En el barrio Saladillo reflotan huellas de luchas comunitarias y regionales. Las figuras de don José Artigas y Andresito Guacurarí gritan ¡presente! a pesar del ninguneo del relato sarmientino.

En el barrio Saladillo, los trabajadores le han dado una imagen especial, una fisonomía marcada por la presencia de frigoríficos, el sindicato de la carne, los pescadores, el arroyo, y un pasado migrante que aún deja su marca. En ese ambiente, la sombra de Artigas también se deslizó en la voz y en la memoria de algunas gentes de allí. Muchas de esas personas, provenientes de distintos lugares, trajeron los relatos de sus otras tierras, entre las que figuraban las historias de Artigas y Andresito Guacurarí. Por ejemplo, es el caso de doña Amelia, de 76 años de edad, nacida en Goya, Corrientes, cuya memoria está tatuada por la impronta del artiguismo. Ella habla de Artigas y Andresito con un entusiasmo más propio de un familiar que de una simple lectora. Esto se debe a una relación simple y profunda a la vez que se ubica en el medio de sectores sociales parecidos, acercando los intereses populares. A pesar de todo, mucha gente no conoce a Artigas ya que la historia sarmientina del país no lo incorpora dentro de las currículas escolares. Hija y nieta de navegantes fluviales, Amelia llegó a Rosario bajando por el río Paraná, el mismo camino que recorrieron muchos migrantes. En Rosario se estableció en las inmediaciones del actual monumento a Evita, conocido como La Mandarina, y trabajó durante un tiempo en el frigorífico Swift. Comienza a conocer con mayor profundidad a Artigas mediante documentales de televisión. El recuerdo familiar dice que su abuela paterna era de apellido Artigas. Dice que le gusta ser descendiente de Artigas por su coraje y valentía. Más allá de la cuestión de sangre, se siente descendiente ya que dice que el conductor conducido “estaba en lo justo, en la verdad”. Otros tuvieron la posibilidad de conocerlo participando del rodaje de la mini serie Artigas, realizada recientemente. Ese es el caso del morocho Carlos de Gualeguaychú, quien en una entrevista comenta: “Recién ahora conocemos quién es Artigas, no tenía mucho conocimiento y sólo sabía lo que dice la historia sobre Don José, que no es mucho: un prócer del Uruguay. Pero ahora nos empezamos a interesar más, y a googlearlo, porque la historia a veces dice algo y otras veces habla de otras cosas, es medio mentirosa”.

El artiguismo tiene otros intereses, otros proyectos de país que no son funcionales a la oligarquía ni al liberalismo. Por eso el historiador Rodriguez Maglio habla de Uruguay como un país diferente, separado por el Río de la Plata de Argentina, donde en el proyecto de país siempre estuvo más afianzado el colonialismo europeo. Es por esto que no triunfó la idea de Artigas. En Buenos Aires, en 1815, se dicta una “ley de conchabo”, a través de la cual si alguien no demostraba tener propiedad estaba obligado a formar parte del ejército nacional. En ese mismo año, en Uruguay, la “reforma de la tierra” pasaba a permitir que “a alguien desheredado de tierras, se le asignen territorios con el requisito de que los trabaje”. Estas diferencias marcan dos concepciones totalmente opuestas: el trabajo como un derecho o como un castigo.

“En Santa Fe, el artiguismo está en el inconsciente colectivo. Gracias a él, llegó a ser provincia, a pesar de las presiones e invasiones de Buenos Aires”, dice Julio César Rondina, presidente del Instituto Artiguista de Santa Fe. Por su parte, Francisco Senegaglia sostiene que “para la gauchería, el valor lo otorga el otro y pertenecemos a los otros. En tanto, la tierra no puede ser de nadie y caminamos juntos detrás de la vaca”. En análisis, toma a “la subjetividad del Río Uruguay” como eje vertebrador que se arma a partir de ese río. Senegaglia nació en la entrerriana Concordia, en febrero de 1967. Es psicoanalista, ensayista en temas de Psicología Política e Historia y productor de cine. Estos dos pensadores nos señalan que la sangre no tiene tanto peso como la cultura o la formación de cada uno.

Eduardo Nocera, en tanto, produjo el libro Quién es Artigas, a partir de testimonios orales, investigadores pueblerinos y autodidactas, de paisanos que persiguen rastros, gente que conserva cartas, objetos, documentos y descendientes directos del protector de los pueblos libres. Es que en caseríos, villas, pulperías, pueblitos del vasto litoral, aún persisten diversas fuentes a las que casi ningún historiador recurre habitualmente. Es por ello que el escritor dice: “Soy el autor de un libro escrito por miles de voces”. En tanto, el rígido historiador y documentalista Jorge Machón indicó que “Andresito aún está presente, sobre las islas y lagunas junto a su gente”.

El censo 2022 pregunta sobre el autorreconocimiento étnico a toda la población. El cuestionario indaga si la población se reconoce indígena o descendiente originarios, de qué pueblo, y si habla o entiende la lengua de ese pueblo. Esto sirve para reconocer sus derechos, a nivel individual y colectivo, como comunidad. El eje de una comunidad es conocerse a sí misma. Conociéndose se hace comunidad. La legitimidad de esa variedad permite a uno reconocerse en otro, y por ende a sí mismo.

“A pesar de todos los silencios, las ancestras nos susurran al oído, y viajan con el viento porque el olvido sólo se hará presente si no nos permitimos escuchar, mirar y mover el cuerpo hacia otros rincones, lejanos y cercanos, conocidos o inciertos, habitados o negados”, dice la profesora Guadalupe Román.

La identidad colectiva es aquella que se da al identificarnos o compartir ideas y vínculos afectivos con otros. Esta identidad necesita que el grupo de afiliación tenga una serie de características propias, las cuales existen en oposición a otros grupos que tienen rasgos diferentes. Esta identidad genera un sentimiento de pertenencia compartido por aquellos y aquellas que se reconocen afines y que se sienten unidos a la comunidad que les acoge. Así desarrollamos la identidad familiar, la cultural, la religiosa, la social. Como dijo Bayer: “El 70 por ciento de los argentinos tenemos sangre indígena”. Por eso es mentiroso decir que los argentinos bajamos de los barcos. Algunos bajaron como migrantes, pero muchos fueron traídos como esclavos.

Por eso resulta interesante el concepto de “identidad marrón”, como una alternativa entre lo blanco, lo negro y lo indio. De todas formas, los cabecitas negras eran padres y abuelos de quienes hoy conforman este colectivo marrón. Pero desde ya, una propuesta multicultural como la de los Pueblos Libres, puede incluir a blancos, negros, rubios, indígenas, marrones. Lo fundamental no pasa por el color, sino por la subjetividad que atraviesa a cada persona. Recordemos que el ejército artiguista se formó con indios, negros, blancos, irlandeses, y no sólo eran hombres, sino también mujeres y niños.

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