qué viene primero, la historia o la caracterización?

—No sé, primero surge la historia, me gusta imaginarme el escenario donde transcurre y por ahí tiene que ver con lo visual, con la influencia del cine o de series, a partir de una imagen visual, que para mí es una consecuencia inevitable de nuestra generación.

Yo hace algunos años que doy talleres acá en Santa Fe y siempre insisto con la representación de la escena, en un contexto, que el lector esté ubicado en esa escena  y no perderse. Me parece fundamental seguir dentro del texto y no caer en cualquiera de las otras opciones que tenemos del entretenimiento que tienen mucho más colores, es difícil competir con eso. Por eso me interesa no perder de vista lo visual tanto en la poesía como en la narrativa. Yo empecé leyendo poesía norteamericana, ligada a esa estética y mi narrativa le debe mucho a esa poesía.

 

Fuente: El Eslabón

 

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