Yo no sé, no. Pedro me cuenta que siempre se le viene una imagen recurrente: que está él en una noche con una lluvia que por momentos es llovizna, y viceversa, llegando en un mateo a su casa, a su cuadra, a esa Zeballos de adoquines parejitos, y al bajar el conductor del carruaje le dice: “Quizás sea el último viaje”. Pedro pensó en ese momento que se refería al último viaje de esa noche, pero con el pasar de los días se dio cuenta de que ya no vería el chispear contra el adoquín, el trote de aquellos caballos, chispeo que siempre le gustó ver porque eso quería decir que los vasos (patas) de los equinos estaban bien protegidos por buenas herraduras.

Algunos de los amigos y amigas de su cuadra, los más chicos sobre todo, sentían algún temor con esa imagen, la de un mateo llegando en una noche lluviosa, quizás influenciados por esa series que pasaba el 7, como la del Muñeco Maldito. Ya en el otro barrio los carros abundaban, desde el lechero hasta el verdadero y quizás el último: un señor que vendía, con su carro tirado a caballo, achuras, sólo achuras. Un día, una señora le preguntó a Pedro: “Nene, el hombre ese, el de las achuras, ¿lo que vende es fresco, es de confianza?”. Pedro le respondió: “Para mí que sí. ¿Sabe por qué, señora?, mire la huellas que dejan las pisadas de la yegua (la que tiraba del carro del achurero en cuestión). Mire, dejan marcas las herraduras, y yo confío en alguien que protege los vasos de su yegua con buenos fierros. Y un día cualquiera, casi sin darnos cuenta, aquel carro también dejó de pasar.

Mientras tanto, por aquellos noviembres, una de las preocupaciones de la madre de Pedro era comprar un par de docenas más de vasos, los baratos. Cuando pasaba Gallina le comprábamos. Gallina era uno que en los días medio lluviosos salía por el barrio a vender vasos económicos, esos que con la imagen se delatan solos y vos sabés que son exclusivos para vino y soda. Y los otros, mejor dicho las otras por tratarse de copas, eran para el brindis que iba desde una Farruca a algún espumante no muy caro. Y sí, ya en noviembre se pensaba en modo diciembre, por lo menos los viejos de uno así lo hacían.

Un día de noviembre que arrancó con una lluvia arisca, con Pedro nos encontrábamos en lo de su padrino, el tío Mario, y de repente su tía Ana sacó unos vasos y copas, y gritó, mientras abría una sidra: “¡Viva Perón!”. Con Pedro nos quisimos enganchar en el reparto de la Real pero ligamos granadina con un par de chorros de soda. Entonces nos fuimos hasta la puerta de esa casa, la de sus tíos, que estaba por San Juan casi Pueyrredón, y nos sentamos a esperar. Yo esperaba ver más caras que expresaran alegría, pero bueno, fueron apareciendo de a poco. De pronto, Pedro me dice: “¿Sabés lo que espero yo?, un carro, un carruaje, con una yegua que con su trote produzca un chispeo. Si veo esa clase de chispeo, me quedo tranquilo y sé que las cosas van para mejor”.

Pasaron los años y quedaron en un rincón de nuestra memoria aquellas imágenes de las llegadas de mateos nocturnos o de esas mañana lluviosas de noviembre que adelantaron el brindis con sidra.

El otro día, pasando por el lugar donde supo estar el bazar del barrio “Longo” (Biedma casi Francia), Pedro me dice, mientras mira el cielo que comienza a chispear: “¿Sabés qué?, voy a comprar un par de docenas de vasos y copas. No sé, pero tengo un presentimiento de que, aunque el camino no esté con adoquines parejitos para todos, tengo la sensación de oír un trote, un trote sacando chispas”. Cuando cruzamos Vera Mujica, ya inundada, la imagen de una sonrisa chispeante de Cristina que se va secando nos dice que está por salir el sol.

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